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Tatami | Crítica

Zar Amir-Ebrahimi y Arienne Mandi en una imagen del filme.
Zar Amir-Ebrahimi y Arienne Mandi en una imagen del filme.
Manuel J. Lombardo

01 de junio 2024 - 06:59

Ficha

** 'Tatami'. Drama-deporte, Georgia-EEUU, 2023, 105 min. Dirección: Zar Amir-Ebrahimi, Guy Nattiv. Guion: Elham Erfani, G. Nattiv. Fotografía: Todd Martin. Música: Dascha Dauenhauer. Intérpretes: Arienne Mandi, Zahra Amir Ebrahimi, Jaime Ray Newman, Nadine Marshall, Ash Goldeh.

Bajo bandera georgiana y en co-producción con Estados Unidos nos llega muy oportunamente desde el Festival de Venecia esta cinta que pone su foco en el Irán contemporáneo y sus restricciones de libertad a partir de una historia real, la del luchador Saeid Mollaei, obligado a perder por la federación de su país durante la competición del Mundial de Tokio en 2018 para no enfrentarse a su oponente israelí, astutamente camuflada y reescrita aquí en clave femenina, lo que añade ese plus de corrección y el matiz de género a su lectura geopolítica.

El guion que firman Elham Erfani y el también co-director Guy Nattiv concentra la trama en la jornada única de competición del Mundial de Judo en Tiblisi, y se sirve de las distintas peleas de nuestra protagonista (Arienne Mandi) hacia la final como esqueleto argumental en el que desplegar su escalada de tensión y conflicto, que no es otro que la extorsión a la que esta se verá sometida junto a su entrenadora, vieja gloria del judo iraní (Zahra Amir Ebrahimi, aquí también co-directora, la recordábamos en Holy Spider), para abandonar el campeonato bajo cualquier pretexto y evitar el enfrentamiento con la judoca de un país al que no reconoce su régimen.

La trama se ve agujerada por alguna cuestionable salida al exterior, ya se trate de la familia en Teherán o de los recuerdos algo flácidos de algún episodio del pasado de ambas mujeres enfrentadas a la presión de las autoridades. Cuando no lo hace, la cinta se centra en los preparativos y las peleas, rodadas con cierta intensidad y efectismo sonoro en el contrastado blanco y negro y el formato 1.33:1 que marca la estética del filme, y en un sentido del suspense algo artificial cimentado sobre el montaje paralelo entre el tatami, la organización del campeonato o los acontecimientos en Irán.

Nada es demasiado sutil por tanto en un filme que busca en un desenlace postizo en el exilio su moraleja agridulce y que subraya más la cuenta ese debate entre la libertad y la dignidad individual y la vigilancia y el control político ejercido incluso lejos de casa. Una escena condensa finalmente el discurso y su obviedad: nuestra aguerrida judoca se quita finalmente el velo que cubre su pelo como gesto de respiración y liberación de su dilema y su carga.

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