Arrolladora Zenobia

'Diario de Juventud. Escritos y Traducciones' reivindica el lugar en la historia de la esposa de Juan Ramón Jiménez, una mujer avanzada, culta, feminista y que irradiaba luz propia

Zenobia Camprubí, en la Rábida.
Zenobia Camprubí, en la Rábida.
Elena Llompart Madrid / Enviada Especial

29 de octubre 2015 - 05:00

"(...) si tú me quieres lo que debes hacer es sobreponerte a tu generosidad que es opio puro para mí y, por amor a mí, procurar que no me vuelva a enviciar con la decadencia de la voluntad. Tú comprende que no soy arisca, ni fría sino que, muy por lo contrario, tengo miedo de sucumbir ante tus indulgencias (…). Yo te suplico que le des la importancia debida a lo que te digo pues estoy justamente en la edad crítica que en que se forman las costumbres y el carácter y, si no hago un último esfuerzo ahora, será terrible para mí en el porvenir. No puedo perder confianza en mí misma otra vez porque, si la pierdo, no acabaré de hacerme una mujer".

Así se quejaba Zenobia Camprubí (Malgrat del Mar, 1887-San Juan de Puerto Rico, 1956) de que su madre, Isabel, le profiriese demasiados mimos, como llevarle el desayuno a la cama. Lo dejó escrito en su primer diario, inédito hasta ahora, el 10 de octubre de 1907, cuando tenía 20 años. La esposa de Juan Ramón Jiménez empezó a escribir estas hojas de juventud el 25 de septiembre de 1905, cuando ya se había trasladado a Nueva York con su madre y hermanos tras la ruptura conyugal de sus padres. Las escribió por recomendación de su madre y ahora ven la luz, junto a otros documentos, en Diario de Juventud. Escritos. Traducciones, un libro de cuya edición e introducción se ha encargado Emilia Cortés.

Durante la presentación de la publicación, una obra promovida por el Centro de Estudios Andaluces y la Fundación José Manuel Lara, la autora explicó que su meta, tras conocer el diario de Cuba de Zenobia, fue profundizar en esta mujer. A partir de ahí, también quiso que los demás se acercaran a ella, toda vez que la imagen que se tiene de Zenobia era y es "equivocada". "Es una persona tan valiosa, tan poco reconocida y con unos valores tan poco apreciados que los tengo que dar a conocer. Y soy muy insistente", aseguró ayer Emilia en la Delegación de la Junta de Andalucía en Madrid.

Este diario de juventud se refiere a una etapa de la vida de esta traductora, escritora, editora y maestra desconocida hasta ahora. No en vano, se conoce a la Zenobia de Juan Ramón, a la Zenobia de a partir de 1913 y de un poco más tarde. Se sabe donde nació y quienes fueron sus padres, pero nada había trascendido hasta ahora de la niña y de esa jovencita en periodo de formación que luego desembocará en la Zenobia mujer. Y en esta etapa inicial, claro está, "ya se apuntan maneras".

Los cuatro años en Norteamérica, en opinión de Cortés, marcaron -y mucho- su vida. "La Zenobia de Valencia era una y la de Nueva York, otra. Llegar aquí fue algo opuesto y diferente. Colaboró en una guardería, pasó mucho tiempo con niños y eso la preparó para lo que después haría en España. Asistió a clases de la Columbia University para profesores y eso también la preparó para la Zenobia maestra de la Rábida. Ella, que no tenía ni el Bachillerato, dio clases en la Universidad de Maryland, en la de Puerto Rico y en el Pentágono. Se jubiló dando clase. Algo valdría cuando la contrataron sin carrera universitaria, ¿no os parece?", señaló Cortés. Precisamente, en este punto explicó que el padre le regaló, a cambio de no estudiar Bachillerato, una máquina de escribir. Entonces nadie podía vaticinar que más tarde se pasaría media vida mecanografiando los escritos del poeta. "Y le llaman secretaria. Pues no, era mucho más que eso, fue la compañera de Juan Ramón, a quien ayudó en todo momento. Cuando dicen que la tenía sometida y que fue su enfermera, me pregunto si es que las mujeres casadas que tienen al marido enfermo, si lo aman y lo quieren, ¿no lo cuidan y ayudan? Me da rabia que digan eso de ella", aseguró.

