Cultura

Nuevo libro de Ángel Poli: ‘La avaricia del tiempo’

  • El autor ha permanecido fiel a su modo de concebir la creación poética como esa indagación constante en las profundidades del ser humano

Nuevo libro de Ángel Poli: ‘La avaricia del tiempo’

Nuevo libro de Ángel Poli: ‘La avaricia del tiempo’

Desde que sacó a la luz su primer libro, Por el espacio amada, hace ya cerca de treinta años, Ángel Poli ha permanecido fiel a su modo de concebir la creación poética como esa indagación constante en las profundidades del ser humano con una mirada inteligente, interiorizada y sustancial. Hoy, una docena de libros después, este poeta autodidacta, tenaz y voluntarioso coloca una nueva pieza sobre el tablero de su ya extensa y reconocida trayectoria literaria con La avaricia del tiempo, obra publicada por la editorial onubense Versátiles dentro de su colección Avanti.

Reflejo nítido del carácter y de la manera de escribir de su autor, que ha hecho de la discreción y del constante ansia de conocimiento los principales rasgos de su personalidad poética, esta nueva entrega viene a constatar el hecho de que Ángel Poli ha conseguido hacerse con un estilo inconfundiblemente propio. Y ello es así a pesar de que su poesía hunde sus cimientos con solidez en la obra de los mejores autores españoles, algo que le lleva a deslizarse con asiduidad hacia las formas métricas tradicionales y que, en todo caso, impregna siempre sus versos de una cadencia tallada a golpes de ritmo, dando como resultado unas cinceladas y rotundas esculturas verbales.

Extrayendo de la materia gramatical y léxica todas y cada una de sus posibilidades, Poli consigue destilar una poesía esencial a través del alambique en el que convierte tanto su bolígrafo como el pulso humano y biográfico con el que lo sostiene, y que palpita a impulsos de cualquier elemento de su realidad cotidiana o trascendental, familiar o amorosa. Es la suya una utilización del lenguaje como creador de la propia emoción, una visión de la realidad verbal como generadora de la presencia lírica. Desde esa perspectiva, sus poemas se convierten en dardos que buscan el centro mismo de la diana, que planean haciendo equilibrio entre un sinfín de matices y que se acaban clavando a través de su afilado juego de palabras.

Con la esperanza de que la inteligencia le dé el nombre exacto de las cosas, como Juan Ramón ansiaba, Ángel Poli va insertando en sus versos palabras que sorprenden por su inesperada aparición en un texto poético (escaque, vórtice o nacencia), acostumbra, cuando elige una expresión, a decantarse por la opción más complicada (“tela arácnida”) y elabora hasta extremos llamativos un buen número de los títulos de sus poemas (“Desoyendo el barbero la poda que exigían”). Estas incursiones por vocablos poco usuales y una cierta tendencia hacia el hipérbaton en la construcción de las frases empapan su voz de un característico tono anguloso y solemne.

Es, además, esta poesía de una gran densidad en los significados. Intensos y profundos, sus versos suelen exigir una esmerada concentración que ocasiona que la emotividad, que está ahí, que se intuye y que inunda todas las páginas, no alcance al lector con la inmediatez que se espera, sino que llega en ocasiones con el retraso de una necesaria relectura del poema.

Ángel Poli es un poeta con ambición. No de premios, que se los han concedido, ni de reconocimiento, que en su ciudad lo tiene, sino de superación literaria y, en el caso de este libro, presente también en la avaricia de querer reunir un extenso número de poemas diversos que arrastra desde otras épocas y donde, por tanto, se mezclan distintos registros y una gran diversidad métrica en un auténtico cajón de sastre.

Pero La avaricia del tiempo, además, es un título que nos habla de cómo el paso de los años lo va devorando todo. A través de un verdadero viaje interior, que el autor simboliza con el tránsito de las estaciones por su propia vida, el libro se estructura en tres partes que iluminan su contenido: primavera, verano y otoño. Son las edades del hombre, en definitiva, las que van discurriendo hasta dejar constancia de cómo las huellas del pasado permanecen en el presente y, con certeza, también estarán en lo venidero, ese invierno ausente de sus páginas porque, en el caso de Ángel Poli, aún no ha llegado.

