Dignidad matizable
CONCIERTO SACRO. "Miserere" de Hilarión Eslava. Ruiz, Jiménez, Pérez, Requena y Castilla (solistas), coro de la Universidad de Huelva, Orquesta joven de Jerez "Álvarez Beigbeder" y Real agrupación artística de Valverde del Camino. Maestro de coro: Luis Carlos Martín. Dirección musical: Antonio Garrido Pazos. Catedral de Huelva. Miércoles, 24 de marzo de 2010. Nueve de la noche.
Estimulante la propuesta que hizo el Área de Promoción Cultural del Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de Huelva. Con motivo del centésimo septuagésimo aniversario del estreno del Miserere" de Hilarión Eslava, se había pensando en la Catedral, el coro de la Universidad onubense y una fusión de instrumentistas de las provincias de Huelva y Cádiz. Mucha expectación al anuncio de una partitura que en palabras del crítico Enrique García Franco es "el punto medio de expresión que participa de ópera italiana y de la primitiva zarzuela grande decimonónica". Además, se da la circunstancia de que la fecha del Miserere de Eslava (1835) coincide con la de la Pequeña misa solemne de Verdi; ambas engarzan distintas categorías en una simbiosis de melodías y recursos convencionales que agrada al gran público.
El Coro universitario conquistaría alturas interpretativas memorables; son pocas las ocasiones en que la espiritualidad cantada surca las naves, acaricia los ábsides y llega hasta el cimborrio de la Catedral. Un clamoroso ad mortem del primer número condujo a la música a sonoridades culminantes, acentuadas desde la comprensión del texto; síntesis músico-verbal obtenida en el Cor mundum, construido desde la íntima magnitud que abraza todo a su paso (el verso habla por sí mismo: "Crea en mí, ¡oh, Dios!, un corazón limpio y renueva el recto espíritu de mis entrañas"). A rasgos generales se notaba a la cuerda de tenores forzadísima, con melodías gritadas; excepcionalmente las cuatro voces mixtas abrieron excesivamente la emisión durante el Miserere mei Deus, lo que hizo del canto un estilo muy gentil.
Bastaron los compases introductivos de la obra para que se evidenciase el corpulento empaste que resultaba de fundir la orquesta jerezana con la agrupación valverdeña: cuerda y viento se imbricaron en texturas resistentes y esplendorosas, que abrían, cerraban y servían de transición con tutti modélicos, contrastados en un excelente solista de clarinete (lucido en los primeros números) y una deliciosa sección de trompas, a flor de piel en el pórtico de Cor mundum.
Antonio Garrido Pazos, desde el podio, fue haciendo realidad un concepto muy transigente en el forte, matiz que rebasó la frecuencia de decibelios estéticamente aceptables, lo que convirtió al Quoniam en algo abrasador (no había tregua en el fraseo). ¿Enardecimiento por la suntuosidad de la partitura? El director deparó tal libertad que las masas vocal-instrumentales a veces traslucían la tentadora arrogancia escénica (aunque un Miserere no sea repertorio escenificable). Garrido se olvidó de trabajar el espectro piano, un defecto que eclipsaba a los cantantes solistas, bastante flojos: contratenor antinatural, tenor de frases imperfectas, barítono deslustrado y un par de voces blancas bonitas pero sin ensamblar.
Irritantes los aplausos que había al término de cada número, algo que no sólo quitaba la concentración sino que también rompía el sentido sagrado del género. Algunos vítores desencadenaron ovaciones estrepitosas más propias de un teatro. Esto mismo sucedía en aquel excelso Réquiem de Mozart interpretado por el coro de Namur, Il fondamento y Paul Dombrecht en el año 2006. ¿Por qué no se reivindica en Huelva una didáctica social de la música culta que evite el panorama de gente conversando, llamadas de teléfono y movimiento continuo en busca de sitio a la mitad de un concierto?
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