Arte

Becado, bocado

Jorge Hernández expone en el Museo de Huelva su beca Vázquez Díaz. Como casi siempre, este joven no tan joven pintor onubense (1973) tiene mucho que decir. Sus ingredientes son ya identidad. Con un libro en la mano, una escena de película en la memoria a modo de retina, un montón de imaginación, el color ejerciendo de color (aunque sea en grisalla), pegados de recortes de revistas, como ya hicieran Grozs, Arp, Schwitters, Ernst o nuestro Adriano del Valle, y unas piernas robustas para que la experiencia literaria y fílmica sea realidad, la obra ya es obra. La obra ya es Jorge Hernández.

Why into the wild? es, creo, su última apuesta expositiva. Nada nuevo nos ofrece, salvo que su imaginación sigue siendo volcánica, lujuriosa, sensible, sensual, dinámica. Y, qué me gusta, siempre envuelta en una lágrima algo melancólica, desprotegida. Nostálgica. Una pátina de saudade que hace de sus obras un alegato al inconformismo o a la impotencia, pese a que el color satinado y resinoso intente engañarnos. Quizá, lo más nuevo de esta búsqueda salvaje, sea el soporte de sus obras. El acrílico ha luchado con el papel para engalanarse de aventura, de cine, para envolverse, noble y altivo, de derrochante (des)ilusión. Y con unos esquíes en disposición de aspas que te invitan a recrear numerosas incógnitas futuras. Las alcayatas y bastidores han dado paso a unas pinzas relucientes y puntillas casi invisibles para tensar la ligereza del papel. Lo de las pinzas y las puntillas no es más que un guiño a la beca. Y al bocado. No del caballo precisamente.

Why into the wild?, título de la obra literaria de Jon Krakauer que fue llevada a la gran pantalla por Sean Penn, es el desafío plástico a la vida trágica de Christopher Johnson Mc Candless, un joven antropólogo que decidió caminar por su país para sentir su paisaje y sentirse hombre. Abandonó las reglas establecidas de la sociedad y buscó la felicidad. Nunca la encontró, seguro, pero lo intentó, que es la voluntad más bella y gratificante. Alaska fue su última estación. En Alaska nació la leyenda. Jorge Hernández, con su beca, ha buscado Alaska para salir del adocenamiento, pero en tierras de Chile para recrear con su imaginación su particular huida de la sociedad a través de la beca Vázquez Díaz.

Con Why into the wild? Hernández ha cumplimentado su proyecto ganador a la beca. Él, como tantos, supongo, ha presentado solicitud y documentación antes de un día y una hora. Y un lugar de recepción. Es decir, en un sobre ha introducido currículo, la carta de vida del hacedor; fotografías de sus obras, no más de cinco, indicando técnica, tamaño y fecha de realización; un proyecto en el que se explica el planteamiento de por qué solicito beca (una idea general, que es mucho más fácil de leer que lo pormenorizado, claro); tiempo estipulado de duración, pongamos, por ejemplo, un año; presupuesto detallado (no más allá de 5.000 euros, que no está mal) y listado de colaboradores (ya saben, Zurbarán y obrador o taller o… vayan a saber). Continúo, porque lo que es serio es serio. También se exige DNI y certificado de residencia en nuestra Andalucía patria.

Para que todo sea verídico, que diría el doctor de la vida Paco Gandía, el primer líder universitario de Pokemon, la Diputación, que también es de todos y universal, nombra un jurado con cinco miembros. Como tiene que ser. Los atributos multiplicados. La cuantía total para financiar el proyecto es de diez mil euros. No piensen mal. Cinco para cada uno. Diez, para dos. Para dos becados. O premiados con bocados. En definitiva, tienes todo un año para pintar. O bailar. O esculpir. O hacer el amor en un Simca mil. O filmar en webcam, que me mola cantidad. O…

La beca Vázquez Díaz no deja de sorprenderme. Cada año. Cada año, uno o dos artistas son becados. En internet he encontrado el PDF de sus bases. Lo más importante, "estimular y promover la creación de artistas andaluces". Propósito (de enmienda). Todos los años, andaluces y andaluzas de la Andalucía de todos se benefician de estas becas. Sin violencia de género. Beneficio. No beneficencia.

Admiro profundamente la obra de Jorge Hernández. De corazón y con razón lo digo. Un viaje iniciático (supongo) y un lote expositivo de, creo recordar, trece obras en papel y otra en forma de esquíes en aspas no son razones para disfrutar de una beca. Y así, todos los años. Con puntillas o sin ellas. Con trozo de ladrillos en una mesa o en el suelo, que es más guay. Con bolsas de estudios de esta índole mejor sería donarlas al Banco de Alimentos. O potenciar los eres de la patria mía. La Diputación, ahí está la historia, siempre ha fomentado las becas para artistas. Una beca para estudiar, una beca para ser más grande. No una beca para viajar. Y a modo de conclusión justificante, unas imágenes pintadas.

Eugenio de la Cámara, secretario general de la Real Academia de San Fernando, en 1856, decía que "para proteger a los artistas no bastan las Academias; apenas bastan los Estados, las naciones ilustradas, ricas y felices". Diputación de Huelva, ilustrada, rica y feliz, estimo, ¿no cree que estas becas merecen un cambio radical? Le propongo. Menos viajes y menos cuadros para engordar una colección que no se puede ver ni sentir y más formar a los artistas andaluces de una Andalucía que tiene que ser distinta. Formar, en palabras de Kant, es felicidad, es hacerse activamente humano, es ser educado para el bien. Formemos.

No obstante, gracias, aunque sean en trece obras, por dejarme disfrutar una vez más con la obra de Jorge Hernández. Siempre rica para el espectador. Rica para el pensamiento.

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