Cultura

Mafia y corrupción

A nadie puede dejar indiferente Ridley Scott. La suya, como pocas, es una filmografía de calidad pero también de una gran variedad, de una diversidad de géneros que el realizador británico ha tratado con una regular ponderación y acierto. El "cine negro", de tanta tradición en la cinematografía estadounidense, tiene ahora en esta visión de Scott una perspectiva digna de la mejor consideración.

En ella nos trasladamos a las calles de Nueva York en los albores de los años setenta, cuando se agravaba la situación bélica en Vietnam y Estados Unidos vivía sus consecuencias. El consumo de estupefacientes aumentaba de manera alarmante y hacía estragos especialmente en una juventud desesperanzada. La mafia afianzaba su poder en el tráfico de los narcóticos con la corrupta complicidad de algunos miembros de las fuerzas del orden y del ejército.

En este ámbito de apogeo de la mafia y la corrupción surge la figura de Frank Lucas. La repentina muerte del gran "boss" de la Cosa Nostra en el negocio del narcotráfico, aprovecha esa ruptura en la estructura del poder mafioso para iniciar su propio imperio y comenzar a prosperar. Su personal manera de organizar la venta de droga de la mejor calidad, importada directa y clandestinamente desde Bangkok y vendida a menor precio, a pesar de su gran pureza, en una competencia que otros gangsters no soportaban, lo convirtió en un auténtico jefe.

Por otra parte Richie Roberts, es un policía con problemas en su vida privada pero con una constancia irreductible en su labor profesional. Su sagacidad y contumacia en las investigaciones le permitirán descubrir que hay alguien por encima de las mafias que lidera el mercado de la droga en Nueva York. Sus pacientes pesquisas le llevarán inexorablemente a su objetivo.

Desde los primeros momentos de la proyección uno atisba un clima muy especial en esta puesta en escena del guión escrito por Steven Zaillian, el autor de 'Gangs of New York' (2002), de Martin Scorsese. Sobre todo el despliegue de una potencia visual y un ritmo narrativo que dejan sin posibilidad de tregua al espectador.

El dominio de los escenarios, en este caso en su mayoría las calles de la inmensa metrópoli neoyorkina, su sentido realista, su perfecta concepción del encuadre fotográfico y el eficaz trabajo del diseño de producción, convierten la película en una espléndida narración en imágenes, que sabe articular y expresar con rotundidad para el espectador lo más sustancial de una trama bien estructurada y manejada con mano maestra.

Ni siquiera la larga, quizás excesiva duración de la película, llega a pesar en el ánimo espectador, sin duda intrigado por el curso de los acontecimientos y admirado por la factura técnica de la narración. Realza el interés de todo ello la magnífica interpretación de Denzel Washington, que da la debida contención al protagonista, bien secundado por Russell Crowe, menos hierático que otras veces, así como unos secundarios tan prestigiosos como lo han sido siempre en el cine norteamericano.

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