El arte de 'Estruna' siembra en Huelva la soñada paz universal
En la suavidad de este verano incipiente, Huelva recibía a uno de sus grandes embajadores, Arcángel, cuya imparable carrera sigue nutriéndose de todo cuanto la vida ofrece en cada encuentro. Tres cuartos del aforo del Palacio de Congresos se ocupaba el jueves: muchos incondicionales del onubense se dieron cita en una velada que prometía emociones fuertes. Hace veinte años, el Misterio de las Voces Búlgaras actuaba en el Gran Teatro; entonces era medio centenar de cantantes y un selecto equipo de bailarines; en este 2014 retorna aquella savia musical en una decena de voces agrupadas bajo el sobrenombre Tulipanes para poner en pie Estruna.
Dicho nombre nos remite al río donde transcurre agua de dos tradiciones; su significado literal de cuerda nos recuerda ese vínculo no visible de que hablan los filósofos clásicos. En este proyecto musical suena la arrolladora fuerza de lo primigenio, hay una consciencia radiante que propicia un movimiento de todas las cosas; escuchamos un clamor ancestral que lleva el teluro de la Tierra y la magia sideral que en la voz del hombre se torna en pregunta sin respuesta. La avidez experimental de este tercer milenio ha juntado a las Nuevas Voces Búlgaras y Arcángel en un arte que a grandes pasos nos abre horizontes apostándose por una fusión siempre respetuosa de géneros y estilos nuevos y antiguos de aquende y allende. Uno de los mayores atractivos de Estruna reside en el equilibrio perfecto que se establece entre la música melismática y la mensurada: la ausencia de compás en una música y la presencia del ritmo marcado en otra se han ido acercando recíprocamente hasta conseguir una fusión ideal donde surge un nuevo tema recreado que no prescinde del elemento de origen.
Y a la nanita nana es un ejemplo que nos permitió adentrarnos en esta simbiosis, tan reveladora para eruditos y aficionados. Además, las típicas disonancias de la música popular búlgara, heredera de los imperios bizantino, otomano y griego, se solaparon genialmente en la canción española. Arcángel y las Nuevas Voces Búlgaras lucieron al máximo en Yo soy el mar, el aire y la lluvia y el Tirititrán: la primera dejó absorto al público con sonoridades hipnóticas que describían muy acertadamente el texto y la segunda consistió en una ingeniosa recreación del conocido tema, que el coro diversificó maravillosamente. Por separado, Arcángel sentó cátedra en Aurora de Nueva York, donde sacando partido a la poesía alternó dos registros en su cante (uno templado y reflexivo; el otro ferviente e incisivo) y en Que cante la verde oliva, cuyo ímpetu se coronaba con dos modulaciones originales hacia el final en alusión a una estrella. Las Voces Búlgaras encontraron su apogeo después de un tema donde se compaginaron el idioma propio con el español de Arcángel; fue ahí cuando el maestro Georgi Petkov llenó el auditorio de arte coral con audacias melódicas y armónicas que conquistaron al público, gracias también al atractivo recurso de la onomatopeya.
Eficiente el grupo de instrumentistas, que redondeaba el palpitar del espectáculo dando dinamismo, brillantez y sutileza al concepto de Estruna. Dani de Morón daba esa frescura y picardía imprescindibles, que se complementaron en Antonio Forcione, cuya guitarra acústica definió esos perfiles enigmáticos que requería la velada en su cuerpo central. Yelsi Heredia ambientaba con el punteo de su contrabajo, hecho más cadencioso junto a Agustín Diassera, infatigable y certero en la percusión. Faltó en escena el flautista Theodossi Spassov, anunciado en el programa de mano.
El mismo Arcángel no quería desaprovechar la ocasión para recordar a Enrique Morente, el pionero en esta fusión musical con las Voces Búlgaras, hace veinticinco años. Habría sido conveniente más tersura en la sonorización de las Voces Búlgaras pues en sus intervenciones a capella resultaban un tanto ásperas. La música de ambiente media hora antes del espectáculo con preferencia localista fue un incentivo para el auditorio; pero ensombrecía el proyecto común.
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