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Hipatia, mártir

  • Siruela reedita el ensayo de Maria Dzielska, donde la profesora polaca desmitifica la controvertida figura de la gran filósofa, astrónoma y matemática alejandrina

Como suele suceder en estos casos, el próximo estreno de la última película de Alejandro Amenábar -Ágora, que llegará a las pantallas en septiembre- ha rescatado del olvido el nombre de Hipatia, la filosófa, astrónoma y matemática alejandrina que fue brutalmente asesinada por una turbamulta de fanáticos cristianos en los inicios del siglo V después de la Era. Hace unos años, el malagueño Pedro Gálvez publicó una vida novelada, Hypatia. La mujer que amó la ciencia (Lumen, 2004), de marcado tono reivindicativo. Otra reciente novela de Magdalena Lasala, La conspiración Piscis (Styria), y un nuevo estudio de la profesora de la Universidad de Málaga Clelia Martínez Maza, Hipatia (Esfera de los Libros), ambos de 2009, abordan desde distintas perspectivas la sugerente figura de la gran mártir del paganismo, en cuya trágica muerte muchos han creído ver el final de toda una época. Publicado a mediados de los noventa y reeditado ahora por Siruela, el presente trabajo de Maria Dzielska, catedrática de Historia Antigua en la Universidad Jagelónica de Cracovia, es un serio y documentado intento de desmitificación que ha cobrado actualidad con la polémica, suscitada en medios conservadores, a propósito del rigor histórico y las intenciones últimas del mencionado filme.

Como explica Dzielska, el protagonismo de Hipatia en el imaginario occidental, y en particular el uso de su figura como arma arrojadiza en disputas intelectuales, se remontan muy atrás en el tiempo. Sobre la filósofa alejandrina, dice, se ha ido tejiendo una leyenda cuyos contornos no se corresponden del todo con la realidad histórica. Toland, Voltaire, Gibbon y otros ilustrados se sirvieron de ella para argumentar su rechazo de la intolerancia religiosa. El clérigo e historiador inglés Charles Kingsley escribió un extenso libro titulado Hipatia o los nuevos enemigos con rostro antiguo (1853), donde "la última de los helenos" representa "el espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita". Los decadentistas de finales del siglo XIX se acogieron a Hipatia, flor de la Antigüedad Tardía, como encarnación postrera de la belleza pagana, ultrajada por el fanatismo del nuevo credo triunfante. Para recomponer hasta donde es posible los trazos de la verdadera imagen de Hipatia, la autora polaca, estudiosa del filósofo neoplatónico Sinesio de Cirene -discípulo de la alejandrina, a quien llamaba en sus cartas "madre, hermana y maestra"-, acudió directamente a las fuentes, con la intención de hacer frente a "la corriente racional o ilustrada" y poner en claro cuánto hay de cierto en el mito de la hermosa doncella atrozmente asesinada -fue literalmente despedazada y quemada- por la intransigencia cristiana.

Hija del sabio Teón, que la inició en el estudio de las matemáticas y la astronomía, Hipatia fue una mujer de grandes conocimientos que se movía en los círculos restringidos de la gran cultura helénica, un entorno elitista donde convivían la filosofía, la ciencia y las tradiciones herméticas. Los acontecimientos que llevaron al asesinato hay que verlos, dice Dzielska, en el contexto del enfrentamiento (político) que mantenían el gobernador Orestes y el patriarca Cirilo, verdadero instigador de los hechos -propagó la especie de que se trataba de una bruja- y a quien luego harían santo. Fue no la comunidad cristiana en su conjunto, sino una facción integrista que recelaba del carisma personal de Hipatia y de la aristocracia pagana a la que pertenecía, la que desencadenó la tragedia. En última instancia, el neoplatonismo de Hipatia estaba bastante próximo a la órbita cristiana. De hecho tuvo discípulos cristianos, entre ellos el propio Sinesio, que llegó a ser obispo de Ptolemaida. Su helenismo era en fin más cultural que religioso, pues no consta que profesara religión ninguna. Por otra parte, frente a la tradición iconográfica más difundida, que le atribuye una belleza física de la que tampoco existe constancia, Hipatia no era una joven muchacha en el momento de su martirio. Dzielska sostiene que habría nacido en torno al año 355, y por tanto tendría unos sesenta años cuando murió, en 415, linchada por las turbas. Aunque sea tentador, en fin, ver su muerte como símbolo del crepúsculo del helenismo en la gran ciudad norteafricana, lo cierto es que la cultura alejandrina siguió brillando tras el cruel asesinato y alcanzó logros importantes hasta el siglo VI.

Hay quienes, como el citado novelista Gálvez, han atribuido a Dzielska una visión sesgada, comprometida por la defensa a ultranza del cristianismo. No hay tal, a nuestro juicio, entre otras cosas porque -pese a su abierto desdén por las interpretaciones ilustradas- las bien argumentadas matizaciones de la autora no afectan a lo fundamental. Joven o vieja, pagana practicante o teórica alejada de la religión, último gran talento de una estirpe o hito cultural de una tradición que sobrevivió a su muerte, Hipatia fue víctima del fanatismo, y no hay duda de que fueron cristianos embrutecidos los autores del crimen. Es verdad que vivió una época extremadamente violenta y que no faltan noticias de hechos coetáneos en sentido inverso, pero tan inapropiado es hacer de Hipatia un arquetipo de las modernas reivindicaciones de género como querer quitar importancia a unos hechos repugnantes que tampoco fueron excepcionales, pues está sobradamente atestiguado que también el helenismo tuvo sus mártires.

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