cRITICA DE MÚSICA

Lamentos del crepúsculo

Es tiempo de serenidad, de soltar el peso acumulado por nuestra sinrazón. Al caer la tarde un viento sutil nos habla que una estación del año dará paso a otra, y así, el hueco frío será cubierto por cálida hierba. Y justo en ese cambio se alza inefable el dolor, necesario para que los adentros se transformen. La humanidad está mirando a la noche que acaba de precipitarse sobre todo para hacer una pregunta sencilla. Ahí nace la música sacra como una zambullida en ese encuentro apasionante del abismo y la luz. Y Huelva pone en pie las tres columnas vocal-religiosas que caracterizan al determinante camino hacia la Pascua: la Pasión, el Stabat Mater y el Miserere.

Hay que remontarse a los antiguos misterios para advertir la presencia de la Pasión de Cristo como género musical. En Roma hacia el siglo XIII ya se autorizaba la representación del sufrimiento de Jesús con la base de canto llano. Y durante el siglo XV el motete diversifica aquel estilo inicial. Un siglo más tarde aparecerán las obras de Di Lasso, De Victoria y Byrd, antesala de un Heinrich Schütz que va a mostrar influencias italianas. A finales del siglo XVII se compone pasiones con cantos, recitados y comentarios alternados. Y si Händel escribe con un lenguaje mixto de oratorio y ópera, el punto culminante vendrá de la mano de Johann Sebastian Bach, cuyas pasiones según San Mateo y San Juan motivarían a sus hijos en una línea a caballo del Barroco y el Clasicismo. Luego destacan la Trilogía sagrada de Perosi y las reveladoras composiciones de Arvo Pärt, una confluencia de modos antiguos, clásicos y actuales en perfecta simbiosis.

El Stabat Mater dolorosa es el nombre de una secuencia de la liturgia asignada para el Viernes santo y el quince de septiembre. El texto se atribuye a Jacopone da Todi, franciscano de Italia. El extenso poema contiene logradas evocaciones que lo elevan a la categoría de literatura mística pues no hay una obra que exprese mejor el sufrimiento de la Virgen por la muerte de su Hijo. Aparte de su canto llano tradicional que acompaña a los cultos con una devoción entrañable, el Stabat Mater ha sido musicalizado por Des Près, Palestrina, Vivaldi, Pergolesi, Haydn, Schubert, Dvorak y Kodaly. La de Vivaldi es de una austeridad desgarradora que mantiene el carácter sin modular a tonalidades mayores; Pergolesi compone un verdadero drama sagrado con inspiración de altura. Haydn engarza al oratorio y la sinfonía en texturas excelsas mientras que Dvorak opta por una densidad típicamente operística en que cada frase desgrana una hondura religiosa hasta entonces impensable.

El Miserere es el quincuagésimo salmo de la Biblia y se canta en el oficio de Laudes. Uno de los ritos de Tinieblas correspondientes al Miércoles y Viernes santos que se acompaña de varias velas, apagadas al son del rezo o canto hasta quedar una sola encendida. En la Capilla Sixtina se utiliza para este salmo la música de Allegri, a nueve voces, una composición que llegó a difundirse gracias al talento de Mozart, autor asimismo de música a partir de las Sagradas Escrituras. Otros ejemplos se deben a Des Près, Lully, Zelenka y el propio Mozart. Zelenka aglutina la mejor tradición polifónica y el esplendor vocal, contorneado por un misticismo a corazón batiente que hace de esta obra una genialidad. El de Mozart, compuesto en la menor, pone de relieve su índole penitencial al prescindir en el coro de la cuerda de soprano, una práctica ya usada en el Barroco donde las texturas más penumbrosas de la armonía contribuyen a que el recogimiento se mantenga de principio a fin.

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