Según explicó la filóloga, en el libro hay, a modo recopilatorio, artículos, traducciones, escritos y poemas, tanto publicados como inéditos, que dan buena cuenta de cómo era realmente esta mujer adelantada a su tiempo. De todo lo ya publicado, la autora se refirió a los artículos de la revista Saint Nicholas antes de casarse con Juan Ramón, o en Vogue, así como al artículo El usurero de Sevilla, del que no había constancia, aunque se publicó en Saint Nicholas en febrero de 1915. Pero abundan también los escritos, impresiones en hojas sueltas como los que dedicó a su prima Hanna o a la escuela de la Rábida. Por estos últimos escritos se sabe, por ejemplo, que "un día aparecieron los niños con una mesa y dos bancos para sentarse".

También figuran trabajos de clase, traducciones de Juan Ramón -capítulos de Platero, aforismos o la conferencia El trabajo gustoso- así como conferencias de Zenobia, "muy interesantes porque hablan de sus últimos años de estancia en España" antes de marcharse en agosto del 36. Aquel periodo fue muy rico. Ella fue, tal y como explicó la filóloga, cofundadora y secretaria del Lyceum Club femenino, secretaria del comité de becas para alumnas españolas que fueran a los colleges norteamericanos, y promotora del voto femenino. El libro concluye con Un soñado viaje a España, una selección de fragmentos de cartas en las que habla del viaje de regreso que siempre quiso hacer en los últimos años, cuando el matrimonio estaba en Puerto Rico, y que no pudo llevar a cabo porque su enfermedad se recrudeció.

Carmen Hernández-Pinzón, representante de la comunidad de herederos del poeta, explicó que, cuando empezó a trabajar con su padre, se dio cuenta de lo injusta que había sido la historia con Zenobia. Incluso en aquellos tiempos leyó "que fue un perrito faldero de Juan Ramón y otras cosas muy duras". "Ella estuvo en las asociaciones más pioneras, luchó por los derechos de la mujer, por el voto, por que la mujer se formara, viajase al extranjero, aprendiera idiomas, etcétera. Fue una pionera, y sin embargo, la historia le relegó a un segundo plano, a la sombra de Juan Ramón. Pero nunca fue la sombra, sino la luz de Juan Ramón, quien guió su vida y su existencia. Ella voluntariamente aceptó ese papel, pero también quiso tener su otra vida, la dedicada a estas instituciones", aseguró la también sobrina nieta del Nobel.

La propia Zenobia lo cuenta y así queda patente en el libro, cuando explica que, como no se casó hasta los 27 años, tuvo tiempo suficiente para averiguar que los frutos de sus veidades literarias (así las denominaba ella) no garantizaban ninguna vocación seria: "Al casarme con quien, desde los catorce, había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en fomentar espejismos", señaló pragmática.

Según valoró Hernández-Pinzón, Zenobia no fue una persona sumisa o apagada detrás del moguereño. Ella, como figura única, "irradiaba luz". Y tenía una personalidad "arrolladora". Guió el camino de Juan Ramón, quien, sin ella, nunca habría alcanzado el Nobel "porque no le interesaba". Pero Zenobia "luchó porque amaba profundamente a su marido", hasta el punto de ser su "alma".

Esta concienzuda Zenobia -que también fue decoradora, promotora de negocios de artesanía y una de las primeras mujeres con carnet de conducir en España- no despertó al mundo intelectual y a la literatura cuando conoció a Juan Ramón. Al respecto, Emilia Cortés señaló que era una lectora voraz, en francés o inglés o español; y en su familia, además, tenían por costumbre leerse los unos a los otros. En este sentido, Carmen Hernández-Pinzón apostilló que la propia Zenobia dijo que ella tenía el conocimiento de la literatura, mientras que su marido fue quien le enseñó a distinguir lo bueno de lo malo. De este modo, Juan Ramón le abrió un mundo, al incluirla "en su orbe", que era "la intelectualidad de la Edad de Plata".

Por todo ello, Hernández-Pinzón lamentó que se diga que ella vivió sometida o maltratada. Porque Zenobia eligió su vocación, que fue "entregarse y luchar por su marido, teniendo su parcela privada y luchando por los derechos de la mujer". Lo consiguió, en su opinión, y por eso murió "feliz" en un día como el de ayer de hace 59 años, "sabiendo que a su marido le habían dado algo por lo que ella tanto luchó".

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