Alhambra Monkey Week

Asalto a los sentidos

  • El festival Alhambra Monkey Week comenzó brillantemente en la noche del jueves demostrando que el flamenco es una grandísima herramienta para la experimentación y el activismo

Rocío Márquez y Bronquio

Rocío Márquez y Bronquio / Javier Rosa

En su primera jornada de conciertos, el Alhambra Monkey Week llamó a la puerta de nuestros sentidos y tuvimos que abrírsela de par en par. Y hubiésemos necesitado alguno más de los cinco con que la naturaleza nos limitó para apreciar en su justa medida las propuestas de Rocío Márquez y Bronquio, o Los Voluble, que culminaron un brillante inicio de festival.

El Auditorio del Cartuja Center CITER, despejado de gradas, recibió primero a María de la Flor y las chicas del cuarteto de cuerda que arroparon su preciosa voz. El centenar escaso de espectadores iniciales aumentó su número a medida que ella iba desgranando las suaves canciones extraidas de su disco Hilanderas, junto a la deliciosa Dice la abuela, en la que unió las tradiciones populares y orales transmitidas por los mayores con versos de Machado. Más tarde, cuando Ganges recibió a la media noche, la gente que se agolpaba a la entrada del recinto, entre charlas y cervezas, superaba ampliamente a la congregada ante Teresa Gutiérrez y Mira Paula, que no pudieron mantener la atención, con unas canciones más cercanas al pop quinceañero que al dreampop, de un público ávido de reposo emocional tras el impacto de Rocío y Bronquio.

El Tercer cielo se cerró con un grito de qué grande es la libertad, las últimas palabras que dejó grabadas Antonio Mairena para la posteridad, cantadas por tonás, recuperadas aquí por una Rocío Márquez fascinante, sensual, visceral, mientras Bronquio se retiraba de la mesa donde estaba su mágica caja de truenos, para dar por terminado un espectáculo basado en todo lo que encarna esa libertad que ellos eligieron, la de juntar el flamenco y la electrónica desde la doble perspectiva de unos visionarios, idealistas y pragmáticos, que nos dejaron el corazón estremecido.

La voz, al comienzo, surgió de la negrura absoluta, de un bulto informe e inmóvil tirado a la derecha del escenario, que adquirió movimiento, despacito, para convertirse en Rocío, intuida más que vista, con esta luz ciega que ofrezco, viajando del negro al blanco, viajando del blanco al negro; sus movimientos, oscilantes, estremecidos, despertaron mientras se arrastraba y su voz se alzaba vibrante imponiéndose a las ráfagas electrónicas que lamían el infinito encerrado en el contrasentido de un espacio escénico minimalista. Mientras Rocío terminaba por alzarse, Bronquio trazaba líneas hipnóticas que fluían en el aire, convertidas en ritmos tribales cuando ella, cintura y voz sedientas de miradas y oídos, hizo presente a Lorca por bulerías con las estrofas que Carmen Camacho construyó desde los cimientos del discurso del poeta en Granada cien años atrás. Bronquio lanzó la voz de Rocío electrónicamente, convirtiéndola en otra máquina como la suya. Rocío autómata, ciñendo los laureles robados a la musa de la Rocío cantaora, convirtió en drama los verdiales de La niña de sangre y los tangos de Agua, volviendo al suelo, al rincón primigenio, ovillada otra vez, a medias mujer vulnerable, a medias androide averiado, en un gemido de frustración amplificado por Bronquio para traspasarnos el alma como una lanza metálica: qué solitaria vivo en este corazón donde hace frío, por seguiriyas apenas dibujadas. Rocío, allí, alma solitaria; nosotros, aquí, conciencia colectiva, atrapados por la emoción.

Bronquio aceleró el ritmo con el garrotín de Rocío en un maremágnum frenético que se mantuvo mientras ella desapareció del escenario para volver con el golpeteo del pandero con que acompañó el aguilando de Droga cara. Los sentimientos subieron y bajaron con ella desde las alturas de la mesa de Bronquio a dónde trepó, hasta la sima otra vez del rincón al que volvió; por recoger tus huellas, ha caído la nieve sobre la acera, un mantra repetido, atascándose una vez y otra en ese rrr rrrrecoger; Rocío de nuevo máquina de engranajes atascados, impulsada por fin con el verso sampleado de los fandangos de Caracol que lanzaba Bronquio: pero prefiero la mueeerteeee, que prestaron el título a la soleá descarná de Rocío. La crudeza de los palos del flamenco se parece al techno más oscuro, me dijo Bronquio una vez; y esta noche nos sumergió en su mundo electrónico, con sus códigos, distraídos del compás flamenco, pero cuadrando todos los palos que acariciaba ella, aunque prácticamente nunca tuviesen la estructura exacta que marcan los cánones. Pero esas reglas ya solo les importan a los críticos que aparecieron más tarde en la pantalla, en el montaje de Los Voluble, denostando al flamenco impuro y quejándose de que la Bienal esté muerta, ante el abucheo generalizado de los espectadores.

Los Voluble Los Voluble

Los Voluble / Javier Rosa

Los Voluble nos trajeron Jaleo is a crime, el montaje, con unas pequeñas revisiones, que presentaron hace dos meses en la denostada Bienal. Con él dan un nuevo paso hacia adelante en la amalgama de elementos sonoros y visuales; en el sincretismo de Paqui Maqueda reclamando a gritos honor y gloria para las víctimas del franquismo, entre el atronador ruido electrónico de Evol, mientras veíamos imágenes de la exhumación de Queipo, anteriores a otras de la vorágine del Rocío y del Cautivo de Santa Genoveva convertido en el Capitán Pescanova por mor del capote impermeable que vistió en la anterior semana santa; en el choque de Camarón y Ploy, de Antonio Mairena y Highkili, de las carceleras y el reguetón y de los fotogramas digitalizados de Werner Herzog y los de la Biblioteca Nacional, de donde salieron los que marcaron el umbral de este infierno: las calles del Polígono, con nombres de palos flamencos, en las que se desarrollaba la persecución policial del Winstonero de Pedro G. Romero.

Los Voluble fundieron géneros a velocidad vertiginosa, logrando un híbrido que entusiasmó a todo el público, que convirtió el recinto en una rave espectacular, superando con su baile generalizado a los que danzaban en la pantalla con las bulerías de El Torta fundidas con Laurent Garnier y La Paquera de Jerez. Impresionante no basta como calificativo para este uso del flamenco como camino para la experimentación y el activismo.

Aspecto del Auditorio en la primera noche del Alhambra Monkey Week Aspecto del Auditorio en la primera noche del Alhambra Monkey Week

Aspecto del Auditorio en la primera noche del Alhambra Monkey Week / Javier Rosa

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