Investigadores australianos demuestran que un fármaco antiparasitario mata al coronavirus en 48 horas

Investigadores australianos demuestran que un fármaco antiparasitario mata al coronavirus en 48 horas / M.G.

No es la Guerra Fría pero lo parece. Aunque no haya dos bloques antagónicos definidos, el enemigo sea global y microscópico y, de momento, sólo veamos una fila agolpada de actores dándose codazos en la casilla de salida. Todos quieren liderar la batalla contra el coronavirus. No la asistencial ni la del confinamiento, en esas ya se están desgastando las autoridades sanitarias y los gobiernos, sino la científica.

Estrenamos el tercer milenio pensando que Estados Unidos se mantenía a un lado de la balanza y que China acabaría por plantarle cara cogiendo el legado de la vieja URSS y hasta disputándole el liderazgo. La tríada mundial de poder entre USA, Europa y Japón, la que hasta ahora movía los hilos, también empezaba a verse amenazada por los llamados BRICS (de la pujanza de América Latina al incipiente despertar de Sudáfrica).

Pero cuando la crisis económica de 2008 sacudió todo el tablero del bloque occidental, el gigante comunista asiático pareció emerger como el rostro rojo del contrapoder. Los chinos se envolvieron en la bandera de la producción, se convirtieron en despensa y solución barata para todo y hasta se permitieron el lujo de desatar la euforia en los parqués de las bolsas y de trastocar los flujos de viajeros y los balances turísticos en los principales países de destino.

Investigación a contrarreloj para encontrar una vacuna. Investigación a contrarreloj para encontrar una vacuna.

Investigación a contrarreloj para encontrar una vacuna.

La OMS advertía hace unos días que el encierro es imprescindible pero también insuficiente. La salida tardará, será gradual y nadie es capaz de asegurarnos hoy que no nos expondremos a un rebrote. Antes del verano o en octubre; justo ese mes mágico en el que pensamos recuperar todo lo que hemos cancelado en primavera. Preguntándonos, con Sabina (nunca había sido este verso tan premonitorio), quién nos ha robado el mes de abril; y cómo pudo sucedernos (precisamente) a nosotros; a los que tan bien nos iba dando lecciones de progreso a los dos lados del Meridiano.

Pues España lleva desde el 15 de marzo mirando de reojo a Italia y preguntándose, también, si habrá que seguir el trágico calendario de muertos y contagiados de nuestros vecinos (con los que hasta ahora sólo competíamos en fútbol, gastronomía, moda y patrimonio) o habrá algún atajo. Diez días. Es el margen de tiempo que tenemos como si estuviéramos sumergidos en un macabro juego de rol.

Pensábamos que nuestra sanidad era mejor; pero casi 12.000 muertos y 125.000 positivos después, no está tan claro. Creíamos que habíamos reaccionado antes; pero viendo el demoledor gráfico que está circulando por las redes comparándonos con Corea del Sur, más bien parece que llegamos igual de tarde y de mal. ¿Ahora vamos a imponer las mascarillas a toda la población? ¿Ahora vamos a hacer test a cualquier sospechoso? ¿Incluso a los asintomáticos? ¡Por fin un poco de sensatez! Aunque estaría bien que alguien nos explique cómo, tres semanas después de confinamiento, conseguimos una mascarilla. Y que funcione, claro, no un trozo de tela con dos gomas a los lados.

En este enloquecido escenario, el único punto de inflexión realmente eficaz tiene un nombre: la vacuna. Y lo desconcertante de las últimas horas es comprobar que tampoco en la comunidad científica, tampoco desde las instituciones académicas y las universidades, hay un plan. Ni sinergias ni coordinación. Sólo batallas de reinos de taifas en una carrera a contrarreloj hacia no sabemos dónde.

Pedro Duque decía que el CSIC tendrá un "boceto" potente este mismo mes, desde Australia aseguran que hay un fármaco antiparasitario que "mata al coronavirus en 48 horas", varios cientos de enfermos van a probar un medicamento que ha bloqueado el coronavirus en minirriñones humanos, hace unos días saltó otra crisis entre USA y Alemania para apropiarse de una supuesta vacuna…

Mientras llega (o no) el antídoto, comprobamos si realmente es eficaz (ahora y frente a posibles rebrotes) y, sobre todo, entramos en la guerra por su comercialización (la crisis de los test defectuosos y el último capítulo de Turquía quedándose con una partida de respiradores ya comprada por España puede darnos una idea de lo que nos espera), hay epidemiólogos que al menos nos dan esperanza. Y fundamentada.

El experto malagueño Fernando Fariñas Guerrero apuntaba hace unos días que no descarta que el virus se pueda "autoextinguir" por un mecanismo llamado de "selección purificante". Si bien confesaba que no confiaba demasiado en esta posibilidad, se mostraba moderadamente optimista: "Antes de que lleguen las vacunas, ya tendremos mejores antivirales, sueros hiperinmunes de diseño, nuevas terapias biológicas y otros tratamientos que, mientras tanto, nos permitirán hacer frente a la infección de forma más efectiva".

Para ver si la curva de muertes y contagios se aplana, tendremos que esperar; para saber cuánto tardará la esperada vacuna, tendremos que esperar; para saber si hay atajos, tendremos que esperar...

Balcones y ventanas se llenan con el arcoiris solidario y de esperanza de los niños confinados. Balcones y ventanas se llenan con el arcoiris solidario y de esperanza de los niños confinados.

Balcones y ventanas se llenan con el arcoiris solidario y de esperanza de los niños confinados.

Mientras, toca vivir. Aunque sea tachando días en un calendario. Hoy es Domingo de Ramos. Inédito. Sin procesiones, sin turistas y sin ruta cofrade (por los bares). Por primera vez desde que recuerdo no comeré pestiños ni tendré nada que estrenar; ni siquiera unas bragas.

Apenas veo banderas en su duelo con las esteladas en los balcones de las casas. Las que hay (hasta las crisis más crispadas se quedan viejas), lucen descoloridas y deshilachadas. El granate y el púrpura empieza a colorear los barrios aunque los pasos de las hermandades tarden más de un año en llegar.

Aunque se hayan tenido que hacer un hueco entre los dibujos de arcoiris que se cuelan, miméticos, solidarios, entre las rejas de las ventanas: "Todo va a salir bien"; "Un día menos"; "#QuédateEnCasa". Los niños, tal vez recurriendo a esa caja de lápices Alpino que de pequeña tanto me gustaba, los más lúcidos. Incontestables. En la carrera que de verdad importa; la del mañana.

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