El Museo Carmen Thyssen exhibe el luminoso rescate de Darío de Regoyos

La muestra 'La aventura impresionista', dedicada al pintor español, reúne más de 60 obras y podrá verse hasta el 13 de octubre

Francisco de la Torre, Juan San Nicolás, Carmen Thyssen y Lourdes Moreno, ayer, junto al lienzo de Regoyos 'Las redes' (1893).
Francisco de la Torre, Juan San Nicolás, Carmen Thyssen y Lourdes Moreno, ayer, junto al lienzo de Regoyos 'Las redes' (1893).
Pablo Bujalance Málaga

14 de junio 2014 - 05:00

Tituló Rodrigo Soriano su biografía de Darío de Regoyos (Ribadesella, 1857 - Barcelona, 1913) en 1921 Historia de un rebelde, y sí, el pintor formado en Bruselas, único español que llegó a ser impresionista cuando el impresionismo pesaba en Europa, se alzó en pinceles contra el clasicismo imperante y la medianía regulada por la Academia de Roma en pos de una revolución formal que sostuvo casi en solitario, con la luz como argumento. Juan San Nicolás, comisario de la exposición Darío de Regoyos. La aventura impresionista, que se inauguró ayer en el Museo Carmen Thyssen de Málaga tras su paso por el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, recordó que la pintura española del siglo XIX constituye hoy "una laguna: ni en el Museo del Prado ni en el Reina Sofía hay obras impresionistas. Sólo el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid y el Museo Carmen Thyssen en Málaga han venido a ocupar este hueco con sus colecciones". Ciertamente, la rebeldía le salió cara a Regoyos, hasta su ostracismo. Por eso, visitar la muestra significa adentrarse en las estrías de un creador único y sin embargo objeto aún de reivindicación: la deuda ya es, de este modo, menos.

La aventura impresionista reúne hasta el próximo 13 de octubre unas 60 obras (una cantidad considerablemente inferior de las que pudieron verse en Bilbao y Madrid, aunque suficientes, en todo caso, para consumar el rescate del artista) cedidas por el Museo del Prado, los Museos de Bellas Artes de Bélgica, el Museo de Orsay de París, el Museo Nacional de Arte de Cataluña y el Museo Reina Sofía, entre otros, además de diversos coleccionistas participares. Las piezas pertenecen a todas las etapas del artista, que a sus 21 años marchó a Bruselas, animado por su maestro Carlos de Haes y en compañía de sus amigos Enrique Fernández Arbós e Isaac Albéniz. La primera sala del Palacio de Villalón reservada a la muestra revisa precisamente la biografía de Regoyos, que deslumbró a sus contemporáneos y bien pronto comenzó a celebrar exposiciones en la propia Bélgica, Holanda y París: llegó a formar parte del reservado círculo L'Essor, el primero que acogió en su seno a los impresionistas, y allí fraguó su amistad con Pissarro y Seurat entre otros maestros. Se exponen aquí una selección de catálogos de aquellas exposiciones, así como retratos que de Darío de Regoyos hicieron en Bruselas artistas como Théo van Rysselberghe y Daniel Vázquez Díaz, en los que aparece tocando la guitarra (y hasta vestido de tuno, lo que da cuenta de su inclinación festiva). Tampoco faltan referencias a los viajes que hizo junto a intelectuales españoles como Pío Baroja por toda España a partir de 1881, ni la revisión crítica de su obra en varias publicaciones europeas, incluida Els Quatre Gats; y es que fue aquí donde Picasso conoció a Regoyos, de cuya obra, especialmente la vinculada a La España negra, tomó el malagueño varios motivos de inspiración para su etapa azul y hasta, según apuntó ayer San Nicolás, para el Guernica.

Ya en materia propiamente expositiva, la antología da buena cuenta de la evolución pictórica de De Regoyos: el recorrido comienza con los primeros cuadros preimpresionistas, realizados a espátula, en los que asume el artista el contraste de la luz como compromiso esgrimido de por vida. Comparecen aquí estampas segovianas, toledanas, granadinas y levantinas, fruto de los viajes realizados con amigos belgas. En La España Negra Darío de Regoyos exhibe su preocupación por un país, el suyo, lastrado por lo pintoresco y lo brutal: el lienzo Víctimas de la fiesta (1894) muestra en toda su dureza los cuerpos de varios caballos destripados después de una corrida de toros (en sus cabezas desencajadas, apunta Juan San Nicolás, se prefigura el Guernica), mientras en otros cuadros son las mujeres enlutadas, silentes, en procesión o asomadas tras una puerta las que sostienen en peso tradiciones atávicas. Mientras tanto se va forjando el Regoyos puntillista sin pasar antes por el impresionismo (una maniobra propia de los pintores belgas, pero no de los parisinos) con ejemplos decisivos como Las redes (1893). Al fin, Pissarro anima a Regoyos en 1896 a pintar paisajes, género denostado por el clasicismo español, y sucede así la revelación puramente impresionista, que nunca se deshace del puntillismo como recurso para la perfección de texturas, y que se detiene en vientos, en nocturnos, en el tajo de Ronda, en la llegada de la luz eléctrica, en el paso del tiempo atrapado en la Plaza de Burgos, en cuadros emblemáticos como Almendros en flor (1905), La Concha, nocturno (1906) y El pinar de Ulía (1905). Un legado de delicada belleza que ahora renace.

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