Bocadillos como propuesta artística

Bocadillos como propuesta artística
Bocadillos como propuesta artística

26 de enero 2010 - 05:00

O una propuesta artística con bocadillos, como base específica de un continente de naturaleza estético, para que interpretemos (captemos o reflexionemos, si fuera posible) su contenido, una denuncia social sobre la imparcialidad, pluralidad y objetividad en el que se encuentra el hombre ante el mensaje de los medios de comunicación.

Los bocadillos son globos de diálogos, masas de vapor alegóricas para emitir un mensaje. Bocadillos en forma de nubes suspendidas en la atmósfera de la cabeza. Bocadillos de puntas. Con burbujas. En blanco. Con miedo al vacío. Todos en busca de respuestas. La tuya. La que busca el autor de bocadillos para dar razón a tantos bocadillos. Bocadillos de pensamiento. Y de palabras. Diálogos. Bocadillos con aristas. Entre burbujas. Con rayos y tormentas. Que portan mensajes. Dudas. Improperios. Órdenes. Denuncias. Gazapos. Y sapos y culebras. Precaución. Parábolas. Metáforas. Objetividad y subjetividad. Simbolismo y objeto. Tu visión. Nuestra interpretación. Siempre comunicación. ¿La palabra tiene un precio? ¿Y la verdad? La verdad, difícil conclusión, en el espacio de algodón dulce y amargo de un bocadillo.

El Museo de Huelva ha sufrido una invasión de bocadillos en su Sala Siglo XXI. Bocadillos sin respuestas. En el techo. Al ritmo del viento que produce cada visitante. En la pared. Al ritmo de un bolígrafo que desgraciadamente no existe para eternizar el diálogo con la obra, el autor y el espectador. En monitores de televisión. Abiertos al dictamen de otro bocadillo. En blanco. Búsqueda de respuestas. Buscando al autor. El autor buscando espectadores que secunden el mensaje.

Los bocadillos es la propuesta del artista sevillano Miguel Soler, última beca Vázquez Díaz, para su proyecto Todos callan, menos…, una instalación conceptual con pensamiento visceral donde "se hace referencia, según el autor, al punto de inflexión que vive el mundo desde los primeros años del siglo XXI. Una centuria de parto difícil, de precipitadas cesáreas y de epidurales inyectadas en unos medios de comunicación imberbes y muy dados a los vaivenes del 'cheque en blanco'".

La proposición de Soler en un ambiente de dimensiones reducidas e irregulares es ciertamente interesante, reflexiva, con un argumento de lucha y duda pleno de actualidad. No sólo te invita a contemplar sus bocadillos de mil formas, objetos simbólicos y metafóricos que necesitan materializarse, bellos por si mismo, como creación, sino que te empuja a recapacitar sobre el papel que el hombre de hoy tiene en la sencilla fórmula comunicativa del emisor, mensaje y receptor. No desea que te conviertas en un sujeto pasivo, al albur de las narraciones mecidas por cualquier difusor, contaminadas o no por el patrón comercial, político y empresarial que lo sostiene, sino que pongas en tela de juicio la pretendida objetividad de cada mensaje enviado como sentencia. Soler abre un enorme bocadillo, difícil de digerir, donde quisiera que el espectador encontrara la verdad de la información y rechazase la pronunciada por los engañabobos. Continúa afirmando Soler que si el dogma absoluto reside en "el medio es mensaje", la instalación del Museo "sería una obra de arte despojada de todo contenido y de toda intención, una pura pirueta esteticista, un cierto epaté".

Y aquí nos asalta la confusión. Si Soler intenta "crear una obra armónica y polisémica donde el emisor, el mensaje y receptor puedan funcionar en la misma onda y la adecuación entre continente y contenido sean armónicos. Es decir, que exista una unidad entre lo mostrado y la forma de mostrarlo", no deja resquicio a que el espectador no entienda o comparta el mensaje. Continente y contenido. Fondo y forma. Belleza y mensaje. No riñen, ¿pero cómo desnudamos el acertijo, cómo separamos "lo mostrado y la forma"? Si el mensaje lo asumimos, por pretendidamente aparente, ¿la función estética, es decir, la forma del mensaje, los bocadillos colgados, pegados y video-arte no resultan un bello trampantojo, un engaño óptico artístico y estético para transportar el mensaje?

La instalación me ha parecido entusiasta, vital y, lo mejor, reivindicativa, muy en la línea de anteriores trabajos. Magníficas aquellas pistolas de Lenguaje de signos o la de Conflictos. No hay nada mejor que un artista notario, crítico de lo que ve y siente. Denunciador. Sin embargo, como espectadora, me hubiera apetecido, como ya he apuntado, en vez de un texto justificativo y explicativo de la instalación, que está muy bien pero que las obras por sí mismas hablan y no hace falta redundar en los mensajes, descubrir bocadillos en papel para que el espectador dialogue con su obra, que converse con su autor, y pegarlos por doquier. Me hubiese gustado en el suelo, el único lugar donde la comunicación se puede hacer horizontal. Y la horizontalidad hace a los hombres iguales.

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