Cultura

Alfred Hitchcock, 110 años

Desde que el cine es cine, desde sus más remotos tiempos, el uso del primer plano y la planificación de una secuencia han sido los elementos más convencionalmente utilizados a la hora de componer la concepción psicológica de una película para evaluar la trayectoria del cine llamado psicológico en función generalmente de su temática. Raíz fundamental de la cinematografía de autor, es también un recurso muy utilizado por determinados directores que, intencionadamente o no, a través de su tratamiento cinematográfico, han brindado una visión psicológica de situaciones y personajes. Quizás no fuera esa la intención de un director tan admirado, discutido y discutible, como Alfred Hitchcock, de quien ahora se cumplen ciento diez años de su nacimiento.

Hace solo unos días veía una vez más a través de la cadena regional andaluza de televisión, una de sus más famosas películas, Crimen perfecto (1954). No es una de sus mejores obras. No soy un entusiasta de Hitchcok, aunque respete la calidad de muchas de sus películas. Fue un genial manipulador, una especie de nigromante de la imagen, que utilizó con inteligencia e imaginación. Pero volvió a ser una gozada admirar la planificación de lo que originalmente era una obra de teatro y como el genio de la intriga disponía de la cámara y de sus actores para componer unas secuencias cuidadosamente dispuestas y realizadas. Con sus trampas, con sus cartas ocultas, con su incertidumbre bien administrada, con sus piezas perfectamente manipuladas, el film, resulta toda una gozada en su contemplación.

Cito esto porque Ramiro Cristóbal, escritor, crítico de cine y conocedor profundo del Séptimo Arte, que trabajó hace años con nosotros en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva y que es un gran amigo, cordial y entrañable, acaba de publicar un libro conmemorativo de esos ciento diez años de Hitchcock, que, recordemos, falleció el 29 de abril de 1980, dejando tras de sí más de sesenta películas, todo un bagaje admirable, de las que Ramiro ha realizado su personal recopilación en esta publicación que se titula Alfred Hitchcock, 14 películas imprescindibles.

La personalidad de Hitchcock fue siempre bastante compleja tanto en la singularidad de su actitud humana como en su trabajo cinematográfico, en el que el amor, se ha dicho, fue siempre una ausencia notable e influenciable. Pero en la fundamental entidad del personaje imperaba un serio intelectual con un "profundo interés por el ser humano y por la psicología". De aquí mi introducción sobre el asunto de este artículo. Por ello Ramiro Cristóbal ha incidido intensamente en esa admiración del llamado "mago del suspense" por la introspección en la mente humana y se refleja expresamente en sus personajes a través de "costumbres y pasiones, ya sean positivas o negativas".

Otro de esos aspectos que el autor desarrolla es la vigencia de las películas de Alfred Hitchcock, por las que no pasa el tiempo lo que confirma que muchas o la mayoría de las actitudes y comportamientos de los seres humanos no han variado. De ahí el conocimiento psicológico de sus personajes y de las reacciones del público al que dedicaba una notable consideración. Otra circunstancia que Ramiro Cristóbal sostiene es su influencia en muchos directores que han seguido de una forma u otra sus pautas, aunque muchas veces no lo hayan hecho con al inteligencia que, por ejemplo, desplegó Woody Allen en la realización de Misterioso asesinato en Manhattan, en la que eran evidentes "muchos elementos de Hitchcock para crear una historia distinta".

En su libro Ramiro Cristóbal analiza esas catorce películas que ha elegido como favoritas y entre las que destaca especialmente, Vértigo (1958), por otra parte, uno de los títulos incluidos entre los mejores films de la historia del cine según selección efectuada por críticos y directores cinematográficos de todo el mundo. Como quiera que sea hay otras igualmente valiosas y extraordinariamente taquilleras, como lo fue Psicosis, una de las más emblemáticas y reconocidas a nivel popular.

El director británico (1899-1980), que jamás ganó un Oscar a pesar de haber sido nominado al premio en cinco ocasiones, dejó un amplio legado fílmico con títulos que, por sí mismos y en muy distintas épocas, prueban la versatilidad de su talento y su dominio de la intriga. A lo largo de esa provechosa carrera mantuvo siempre una insólita y muy personal relación con los convencionalismos de los géneros, más o menos acotados o estandarizados, que tuvo oportunidad de cultivar. Y aunque en muchas ocasiones dirigió películas propias de géneros muy populares, siempre hizo el cine que él quería para imprimirle una categoría absolutamente personal e inconfundible.

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