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Delicioso el hereje

El escritor Luis Landero (Alburquerque, 1948) posa para una entrevista en febrero con motivo de la publicación de ‘Una historia ridícula’.

El escritor Luis Landero (Alburquerque, 1948) posa para una entrevista en febrero con motivo de la publicación de ‘Una historia ridícula’. / Fernando Alvarado (Efe)

Terminando el año mil novecientos noventa, apareció un libro de poemas de JJ Díaz Trillo que llevaba por título Delicioso el hereje. Hace unos días, cuando di por concluida la lectura de Una historia ridícula (Tusquets, 2022), la última novela de Luis Landero, se me vino a la cabeza, sin saber muy bien por qué de entrada, ese título de Díaz Trillo.

Se podría decir que es esta una novela de un único personaje, suele ocurrir, aunque no siempre, con las novelas en las que protagonista y narrador coinciden: “Me llamo Marcial Pérez Armel, resido en Madrid, y tengo en muy alta estima el concepto del honor”, nos dice el narrador-protagonista en el primer párrafo de la novela. Y es este concepto, el del honor, la peana en que se sostienen la historia, un concepto rancio, elástico, inofensivo a estas alturas… y delicioso: “Capaz de causar delicia, muy agradable y ameno”, define el diccionario esta palabra.

Por otra parte tenemos que de hereje nos dice también el diccionario, en su segunda acepción: “Persona que disiente o se aparta de la línea oficial de opinión seguida por una institución, una organización, una academia, etc.” Y, efectivamente, eso es Marcial Pérez Armel (que tanto recuerda a aquel hombre superfluo de Turguéniev), un individuo que se aparta de cualquier línea de pensamiento reconocible, de una arbitrariedad perfectamente coherente; un ser inofensivo y tierno alojado en otra dimensión, la dimensión que habitan los personajes de Landero desde aquel Gil Gil Gil de su primera y extraordinaria novela, Juegos de la edad tardía, con la que sienta ya las raíces de esa dimensión a la que aludíamos, de ese personalísimo mundo en el que se ha ido desarrollando su fauna en los últimos treinta años, una personal parada de los monstruos en la que desfilan unos seres dominados por el quijotesco afán, por las pasiones inútiles, por el asombro ante un mundo que, más que no entender, sienten que no lo entienden a ellos y no comprenden por qué: unos herejes deliciosos.

'Una historia ridícula', de Luis Landero. 'Una historia ridícula', de Luis Landero.

'Una historia ridícula', de Luis Landero.

La historia que nos cuenta es la más clásica de las historias de las novelas, las de amor; las primeras novelas, las grecolatinas, allá por los años en que nació Cristo, era justamente eso lo que contaban, historias de amor que a la vez le valían al narrador para tramar sus aventuras –en una de ellas, Quéroes y Calírroe, se inspiró precisamente Shakespeare para su Romeo y Julieta–, pero la de Una historia ridícula, como el enfermo de Molière, es una historia de amor imaginario, un simple afán del protagonista, como los afanes que encarnaba Woody Allen –otro hereje delicioso– en Sueños de un seductor.

Posiblemente sea Luis Landero el escritor que hoy mejor cuenta, en castellano, al menos, y que yo haya leído. Con un estilo nada aparatoso, unas estructuras aparentemente sencillas –esta novela es un supuesto informe–, logra que todo el andamiaje de la narración esté al servicio de la atmósfera y el tono, de la voz, que son finalmente los que te envuelven; tono, atmósfera y voz perfectamente identificables a lo largo de toda su producción. Leer a Landero es como no salir del mismo barrio, del mismo grupo social, el pueblo llano que el autor conoció en su infancia en el campo y en el barrio obrero en el que habitó luego en Madrid, eso sí, trasmutados por la imaginación y tamizados por el humor y la indulgencia.

Una novela deliciosa y herética, como todas las suyas.

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