Barcelona vuelve a mirarse en Miró
el legado de un espíritu muy libre 'La escalera de la evasión' llega a España tras su exhibición en la Tate Modern de Londres
Los Príncipes de Asturias inauguran la exposición antológica más importante de los últimos 25 años sobre un artista otrora acusado de evadirse de la realidad y ahora reivindicado por sus obras de temática política


Artista sin fronteras, escurridizo para los encasillamientos, creador de un lenguaje propio, atrevido incluso en su longevidad, precursor de tendencias por la influencia que ejerció en el expresionismo abstracto norteamericano, símbolo del exilio interior en la España del franquismo desde su voluntario retiro en Mallorca, Joan Miró (1893-1983) es un personaje singular de la cultura del siglo XX. La exposición antológica La escalera de la evasión, producida por la Tate Modern de Londres y la Fundación Joan Miró barcelonesa, con el patrocinio de la Fundación BBVA, ofrece durante cinco meses en la capital catalana más de 170 obras de Miró procedentes de colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
Los Príncipes de Asturias, acompañados por la ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, y el presidente del BBVA, Francisco González, inauguraron ayer la muestra, que permite al visitante conocer de una tacada el universo mironiano, en el que los signos identitarios trascienden hacia lo universal. "Un catalanismo de andar por casa no me interesa", decía Miró. Lección que deberían aprender los actuales líderes del nacionalismo catalán. Artur Mas, presidente de la Generalitat, y Xavier Trías, alcalde de Barcelona, no acudieron a una inauguración de tanto realce cultural e institucional. Debían estar por protocolo, por Miró... y porque las instituciones que presiden también patrocinan la muestra. Pero en precampaña electoral no quieren hacerse fotos con el futuro rey de España. Pese a que al final de la exposición hay una escultura-objeto de 1974 que le representa, igual que a su padre y a su madre, por entonces los Príncipes, desde la escéptica actitud con la que Miró, y muchos españoles, opinaban sobre quienes por decisión de Franco asumirían la jefatura del Estado a su muerte.
El recorrido por las salas tiene un guión cronológico. Comienza por sus obras de juventud dedicadas a reflejar desde París, primero desde la figuración y después desde su descubrimiento del surrealismo, su visión de Cataluña (La masía, Cabeza de payés catalán...). Quienes solo conozcan al Miró del colorido alegre, descubrirán la tristeza que reflejan sus pinturas sobre la España convulsa antes, durante y después de la guerra civil. Etapa representada por la serie Pinturas salvajes. Y por su famoso dibujo Ayudad a España, creado para ser estampado en Francia como sello postal de apoyo a la República en peligro. Merece comentario aparte el soberbio cuadro La naturaleza muerta del zapato viejo (1937) por su colorido psicodélico y pionero.
La Segunda Guerra Mundial, sin dejar de sufrir por lo que pasaba en España, aceleraron el vértigo de dar respuesta con un nuevo lenguaje a un horror sin precedentes. Etapa representada en la exposición por las 50 litografías de su serie Barcelona, con las que, sin decirlo, evoca la monstruosidad de la guerra civil española; y sobre todo, por su serie Constelaciones, aguadas que suponen un hito en su producción artística, y catapultaron su nombre en los ambientes culturales norteamericanos, donde su representante, Pierre Matisse, vendía a coleccionistas y museos.
De esta época es el cuadro que da título a la exposición, La escalera de la evasión (1940), prestado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y en el que aparece uno de sus elementos más recurrentes, la escalera, y que representa la necesidad de escapar y el rechazo a la realidad política y social que le rodea.
Las siguientas salas muestran al Miró que pinta cuadros de gran formato. Introspectivo y esencialista, su Tríptico azul (1961) define a un artista que en ese momento estaba fascinado por las culturas orientales y el espíritu zen. De igual modo, en su tríptico Pintura sobre fondo blanco para la célda de un solitario (1968), todo queda condensado a un trazo sobre la tela, a la mínima expresión de la propia soledad del artista ante lo inasible de la vida y de su representación formal.
De la serenidad, a la indignación. Las Telas quemadas con las que reflejó las revueltas estudiantiles a partir de mayo del 68. Y el tríptico La esperanza del condenado a muerte es la virulenta reacción de Miró a la ejecución sumarísima con garrote vil, por orden de Franco, del anarquista Puig Antich en 1974.
La National Gallery de Washington será la tercera y última etapa de esta gran exposición. En la Tate Modern de Londres ha tenido 300.000 visitantes.
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