Mujica y la coherencia política: una figura que interpela más allá del cinismo
Vivir con coherencia, como lo hizo Mujica, es un desafío que pocos se atreven a enfrentar, por eso su recuerdo incomoda tanto

En una reciente columna de opinión publicada en este medio, se afirmaba que Mujica era el último “santón” de la izquierda, y que por eso su muerte provocaba un llanto teñido de nostalgia impostada y sentimentalismo superficial. Nada más alejado de la realidad.
En tiempos donde el descrédito de la política se afianza con discursos cada vez más cínicos, la figura de José Pepe Mujica destaca no como un santón artificial al servicio de una nostalgia reaccionaria, sino como un recordatorio tangible de que es posible ejercer el poder sin perder la dignidad ni la coherencia. El lamento por su reciente muerte no es solo una reacción sentimental ni una “gimoteante” concesión estética de una izquierda perdida; es una manifestación de respeto ante una forma de vida pública austera, valiente y decididamente contracorriente.
Resulta curioso que desde ciertos sectores se pretenda reducir el impacto de Mujica a una leyenda oportunista, como si su ejemplo no tuviera una dimensión práctica ni ética real. Lo cierto es que Mujica no solo predicó con el ejemplo, sino que lo institucionalizó: su renuncia al salario presidencial, su vida en una chacra modesta sin blindajes ostentosos, y su defensa de los derechos sociales no fueron actos teatrales, sino decisiones políticas con consecuencias tangibles. Si hay un mérito en su figura, es precisamente el de haber encarnado, sin aspavientos, la posibilidad de otra política.
Es revelador que se intente comparar su legado con figuras y estilos políticos que representan justo lo contrario. Reducirlo a una versión simpática de Diógenes o a una “moda del ascetismo” es no solo una simplificación grosera, sino una forma de esquivar una discusión incómoda: que Mujica interpela incluso a quienes viven aferrados al cinismo ideológico, a la superioridad moral de la ironía y al desprecio por cualquier coherencia.
Decir que la izquierda ha cambiado “la bandera roja por la arcoíris” es un argumento superficial que ignora las transformaciones sociales de las últimas décadas y el valor político de las luchas por la diversidad, la igualdad y los derechos civiles. Mujica, por cierto, fue un firme defensor del matrimonio igualitario y de la legalización del aborto y el cannabis, no porque fueran “modas identitarias”, sino porque entendía que el Estado debe ampliar libertades y reducir hipocresías.
Si se quiere hablar de pérdida, la verdadera pérdida para la izquierda –y para toda la política democrática– es la desconexión con figuras que como Mujica ofrecieron un discurso sin dobleces, una práctica sin privilegios, y una humanidad que no necesita ser santificada, porque ya es ejemplar en su sencillez.
Reírse de la coherencia ajena es fácil desde la comodidad de una columna irónica. Vivir con coherencia, como lo hizo Mujica, es un desafío que pocos se atreven a enfrentar. Por eso su recuerdo incomoda tanto. Porque, más que una leyenda, es un espejo. Y no todos quieren mirarse en él.
También te puede interesar