Cuidado con la mujer cubana

Cuidado con la mujer cubana
Cuidado con la mujer cubana

16 de octubre 2010 - 05:00

No piensen mal, no vamos a quitarle parcelas de entendimiento y obra a los ministros Gabilondo, Jiménez, Aído, Garmendia y Sebastián. Ni la educación (espartana y libertaria), ni la salud (del cuerpo turgente), ni la igualdad ("ahorro o muerte"), ni la innovación (Buga 1950), ni el turismo (sexual) tienen cabida en estas líneas. Lo aseguro. El cuidado con la mujer cubana lo debemos tener cuando vayamos al Museo de Huelva a contemplar la doble muestra presentada. Sala de arriba. Sala de abajo. Escultura por aquí, escultura por acá. Siga leyendo, si tiene tiempo.

La Fundación Caja Rural del Sur ha desplegado en una edición más su Otoño Cultural Iberoamericano (Ocib) una iniciativa arriesgada, meditada, decidida y, ante todo, feliz. En escasos años, y sin hacer ruido, este espacio del saber y la reflexión liderado por Jaime de Vicente ha cubierto vacíos inexplicables y ha abierto las ventanas del ejemplo a los que fueron y a los que desean ser. Gracias por sembrar árboles en el desierto y regarlos para que no se marchiten.

Es bien hermoso que durante este otoño que anuncia septiembre y recrea octubre y noviembre, Huelva se pertreche del OCIb, del Puerto de las Artes y del Festival de Cine. No queda, pues, tiempo para la queja ni para el desánimo. Disfrutemos.

Una de las primeras manifestaciones artísticas que la Fundación Caja Rural del Sur nos ofrece en su OCIb de 2010 es la exposición La Mujer Cubana, una vastísima y laberíntica muestra perteneciente a la colección Viñas-Gil, donde podemos contemplar la evolución de la escultura en la isla caribeña en el último siglo y medio. Cuestión nada baladí esto de la evolución, pues definimos el concepto prosperidad plástica en un país donde la libertad de decir y de hacer en buena parte de ese periodo se concreta en el canon establecido por el poder, en un algo así como una libertad vigilada. Y no sólo en el régimen faraónico y victoriano de los castro's brothers.

Pese a su convulsa historia, entre el saqueo y violación de los vecinos poderosos y la intransigencia de los apostadores libertarios, entre el guiño a la vanguardia europea y la explotación de los agentes autóctonos, entre la riqueza del entorno y la pobreza de la población, las artes cubanas nos ofrecen un abanico de interés que en ningún momento podemos soslayar. En el Museo de Huelva admiramos un arco evolutivo que arranca desde los ecos academicistas del diecinueve a un abstraccionismo orgánico simbólico y arquetípico, pasando por el realismo descriptivo; eso sí, todo ello siempre en el mantenimiento de la figuración, del modelo objetivo, aunque la concreción de la obra tallada se ciña de simbolismos y de consecuentes naturales e indígenas. Todo tan lineal que a menudo la evolución se hace imperceptible. Parece como si todos los artistas se hubiesen puesto de acuerdo para escribir una partitura con un tempo similar y armónico.

De lo admirado, destaca la inmensa humanidad de Ramos Blanco; la maestría de Sicre, el introductor de la vanguardia occidental en la isla, discípulo de Bourdelle y Victorio Macho; Gelabert, con estilizados toques modernistas y expresionistas; la sensualidad de Rita Longa; el clasicismo de Lozano Peiruga y el tradicionalismo de Tardo; el purismo de Agustín Cárdenas, que participó a partir de 1957 en el Movimiento Surrealista de Breton, siendo, sin duda, el menos cubano de todos; el neoclasicismo de corte picasiano de Eugenio Rodríguez; la abstracción teñida de mediterraneidad de Roberto Estupiñán; la sensibilidad y el bello modelado de Jilma Madera, o las ensoñaciones y juegos de volúmenes, pleno de simbolismo, de Quintanilla Álvarez

En todos ellos, la mujer es un símbolo raíz, es el universo donde todo gira, pues glorifica la pureza humana y no se contamina con la facilidad del folclorismo indígena. Una bella muestra, de notables artistas que, con un sentido telúrico y primario de la mujer, hacen de ella el tótem de la vida: madre, esposa. Canon de la belleza.

Vaya al Museo a ver La Mujer Cubana. Pero tenga cuidado, mucho cuidado. Deje niños, bolsos, despistes, la lista de la compra, móvil y conversaciones con su pareja en otro lugar. Del modo que está expuesta la muestra, usted no se puede permitir el lujo de distraerse. A poco que pierda la verticalidad, puede caer de bruces con una de las piedras y atracar, por no decir violación flagrante, a una de estas hermosas piezas. Imagine lo que nos podría ocurrir. Maltrato al pueblo cubano, negación de su libertad, fomento del turismo sexual, colonialismo…

Como nos pasaba con algunas de las muestras de Latitudes, es importante a la hora de determinar una exposición saber compaginar espacio y obra, contenido y continente. No por traer muchas obras la exposición es mejor. No. La selección hace selecto, y valga, a la muestra. En ésta, donde se pueden contemplar algunas de gran calidad, el deseo de abarcar el espacio hasta asfixiarlo empequeñece la grandeza de sus autores.

Tengo testigos, cuando observé ese bosque de piezas desparramado como la lluvia de oro de Danae, le pedí a la simpática bedel de la planta de arriba del museo que encerrara a mis hijas en la sala de los peines o en el montacarga. Con tanta escultura y con tan escaso espacio podrían realizar un auto de fe a modo de performance. Fidel me libre.

Pese a ello, si quiere conocer una realidad escultórica donde la vanguardia occidental se enamora de lo indígena, acuda al museo, Cuba siempre nos dice que es libre. Aunque sea con Coca-Cola.

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