Faustino Rodríguez y la caja de colores
La caja de colores es una historia hermosa. De cuando Faustino era niño, de cuando todos éramos niños, tal como seguimos siendo


En el centro de arte Harina de Otro Costal, en Trigueros, al luminoso mediodía del pasado sábado se abría una exposición que recoge el hacer sobre el lienzo del pintor Faustino Rodríguez (Huelva, 1957). Recuerdos y pinturas envueltos en la sonrisa amable del artista onubense que ha elegido un espacio y un lugar -también unos amigos- a los que tan ligado profesional y espiritualmente está, para mostrarnos su vida entera, para abrirnos de par en par las puertas de su alma.
Hasta el 30 de abril estará abierta en la galería gestionada por Juan Manuel Seisdedos y Lourdes Santos esta caja de colores, de sueños y de recuerdos en la vida de Faustino Rodríguez. A la entrada misma del centro de arte, dando la bienvenida al espectador, repararán en una vitrina que muestra esa primera caja de colores que el artista, no levantando aún más de un metro del suelo, le pidió a su tía que le regalara cuando otros niños, a esas edades, reclamaban trenes eléctricos o balones de reglamento. Y ahí empezó todo.
Está la caja de colores y en derredor algunos de sus primeros dibujos, luego, de inmediato, van apareciendo en las paredes del centro de arte, a lo largo de todas sus salas, un maremágnum de trabajos que nos llevan de un lado a otro de la amplísima paleta de estilos que Faustino ha cultivado, mente inquieta, a lo largo de toda su trayectoria profesional.
Una trayectoria diversa, amplia, que se inicia a fines de los setenta en una muestra que todavía recordamos en la galería que tuvo abierta en Huelva el Banco de Bilbao. Acto seguido y tras esos primeros dibujos, cuando el espectador se adentra en las distintas salas del centro de arte triguereño, va descubriendo las diferentes etapas y los diferentes estilos que ha cultivado un inquieto personaje ligado desde temprana edad al arte desde diferentes perspectivas: cartelería, cabalgatas, escenografías, títeres... y a una pintura al fin reconocible en sus pinceladas, que son las que resumen, oblicuas, los fundamentos plásticos de Faustino Rodríguez, el pintor que ha abierto de par en par las puertas del Centro de Arte Harina de Otro Costal para decirnos, como en aquel programa casi olvidado de cuando la televisión era en blanco y negro, esta es mi vida.
Real e irreal, figurativo y abstracto, geométrico y abandonado a los vientos que acarician a veces violentos las hojas de los eucaliptos del Conquero. Una incontenible necesidad de moverse por la historia del arte, un no poder dejar una página abierta ni por un momento. Que todo en Faustino fluye con una intensidad caótica que luego va modelando y apaciguando gracias a una pincelada lenta con la que acaricia y mima el lienzo. Es su manera, su metodología, pero también su carácter. A estas alturas muchos somos conscientes de que tras su pintura no hay otra cosa que verdad, la suya, la que ahora muestra plena de aristas suavizadas por su manera de ser, la que nos va dejando ver recuerdos y entrever, como siempre, fecundas sorpresas.
Y todo empezó hace mucho tiempo, cuando un niño que quería ser pintor pidió una caja de colores con la que retratar todo lo que tenía alrededor, en su entorno más inmediato, donde Faustino Rodríguez tenía la luz hecha historia, un cielo infinito y limpio, y bajo él unos paisajes mecidos por la brisa de un mar por el que esta tierra ha estado abierta a todos los mundos y a todas las gentes. Se puede explicar entonces que el artista onubense, muchas cajas de colores después de aquella que le pidió a su tía tan niño como era, tan niño como es, haya transitado por tantos estilos y tantas experiencias, por tantos mundos como pasan por su cabeza. Faustino Rodríguez, pintor. Mente abierta e inquieta.
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