Luz que agoniza
Me perdonarán que haya tomado la licencia de servirme del título de una película para usarlo en este caso. Se trata como saben muy bien los buenos cinéfilos del inolvidable film Luz que agoniza (1944), de George Cukor, protagonizado por Ingrid Bergman, ganadora del Oscar a la mejor interpretación femenina de aquel año, Charles Boyer y Joseph Cotten, muestra magistral del más auténtico thriller psicológico. Las luces que hoy se atenúan y pierden su brillo son las del cine español que agudiza su crisis, como nos aseguran las estadísticas y comprobamos a diario en nuestra visita a las salas. La recesión es general, pero la nuestra es más dolorosa por resultar más cercana. Puede parecer paradójico y algunos lo considerarán tal vez osado cuando acabamos de iniciar en Huelva el XXXV Festival de Cine Iberoamericano, con una muestra atractiva y copiosa. Porque los festivales siguen su marcha pero en las salas a diario disminuyen los espectadores.
Las cifras son indeclinables: el año pasado se rodaron en España 167 largometrajes. Demasiados, el número más alto en nuestra cinematografía, más que en otros países de superior demografía e incluso de posibilidades. Resultado: muchos no se estrenaron, otros duraron un suspiro en cartel, algunos sobreviven penosamente algunos días, muy pocos, los menos, triunfan logrando importantes taquillajes. De ciertos títulos buena parte del público no sabe nada, de otros sí porque se publicitan hasta en los telediarios-basura y esos sí que son más atendidos. Actualmente tenemos el caso de Ágora, una excepción, una raya en el agua del naufragio.
A veces ciertas posturas no favorecen las circunstancias. Recuerdo que recientemente Marisa Paredes al agradecer el primer Premio a la Cinematografía otorgado por la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, solicitaba de los jóvenes que no se dejen "influenciar por odios recientes que les alejen del cine español". Este victimismo a ultranza no favorece precisamente las simpatías del cine español por parte de un público obnubilado o confundido por unas actitudes de ciertas gentes del cine por motivos extracinematográficos y apoyos que no cuentan con la simpatía de todos.
Pero de esos brillos mortecinos de la comercialidad y las taquillas, de las salas desoladas y los abandonos, hay un eco mediático y hasta literario. Ahí está el libro de Iván Reguera, cuyo título parafrasea en parte el que pusiera e su texto autobiográfico el genial Luis Buñuel, El último suspiro del cine. El autor expone que "el cine, tal y como lo tenemos entendido" está en las últimas. Y nos anuncia un caos inminente cuando habla de que las grandes productoras, las majors en la jerga fílmica "rindiéndose a la evidencia, no van a generar más que productos, subproductos y franquicias dirigidas a un público infantil y juvenil. Videojuegos, aventuras de superhéroes, terceras y cuartas partes…" No sé si el autor va al cine pero todo eso ya lo estamos viendo en las pantallas. La infantilización cinematográfica de la que venimos hablando hace tiempo. Dios coja confesado al cinéfilo adulto.
Y para que no falten noticias más desalentadoras hasta en Hollywood están asustados. Los grandes estudios buscan afanosamente una salida a la crisis haciendo rodar cabezas e importantes productoras sufren importantes pérdidas por los bajos ingresos de taquilla e incluso las flojas ventas de DVDs. Ya ni el star-system, los repartos con poderosas y atractivas estrellas al frente del reparto salvan las películas. Serios analistas opinan que no todo se debe a la recesión económica global sino que cabe achacarlo a los cambios en los hábitos de los espectadores y el poder atractivo de Internet. Por otra parte los productores audiovisuales de Estados Unidos se quejan de que España es uno de los países donde más se piratean sus productos, aunque también sea un gran mercado para ellos. En fin una situación inquietante que nos recordó aquella famosa película, Y es que uno siempre tiene, irremediablemente, fijaciones cinematográficas.
También te puede interesar
Lo último