donde habita el arte

Latidos en la sala de estar

  • Santiamén. Un pub con espíritu de gran centro cultural revoluciona la provincia en pleno corazón de Lepe con vocación de servicio público: no hay propuesta pequeña ni reto grande

Hay una vieja casa en Lepe con alma y corazón. Tiene alma ese caserón con historia por su arraigo en la memoria popular, por el cariño de un pueblo que pasaba por allí a diario, muchos años atrás. Allí donde compraban a Lola Galvín huevos frescos y pan entre aquellos primeros recuerdos devotos de La Bella, hay paredes de piedra encaladas que guardan ahora un gran corazón, pleno de vitalidad y de pasión. Hay en ese corazón generosidad y entrega a quienes hoy lo habitan, que no son los protagonistas de aquellas evocaciones ni sus actuales propietarios, sino todos aquellos que entran por su puerta. Dentro, en pleno centro neurálgico del pueblo, a dos pasos reales de la plaza del Ayuntamiento, Santiamén es mucho más que un pub o una cafetería: es un hogar de cultura, una casa donde alimentar inquietudes y agitar a la Huelva pasiva; cada vez menos en la provincia gracias a lugares como éste, también ahí en la costa, al alcance de cualquiera.

Cerrará 2008 con cinco años de pura vocación pública de servicio, ofreciendo una alternativa a la oficialidad en la acción cultural. Es ejemplo de activismo, en este sentido, por afinidad, conciencia, responsabilidad y altruismo. Mientras unos mantienen un negocio, ya admirable en este contexto duro aún, Pino y Mato han conseguido darle identidad propia al lugar. Santiamén da forma a un concepto de encuentro que vagaba en el aire, indefinido pero necesario para público y artistas, aficionados y creadores en ejercicio, escondidos, reconocidos y por descubrir, que han encontrado en este rincón lepero una casa de acogida para soñar.

Todavía ahora, con la perspectiva de casi un lustro, se reafirman en su renuncia a poseer para compartir. Sustituyen la riqueza material por la inmaterial, que sienten plena en ese acto constante de abrir una ventana a la que mirar y por la que asomarse. Esto trasciende los hábitos de lo terrenal por ese deseo de "dar un poco más, educar más". Puro ejercicio de corresponsabilidad social de quienes saben qué mundo habitan y ofrecen un espacio en él para vivir.

Y los visitantes lo encuentran en las habitaciones de ese caserón; repartido entre estancias, pasillos, patios y antiguos establos, con signos inconfundibles de esa apuesta por una oferta total. El bar es la excusa, la plataforma; el fin lo es todo: el bien común, pura dinámica social con la cultura como elemento integrador en dos direcciones, que, realmente, es una sola.

Cada mes estrenan una exposición que redecora continuamente las paredes, llenas de vida pasada y presente. Bien valen la pintura, la fotografía o la escultura, como vestidos, zapatos o cualquier cosa que la imaginación de un artista alcance. Todo lo que se pueda colgar. Hay reciclado mobiliario, objetos que transportan a otro momento, aportaciones de amigos y clientes: regalos de valor incalculable, como esa guitarra desvencijada con la que, aseguran, arrancaba acordes imposibles el Niño Miguel, o aquellos viejos aparatos testigos en primera línea de la Huelva, también pionera, radiofónica. Y hay muestras permanentes repartidas por la casa, como los excepcionales bonsáis de hilo de cobre que un albañil del pueblo en paro, convertido en mágico heredero de la ancestral botánica japonesa, transforma en excepcionales obras de arte de venta al público. Un ejemplo entre varios más allí de que no existen limitaciones para nadie cuando de transmitir a los demás se trata.

Es Santiamén una casa de emociones, permanentes y nacientes, para experimentar hasta por sensibilidades ocultas en un esfuerzo mínimo. Porque el corazón de esa casa sale de esos muros y reparte, espléndido y solidario, entre quienes necesitan de una mano en el hombro, un esfuerzo compartido y una invitación para ser un poco más libres a través de la música, de cualquier disciplina artística o del deporte en este mundo de individualidades acentuadas por una falsa colectividad virtual.

Hace seis meses se aliaron con las redes, buscando los recovecos de internet, para convocar un concurso de microrrelatos que recopiló 353 obras procedentes de 19 países y tres continentes. El resultado queda en Cien instantes en un Santiamén, libro editado por los amigos de El Libro Feroz cuyos beneficios van a parar a una ONG local. En otros casos sería una obra testamentaria, pero es aquí una puerta más abierta a una casa que contiene un universo en sí misma, agitada por un corazón que no deja de latir en la sala de estar de este nuevo hogar que a todos espera.

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