Libros

Memoria de Saltés

Interior de la librería Saltés, con estantes y mesas atiborrados de libros: el paraíso para cualquier lector.

Interior de la librería Saltés, con estantes y mesas atiborrados de libros: el paraíso para cualquier lector. / Josué Correa

En el frágil ecosistema del comercio tradicional o de proximidad, una tienda, un almacén, un sencillo quiosco, resultan imprescindibles para que el tejido social de los centros urbanos goce de buena salud. Pasear para ver, entrar para comprar o curiosear, forman parte de la ruta de cualquier turista. También de nuestro simple ocio cotidiano o de la urgencia por encontrar más cómodamente lo necesario. Suelen ser además lugares de la ciudad, o del barrio, donde se consolida el patrimonio mobiliario y monumental más valioso. Por su secuencia de trato colectivo y sin interrupciones –salvo, ay, su cierre– con el tiempo de las calles a las que siempre dan un valor añadido. Son claro testimonio, con mayor o menor valor estético, de su pequeña gran historia.

Por distintas razones y avatares, no luce Huelva un gran casco histórico. Sus más notables monumentos yacen, a mi entender, bajo tierra y son testigo de uno de los enclaves civilizatorios más antiguos y pródigos del oeste de Europa. Sin embargo, sí poseen nuestras calles, desde el antiguo castillo de San Pedro hasta las riberas del Tinto y del Odiel, un aire sencillo y tan amable de antigua población de mineros y marineros. Cuando en los años setenta del siglo pasado ponen sus promotores el nombre de Saltés a la librería, quizás pensaron que convenía profundizar en su historia y su cultura como palancas de un proyecto que, más allá del comercio de libros, pretendía mayor espacio para el pensamiento, y presentía la llegada de la Democracia.

Así Saltés se convirtió de inmediato en un lugar de referencia de la Libertad –“sin ira” llegará a cantarla Jarcha, que nacía por las mismas fechas y con el mismo espíritu– y foco, tan arriesgado como clandestino entonces, del debate político y de la agitación por la Cultura. Catedral de ella, la han llamado con justicia al cumplir ahora sus primeros cincuenta años y resistir, justo antes de la pandemia, a una posible desaparición. El coraje de su nueva gestora, Estrella Villalba, y la fidelidad y diligencia de Luisa y Álvaro, han hecho posible que la librería no sólo mantenga intacta su memoria –desde la que recordamos a María José Zafra y a Miguel Ángel Rubira y Pilar–, sino la calidad y abundancia de los buenos libros. Que se resisten a ser arrinconados por otros productos de papelería o juguetería con los que muchas otras librerías, de barrio o pueblo, sobre todo, intentan sortear su posible naufragio.

Celebra, pues, nuestra veterana librería sus cinco décadas con nuevo logotipo, color azul del cielo de la sabiduría, mejores canales de difusión y el mismo empeño y trato –cercano, amable, inteligente– de siempre. Nos proponen además estos días un programa literario diseñado para todos los públicos. Asaltando incluso la Poesía, y recordándome que hace casi cuarenta años esa librería, a la que yo me acercaba con veneración adolescente, me editaba, junto al pintor Buly, un libro, baraja de veinticuatro poemas y dibujos, que convocaba, desde el decidido color rojo de su estuche y la advocación de don Luis de Góngora, el paso de las horas. Bien cumplidas las observo en la Memoria de este entrañable comercio de la calle Ciudad de Aracena y que –como testigo mayor, y mejor, de este medio siglo– se enfrenta al futuro con la inspiración diaria de las Buenas Letras: para leer la vida y vivir los libros.

José Juan Díaz Trillo es escritor y poeta.

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