Un Nikola Tesla 'resucitado' divulga ciencia

Un proyecto del IAA revive al inventor del motor que permitió generalizar la energía eléctrica, la radio o el control remoto

El laboratorio de Tesla.
El laboratorio de Tesla.
Emilio J. García Y Silbia López De Lacalle (Iaa-Csic)

26 de abril 2012 - 05:00

Hotel New Yorker, Manhattan. 7 de enero de 1943. En la habitación 3327 agoniza el que ha sido su único ocupante durante los últimos diez años. Tumbado en la cama, rodeado de palomas enfermas o heridas que ha ido recogiendo de la calle, un viejo y demacrado inventor de ochenta y seis años revive su vida. Imágenes de su infancia en Croacia o del día en que consiguió la nacionalidad norteamericana se presentan ante sus ojos con tanta intensidad que parecen reales. Recuerda los días gloriosos, las reuniones en el Waldorf-Astoria con influyentes magnates como J.P. Morgan o los Vanderbilt, las cenas de la alta sociedad, los grandes titulares con su nombre o su larga amistad con Mark Twain. Pero también los instantes sombríos como la extenuante búsqueda de financiación, las decisiones que le llevaron a la ruina, el cierre de sus laboratorios, el robo de sus patentes o el Nobel que nunca llegó. Y nítidamente rememora todos sus inventos y experimentos, a los que dedicó una vida entera: la torre Wardenclyffe ideada para iluminar y comunicar el mundo sin necesidad de cables, los experimentos con millones de voltios en su laboratorio de Colorado Springs, la aeronave de despegue vertical, el sistema para la comunicación interplanetaria, el rayo pacificador que habría acabado con la amenaza de guerra, la turbina capaz de aprovechar la inagotable energía geotérmica, las corrientes eléctricas para fisioterapia, el dispositivo para crear terremotos, el submarino teledirigido, y claro… la radio. Pero, entre todas estas visiones, una de ellas se abre paso con más fuerza que ninguna: la tarde que visitó las cataratas del Niágara con George Westinghouse.

Cataratas del Niágara. Abril de 1895. Toneladas de agua caen desde cincuenta y dos metros de altura. La electricidad flota en el ambiente. Dos figuras observan el magnífico espectáculo. Una es un hombre de cincuenta años, de ojos vivos y un aspecto que recuerda a una morsa. Se llama George Westinghouse, un empresario que ha hecho fortuna gracias al invento del freno neumático para el ferrocarril. Está celebrando la culminación de un negocio sin precedentes: la puesta en marcha de la central hidroeléctrica que, aprovechando la fuerza del Niágara, suministrará energía eléctrica al resto del país. La otra figura corresponde al hombre al que debe todo esto. Diez años más joven, espigado, elegantemente vestido y de origen serbio, es el genial inventor del sistema polifásico de corriente alterna que permite la transmisión de electricidad a larga distancia. Gracias a este invento y a su renuncia a cobrar por los derechos de patente, Westinghouse ha podido afrontar económicamente su magna obra y celebrar la derrota de su enemigo personal, Thomas Alva Edison, en lo que los periódicos han bautizado como "la guerra de las corrientes".

Entonces, finalmente, ¿Edison ha perdido? -pregunta el serbio.

No del todo -responde el empresario- los cables de transmisión son suyos. Pero aún sigue electrocutando animales obstinado en convencer a la sociedad de los peligros de la corriente alterna. Lo llama westinghousización.

Y su risa resuena por todo el valle.

Luna Park, Coney Island. Enero de 1903. Se llama Topsy. Pesa más de seis toneladas y ha matado a tres hombres, entre ellos su domador, quien le hizo comer cigarrillos encendidos. Será la primera elefanta que va a morir en una electrocución pública ante más de mil quinientas personas. Tras aplicarle 6600 voltios de corriente alterna, el animal se tambalea y muere en escasos segundos. Detrás de esta mortal exhibición se encuentra Edison. El conocido mago de Menlo Park es también uno de los empresarios más duros y avispados de la recién estrenada era tecnológica. Presidente de la multinacional General Electrics, lleva más de una década intentando desacreditar el sistema de corriente alterna (AC) de la Westinghouse Electric en favor de la corriente continua (DC) como única manera de llevar la incipiente energía eléctrica a los hogares e industrias americanas. A pesar de todo, por muchos animales que electrocute con corriente alterna, Edison es consciente de que ha perdido la batalla. Y no la perdió cuando la comisión concedió los derechos de explotación hidroeléctrica del Niágara a Westinghouse, ni cuando unos años antes la Westinghouse asombró al mundo con la majestuosa iluminación de la Exposición Universal de Chicago. No, la perdió muchos años antes, cuando despidió a aquel ingeniero de origen serbio que por entonces trabajaba para él. Aún recuerda el día que lo contrató.

