Cultura

Almudena Grandes ofrece una "mirada de urgencia a la realidad"

  • La autora publica 'Los besos en el pan', obra en la que "el uso del presente no es una opción de estilo, sino una declaración de principios"

A Almudena Grandes le sorprendía una observación que le apuntaban los lectores de Las tres bodas de Manolita, el tercero de sus Episodios de una Guerra Interminable. Aquel libro narraba la supervivencia de una joven en el Madrid de los años 40, pero hubo quienes le señalaban la vigencia de asuntos como el hambre, la corrupción o los desahucios que aparecían en la trama. Aquella coincidencia no fue la única circunstancia en la que el presente le guiñaba el ojo a Grandes y se le ofrecía como materia narrativa: había, cuenta, "mucha gente que me decía que escribiera algo moderno, que lo que contaba en los Episodios era triste", y, aunque la narradora no se sentía "culpable" porque ya abordaba los efectos de la crisis en sus artículos periodísticos, un día se hizo evidente que debía recoger en una novela la desazón de este tiempo. En Los besos en el pan (Tusquets), un relato coral que sigue la vida de un grupo de vecinos, la madrileña propone "una mirada de urgencia a la realidad. El uso del tiempo presente no es una opción de estilo, sino una declaración de principios", dijo ayer Grandes en Madrid.

El título se debe a una costumbre que adoptaron algunas familias que habían vivido el hambre: cuando se caía el pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a cogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera. Un hábito que recuerda Grandes en su propia casa junto a esas "asquerosas" tortillas que sus tías cocinaban con el huevo que sobraba de rebozar pescado o empanar filetes; escenas que le sirven como símbolo de la tesis que defiende: que los españoles "siempre hemos sido pobres, incluso cuando el oro de América cruzaba el país para acabar en Flandes, donde se pagaban las deudas de la Corona". La pobreza "se heredaba como una forma de vivir que no era humillante", afirma la escritora, que reivindica la felicidad como una forma de resistencia -una idea que ya abría Las tres bodas de Manolita- y cree que en la "lucha incesante por la supervivencia cabía la esperanza, la ilusión... Franco creyó gobernar sobre la voluntad de los vencidos, pero no pudo evitar que se casaran, que tuvieran hijos, que rieran", argumenta. Luego vino la desmemoria, se olvidó ese tiempo "en que las sirvientas corrían por las calles en invierno porque no tenían más que una chaquetilla y si andaban se morían de frío", y España se convirtió "en un país de nuevos ricos, donde uno se obsesionaba por comprarse un coche o más tarde un iphone".

Con un marco temporal de un año, entre un mes de septiembre y otro, "quizás por esa manía infantil de pensar en los años como si fueran cursos escolares", Los besos en el pan plasma el empobrecimiento de una sociedad, la actual, que no había sido preparada para la debacle.Grandes ha escogido su propio barrio, Malasaña, "porque en él han vivido juntos, no revueltos, ricos y pobres, en el que puedes ver a una licenciada en Filología trabajando de dependienta en una tienda de ropa por 900 euros", como escenario de una obra en la que la experiencia de los mayores se alza como un referente moral. "Nosotros podíamos, nosotros éramos fuertes, estábamos acostumbrados a sufrir, a emigrar, a pelear, y sin embargo, ahora... No te ofendas, pero ahora sois de una pasta más blanda", le dice uno de los personajes, una mujer "harta de ver gente triste", a su nieto.

Es, en palabras de su creadora, "un libro de víctimas" de una guerra "en la que no conocen al enemigo, que no tiene cara", una obra que Grandes no se planteó "como un catálogo de la crisis", aunque se hable de edificios vendidos por el Ayuntamiento a un fondo buitre o de los despidos de Telemadrid. En Los besos en el pan, a la escritora le interesan más los gestos cotidianos: la perplejidad de una parada que recuerda sus años anteriores "como si la hubiera visto en una película, una comedia amable y femenina"; la sensación de compañía que encuentra una mujer al oír llorar a un desconocido en un apartamento contiguo; la resistencia de una anciana que se rebela contra la desolación y celebra por adelantado la Navidad... Premisas que ayudan a la autora a describir "ejemplos de solidaridad conmovedora. En esta novela no aparecen partidos políticos, sino la sociedad civil, que es la que merece elogios", manifiesta una escritora que, pese a ello, no se siente "demasiado optimista. No sé si es la edad, pero me he vuelto una pitufa gruñona", bromea.

Grandes, que calcula que en 2017 publicará una nueva entrega de sus Episodios, Los pacientes del doctor García, una historia "de nazis en la que Madrid es el centro neurálgico pero transcurre en muchos otros sitios", tampoco se muestra esperanzada con una pronta recuperación. "Yo creo que la primera década del siglo XXI será como los años 20 del siglo pasado, una década de esplendor a la que, al menos nosotros, no volveremos. No veremos de nuevo esa opulencia un poco insensata", augura. Sí sostiene, sin embargo, que este periodo será revisado por los narradores en un futuro. "Frente a otras artes como la fotografía que se caracterizan por la instantaneidad, la literatura necesita que el tiempo se pose, en este sentido es más profunda y sutil. Estoy convencida de que lo que estamos pasando ahora inspirará grandes novelas en el futuro. Y yo no descarto volver sobre el tema", concluye.

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