El Minotauro soy yo
La Casa Natal revisa en una exposición la presencia de la criatura mitológica en la obra gráfica de Picasso, una referencia clave llena de espejos



Comienza así Jorge Luis Borges su entrada dedicada al Minotauro (al que dedicó otro proverbial relato, La casa de Asterión, contenido en El Aleph) en El libro de los seres imaginarios: "La idea de una casa hecha para que la gente se pierda es tal vez más rara que la de un hombre con cabeza de toro, pero las dos se ayudan y la imagen del laberinto conviene a la imagen del Minotauro. Queda bien que en el centro de una casa monstruosa haya un habitante monstruoso". La cita ilustra con precisión la intención que asumió Picasso cuando, en 1928, adoptó al Minotauro como emblema de su obra gráfica y como representación de sí mismo; pues en el malagueño se percibe con especial claridad en qué medida el Minotauro y el laberinto vienen a ser la misma cosa: la metamorfosis asumida como hálito (Ovidio, recuerda también Borges, habló del "hombre mitad toro y toro mitad hombre") permanece estrechamente vinculada a la imposibilidad de reconocer la dirección por la que se avanza. De modo que ahondar en aquel Minotauro, hijo según el mito de la esposa de Minos, Pasífae, y del toro blanco que Poseidón hizo salir del mar, prisionero en el laberinto construido por Dédalo en Creta y muerto a manos de Teseo, con la inestimable contribución de Ariadna, significa adentrarse en el alma del pintor malagueño y allí, con una luz tan fidedigna, volver a interpretar su obra. El Minotauro fue, ciertamente, un argumento recurrente en la obra gráfica de Picasso durante la primera mitad de la década de los 30, y ahora la Fundación Picasso Casa Natal se adentra en este jardín de senderos que se bifurcan con la exposición El Minotauro en su laberinto, que se inauguró ayer y que podrá verse hasta el 28 de septiembre.
El Minotauro en su laberinto reúne una selección de grabados, con el protagonismo absoluto de la quincena de piezas extraídas de la Suite Vollard, realizados originalmente entre 1933 y 1935 y procedentes de la Fundación Juan March así como de varios coleccionistas privados. La obra que recibe al visitante es la poderosa Minotauromaquia de 1935, para la que Picasso empleó la mayor plancha de grabación de cuantas pasaron por sus manos y que constituye, en sus formas, un antecedente directo del Guernica. Completan la muestra una colección de once números de la revista surrealista Minotaure, que se publicó en París también en los años 30, con portadas realizadas por Magritte, Max Ernst, Duchamp, Dalí y el propio Picasso, entre otros, además de varios libros extraídos tanto del legado Julio Cortázar que custodia la Fundación Juan March como de los fondos de la Fundación Casa Natal. Precisamente, citas referentes al Minotauro extraídas de las obras de Hesíodo, Plutarco, Ovidio, el renacentista español Juan Pérez de Moya, Borges y Cortázar, entre otros, ilustran en las paredes de las salas respecto a todo lo que el hombre sabe, o cree saber, acerca de tan misterioso pariente.
El director de la Casa Natal, José María Luna, señaló que en el corpus picassiano "el Minotauro es a la obra gráfica lo que el Guernica a la pintura", y recordó que el registro no es nuevo en Málaga: el mismo Luna propició en 1995, en el Museo del Grabado de Marbella, del que entonces era responsable, la organización la muestra Minotauromaquias, celebrada con la colaboración del Museo Picasso de París a través de la que entonces era su conservadora jefe, Brigitte Léal (actualmente directora adjunta del Museo de Arte Moderno Centro Pompidou en París y partícipe junto a Luna en la definición del contenido del futuro Centro Pompidou Málaga). También conviene recordar que otros ejemplares de alguno de los grabados expuestos se conservan en la colección permanente del Museo Picasso Málaga, cuyo director, José Lebrero, estuvo ayer presente en la presentación de la exhibición. Luna apuntó que, si bien el imaginario colectivo tiende a vincular a Picasso con la imagen del Minotauro en virtud de su legendaria promiscuidad amorosa, conviene reparar en que Picasso adopta al Minotauro más bien por lo que éste contiene de metamorfosis. Y es que en los años 30 Picasso afrontaba su ruptura con Olga Kokhlova mientras empezaba otra relación con Marie-Thèrese Walter marcada por una temprana paternidad. En otros grabados menos explícitos, el Minotauro comparece ciego y guiado por una niña (o la propia Walter) que sostiene una paloma: una posible mirada, según Luna, "al mundo ideal infantil por el que pudo Picasso sentir una especial nostalgia en aquella época". Pureza y dureza en cómplice tándem.
También anunció José María Luna, en compañía del director del Departamento de Exposiciones de la Fundación Juan March, Manuel Fontán, que la colaboración entre ambas instituciones continuará en 2015 con otra exposición dedicada a las Metamorfosis de Ovidio, en la que también participará la Biblioteca Nacional y en la que se reunirán obras de otros artistas además de Picasso. He aquí otra oportunidad al Renacimiento.
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