Quinta Avenida. Un día de verano de 1884. Es una mala tarde para Edison. Con la ayuda de un inversor como J.P Morgan ha puesto en marcha la primera central eléctrica que lleva luz en forma de corriente continua a algunas casa adineradas de Nueva York, así como a teatros y fábricas de la ciudad. También ha comenzado a instalar iluminación a bordo de barcos. Sin embargo, todavía es una tecnología en ciernes y esa misma tarde ha tenido que enviar a todos sus ingenieros a la mansión de los Vanderbilt, donde se ha declarado un incendio por un cortocircuito. Además, acaba de recibir una llamada telefónica de uno de sus clientes: no le funciona el generador eléctrico de su barco y exige su reparación inmediata. Edison está desesperado. En ese instante, un joven elegante y con un ligero acento extranjero se presenta ante él con una carta de recomendación de un colaborador de Edison en Europa. Edison lee la carta en voz alta:

-"Conozco a dos grandes hombres, usted es uno de ellos, el otro, es el joven portador de esta carta". ¡Vaya!, a esto lo llamo yo una carta de recomendación. Y, ¿cómo ha dicho usted que se llama joven?

-Nikola Tesla.

-Muy bien, señor Tesla, ¿sabe usted arreglar el alumbrado de un barco?

Estas son algunas de las escenas clave en la vida de Nikola Tesla, uno de los más grandes inventores de la historia y una figura verdaderamente irresistible: poseía el ingenio, la inteligencia y el tesón de un hombre de ciencia, pero también una sensibilidad para las artes fuera de lo común entre su gremio. A esto se suma una capacidad de trabajo sobrehumana, el idealismo de alguien capaz de renunciar a sumas millonarias por ver sus proyectos hechos realidad y ciertas manías y obsesiones -el número tres, el celibato, la higiene...- que le aportan un aire excéntrico y más interesante, si cabe. Y también hay que añadir la mala suerte que le acompañó en varios momentos de su vida, como el incendio que hizo cenizas su laboratorio o su caída en desgracia frente a los éxitos de sus competidores con menos talento, que prácticamente obligan a tomar partido a su favor. Sin contar con los últimos años de su vida, que dedicó rescatar, curar y alimentar palomas que recogía de la calle y a trabajos teóricos que nunca se plasmarían en experimentos.

Ya desde niño Nikola Tesla quiso volar, intentó dominar las fuerzas de la naturaleza y halló en su mente el modo de cambiar la realidad (e incluso de crear una nueva). A diferencia de Edison y Marconi, que se conformaban con la bombilla y la transmisión de palabras, Tesla buscaba una transformación completa de la humanidad y apenas se detenía para recuperar el aliento: en la inauguración de la central eléctrica de las cataratas del Niágara, posible gracias a su trabajo, no dedicó ni una palabra a destacar sus logros ("no nos debemos dar por satisfechos simplemente con lo conseguido"), sino que ya se hallaba inmerso en su siguiente proyecto.

Para muchos fue el hombre que inventó el siglo XX. Seguro que, de no haber existido Tesla, tarde o temprano otro ingeniero habría hallado la forma de dominar la corriente alterna. Pero lo que también es seguro es que Tesla tenía el siglo XX en su cabeza: de hecho, posiblemente él concebía una versión mucho mejor que la que terminó por hacerse realidad.

Por todo esto, el Instituto de Astrofísica de Andalucía eligió a Nikola Tesla para protagonizar un proyecto de divulgación que se estrenó recientemente y en el que un Tesla moderno habla de ciencia a través de su videoblog (http://teslablog.iaa.es), un espacio en el que trata temas que van desde la generación de energía o la transmisión de electricidad sin cables a la exploración de Marte, la invisibilidad o los robots.

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