Tras un poema inicial que supone una honda reflexión sobre las interrelaciones entre la Literatura y la vida, dos realidades que acabarán fundiéndose en “el texto que serás con tus cenizas”, el apartado Primavera nos introduce primero en su infancia y luego en su adolescencia. Aunque en la mente del poeta los poemas que abordan su edad más temprana estaban destinados a formar un libro con otros que había publicado anteriormente, la tentación de hacer de La avaricia del tiempo un auténtico itinerario vital ha acabado por alterar sus planes.

Con la sencillez de aquel tiempo más claro y un lenguaje que ronda lo coloquial, los poemas de infancia van confeccionando un auténtico álbum en el que no sólo los versos, sino también los títulos y las dedicatorias se pueblan de familiares y amigos. Padres, abuelos, bisabuelos, titos, primos, vecinos…, sus nombres acaban por crear un entorno cotidiano de pucheros y potajes, de coplas tatareadas, de tabernas, de días de altramuces, de gatos, de momentos de azotea. Y como pertenecí a su mundo, también estoy presente yo. Porque en el poema que dedica a su primer colegio (aquel ya lejano ‘Quintero Báez’) Ángel Poli recuerda los días en los que nos conocimos en la clase de la que mi padre era el maestro, una clase donde estaba mi hermano y que a mí no me pertenecía, porque yo era más pequeño y hubiera tenido que ir a la de párvulos.

Contemplada la infancia desde la perspectiva del adulto, la adolescencia, sin embargo, aparece descrita desde los propios poemas que Ángel Poli escribió a esa edad, incluido el que lleva por título Aquella lágrima, el primero en salvarse de la quema que el poeta llevó a cabo en su día de todos aquellos con los que había iniciado su vocación. Aunque es cierto que los ha retocado, pulido y readaptado, no han llegado a perder la frescura y esa ingenuidad desprovista del acento más sutil, maduro y experimentado de su voz actual. A través de unas formas métricas más clásicas, en las que se imponen sonetos, romances o seguidillas, y con sus ojos de adolescente, estos poemas vislumbran esas cosas “que nunca tendrán un nombre” y entre las que se abren paso sus primeras lecturas de Bécquer o su mirada idealizada hacia la mujer.

Avanzando hacia lo prodigioso a través de lo humano y hacia lo trascendental a través del erotismo, el apartado Verano supone un paseo por esos rincones del cuerpo “que nombran la extensión del infinito”. Más eclipsado por imágenes y metáforas, más hermético, menos expuesto y, por lo tanto, de compleja lectura, sus poemas estivales son como radiografías del deseo donde, a través de un detenido examen y buscando entre las sombras, podemos ir adivinando casi todo lo que allí se nos muestra y por cuyos márgenes palpita la agitada convivencia entre el cuerpo y el espíritu.

Al iniciarse el Otoño el discurso se hace más reconocible y vuelven a fluir las historias que ahora reflexionan, con la sabiduría que da la edad y un tono más nostálgico, sobre el paso del tiempo. Sin el fuego del Verano, el ritmo se vuelve más tibio y el estilo más calmado o más vencido, porque se impone un prolongado examen de conciencia. Es al adentrase hasta el fondo de esta tercera estación cuando el poeta adopta de nuevo ese tono más oculto donde los significados se encuentran “por el dorso / de la palabra escrita” y sus temas se van diversificando, rozan la poesía social y llegan a colocarse, por lo poco corrientes, en las afueras de la tradición poética.

Cerrando el libro a modo de epílogo, un original romance heroico que juega con la imagen visual de un soneto y en la que cada estación ocupa una estrofa, es, en esencia, un ajustado resumen de La avaricia del tiempo. Situado en el otoño de su vida, el autor se refiere –ahora sí– a un invierno que un día llegará con brusquedad. Acordándome hoy de todos los libros que ha escrito y pensando ya en los que sin duda vendrán, a mí sólo me queda desear, por el bien de los que amamos la poesía, que este inacabado año literario en el que Ángel Poli nos ha encerrado su vida continúe su ciclo siendo igual de intenso y fecundo. Y, si es posible, que además sea bisiesto.

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