cRITICA DE MÚSICA

¿Crisis de la estética?

Solistas de la Orquesta de cámara de Colonia: Anar Ibrahimov (violín) y Tome Atanasov (oboe). - Las cuatro estaciones de Vivaldi, el concierto B.W.V 1060 de Bach, Pequeña serenata K.V. 525 de Mozart y Aires gitanos de Sarasate. Teatro del Mar de Punta Umbría. 30 de julio de 2012. Diez de la noche.

La primera impresión al ver el cartel del concierto era la de una orquesta de veinticinco miembros con esa sonoridad recia típicamente germana. Pero no: la crisis aprieta, y lo que hubo fue un plantel modesto de músicos que no llegando a la docena interpretaron obras del siglo XVIII. Clásicos de siempre en una noche suave. Siete instrumentistas ofrecieron unas versiones con nervio que contrastaban con riqueza de matices en unos casos adecuada para el repertorio y en otros muy personal, una fórmula infalible para ganarse la estima del público. Podían tocar mejor, pero las modas tiran mucho, y los músicos actuales se conforman con tocar rapidísimo, sin más. Así se presentaban y decían adiós a su concierto del lunes.

Lo más uniformado de la velada fue la Pequeña serenata, K.V. 525, de Mozart. Con esa frescura camerística que le es propia, los solistas recrearon gustosamente una de las composiciones más célebres del salzburgués. Y ciertamente tiene mayor enjundia esta obra en formato reducido que en una plantilla grande, como se ofrece habitualmente. A rasgos generales fue una versión correcta, cuyo Andante, de lectura templada y expresividad justa, se apoderó del auditorio. No obstante, las desafinaciones en la zona aguda del primer violín rompieron la línea melódica de los movimientos extremos. Había en el grupo una tendencia a acentuar con estilo barroco, quizá por lo predominante en el programa; una competividad entre los miembros que no tenía que ver con el Clasicismo.

Por su lado, Vivaldi fue ofrecido con un talante virtuosístico que se volcaba con los movimientos rápidos mientras que en los lentos se moldeó acertadamente las ricas texturas de la obra. Además, los episodios internos estaban muy bien trabajados, poniendo de relieve las abundantes onomatopeyas que aparecen a lo largo de estos cuatro conciertos. Anar Abrahimov, el solista, lució recursos con que logró unas versiones expresivas, aunque a veces el lenguaje no sonara barroco italiano; sino romántico ruso, en unos trazos innegablemente fogosos. Su staccato de los movimientos veloces hacía que la obra se desfigurase. Lo mejor del grupo lo escuchamos en el primer movimiento del Verano, la Caza del Otoño y la Lluvia del Invierno, donde el chelo y el contrabajo realzaron el encanto incorporándose en pizzicati que variaron de diseño. Después de todo lo que ha evolucionado la interpretación, echamos en falta un clavecín o un órgano, con que la inspiración de Vivaldi se habría vivido más de cerca.

Y si Bach no terminó de liberarse de una lectura trabajosa, que violentaba al primer movimiento, y donde el ramplón timbre del oboísta contrastaba radicalmente con una orquesta desubicada, en la línea de Nacionalismo checo, Aires gitanos de Sarasate sacó jugo a las texturas de una forma muy coherente en una sensualidad que iría dando paso al frenesí de los episodios virtuosísticos, a cargo de Ibrahimov.

Seguimos preguntándonos por qué se aplaude cada vez que termina un movimiento; esto saca de contexto el hilo descriptivo de algunas composiciones, ¡y con más razón a Las cuatro estaciones de Vivaldi!

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