Toros

Luque se alza triunfador en el festejo de Palos y comparte Puerta Grande con Ureña y Miranda

  • Vuelta al ruedo para el quinto toro de Juan Pedro

Luque le dio una vuelta al ruedo al toro más vulgar de la aceptable corrida que Juan Pedro Domecq echó ayer en el Coso del Descubrimiento. Luque, hoy por hoy, le pega pases hasta a una farola y así lo dejó demostrado con esa faena de honradez técnica y desparpajo confiado ante un toro al que le faltaron virtudes de humillación y bravura pero con el que el sevillano hizo alarde de la aparente facilidad con la que le puede a los toros.

Porque no solo le armó ese taco al quinto para después estoquearlo con rotundidad por arriba sino que ya antes había mostrado ante su primero, un toro con fuelle y movilidad al que el de Gerena lanceó con pureza y al que por ambas manos lució con la muleta. Pudiendo sin hostigar demasiado pero llevando muy cosido a la muleta la nobleza y buen son de su primero hasta hacer estallar la faena para el tendido con el buen trazo de su mano izquierda manejando el trapo.

Es posible que a Luque cueste recordarlo por los detalles tal o cual de una faena, pero sin embargo se le recuerda por sus triunfos. Por lo macizo de sus actuaciones. Por sus tardes. Y ayer fue la tarde de Luque.

También la de Juan Pedro que en definitiva salva su honra ganadera en el conjunto de una corrida que tuvo decencia en su presentación y juego salvando esa falta de fuerzas del primero, algún atisbo de mirar a tablas pero abrochada con la bravura encastada, seria y honrada del toro que cerró plaza en manos de David de Miranda.

Solo el torero sabrá el esfuerzo que costó estar delante de ese toro pero sinceramente recordaba en esa bravura rebosada viniendo de lejos aquel juampedro de Madrid. Aquel del triunfo injustamente tapado por la miserable pandemia. Ayer la bravura intensa le tocó al triguereño y sinceramente se apañó de dulce con la picante embestida del tercero de la tarde. Dicen aquello de los perfumes caros en frascos pequeños y desde luego el torito, menguante de morfología, tuvo dentro la importancia que la casta le pone al toro cuando hay un torero disputando constantemente el terreno. Casta correspondida con la bravura de unos estatuarios valientes desde el platillo de la plaza. Argumentario valiente en las bernardinas que lo cerraron. En medio de todo la desnuda sinceridad del triguereño para poner de acuerdo al tendido y correr la mano con largura por ambos buscando la hilazón que tienen los cinco muletazos de cada serie cuando el toro de verdad empuja. Y este tercero empujaba con la certeza de tener que emplearse el torero corriendo la mano sin dudas, con poder y con mucho mejor tempo para lucir el temple que con el que se empleó para a embarcar al que cerró plaza. Triunfo sudado este de Miranda, intenso de principio a fin el de Trigueros arropado sin fisuras por un apasioando tendido.

Estuvo frio el tendido con Ureña. El de Lorca sorteó el toro de menos fortaleza de la corrida. El que abrió plaza y que sirvió para mostrar al Ureña técnico, limpio de trazo el muletazo y aguantando la desazón del publico cuando una y otra vez el de Juan Pedro claudicaba, aunque el no despreciaba buscar en la clase que intuía en el animal su compromiso con la estética.

Nuevamente comprometido frente al cuarto a Ureña se le vio más metido en la tarde y conectando con el tendido. Corría la franela con buen son sobre el albero y al murciano le salió ese toreo valioso para el aficionado. Fue creciendo la faena hasta alcanzar con su mano zurda lo más intenso de la misma. La estocada rubricó su particular Puerta Grande.

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