La Virgen de la Cinta regresa junto a Huelva al cielo del Conquero

La procesión no es una despedida, sino un acompañamiento en el que los onubenses le dicen a la patrona: "ve, pero no te vayas"

Huelva se proclama tierra de la Madre de Dios en una sublime procesión Magna Mariana

La Virgen de la Cinta emprendiendo su recorrido hacia el Conquero y dejando atrás la Parroquia Mayor de San Pedro.
La Virgen de la Cinta emprendiendo su recorrido hacia el Conquero y dejando atrás la Parroquia Mayor de San Pedro. / Jesús Fernández

No había prisa en el camino, ni ansiedad en los gestos, mientras Huelva se despedía de la Virgen de la Cinta. Los onubenses han cambiado este viernes la Catedral de la Merced por la Parroquia Mayor de San Pedro, donde ha descansado la Virgen Chiquita desde su participación en la Procesión Magna Mariana. Allí ha permanecido estos días, envuelta en el murmullo de las oraciones y las promesas silenciosas, rodeada de flores frescas, cirios encendidos y miradas que, aunque quietas, decían mucho más que las palabras. Ha sido una espera callada, como un suspiro contenido que no quería decir adiós.

A su paso por las calles en dirección al cielo del Conquero la ciudad contuvo el aliento. Desde las aceras, los balcones, las esquinas, los portales y los bancos, miles de onubenses aguardaban el momento en que la Virgen de la Cinta, la Señora del Conquero, pasase frente a ellos en su regreso al santuario, a su casa. Arropada por la noche, el calor de la ciudad acompañó a su patrona en un vaivén de emociones: el amargor de la despedida y la dicha de haberla tenido cerca, unos días en los que la ciudad se había proclamado capital mariana.

La Virgen de la Cinta saliendo desde la Parroquia Mayor de San Pedro para emprender el camino de regreso a su santuario.
La Virgen de la Cinta saliendo desde la Parroquia Mayor de San Pedro para emprender el camino de regreso a su santuario. / Jesús Fernández

Las calles se llenaron de detalles que tejían la emoción, miradas clavadas en ella, pétalos que volaban desde algunos de los balcones y decenas de teléfonos alzados buscando atrapar ese instante único en fotos y vídeos. Una mezcla entre lo íntimo y lo multitudinario, de lo que se quiere guardar para siempre y lo que se vive solo una vez, y de cerca. Porque cada vez que la Virgen emprende su camino de regreso al Santuario, parece única, especialmente este año en el que la Reina del Conquero había bajado a la ciudad para ser el broche de oro a la Magna Mariana. Este contexto extraordinario, en un año marcado por emociones aún recientes, y todo lo vivido parecía llevar una intensidad distinta, casi histórica. Cada esquina, cada plaza, se convertía en un pequeño altar improvisado desde el que asomarse al rostro de la Virgen.

Los tambores marcaron el paso sereno, mientras las cornetas tejían melodías que se alzaban sobre los tejados. A lo largo del recorrido los vivas resonaban entre callejones marcando a los más rezagados por dónde caminaba su patrona para que se unieran a ella. Y Huelva respondió, no con ruido, sino con respeto y amor hacia ella. Porque cuando camina la Virgen de la Cinta, la ciudad se transforma y habla con otro lenguaje, más antiguo, más hondo, más verdadero.

Desde los hombros de sus padres, algunos niños y niñas la miraban con los ojos muy abiertos. No todos entendían qué ocurría, pero sí sabían que aquello era importante, que esa figura que avanzaba entre flores, velas y música no era una imagen cualquiera, sino que formaba parte de su vida y que traía consigo algo que no se explica, pero se siente.

Petalada sobre la Virgen Chiquita de Huelva.
Petalada sobre la Virgen Chiquita de Huelva. / Jesús Fernández

Algunas personas afinaron la voz para regalársela a la Reina del Conquero. Algunas voces llegaron desde los balcones, acompañadas por una nieve de pétalos y un par de guitarras cuyas notas se perdían entre el murmullo de quienes, al escucharlas, buscaban con la mirada de dónde venía la emoción.

Cada una de las paradas de la patrona durante el recorrido parecía alargar el momento de decir adiós. Todos querían una última mirada, una promesa más, un instante más caminando con ella en uno de los momentos más intensos con la Virgen Chiquita. Algunos caminaban en silencio, con la mirada baja, acompañando con el alma en la garganta, otros murmuraban promesas que se mezclaban con la música y el crujido del paso. Hubo quien se emocionó al verla doblar una esquina, quien se quedó inmóvil cuando pasó junto a él, y quien prefirió seguirla hasta donde dieran los pies porque en noches las de este viernes, no hay camino largo ni cansancio suficiente que valga más que estar cerca de ella.

La procesión no fue una despedida, sino un acompañamiento. Un gesto colectivo que le decía a la patrona: "ve, pero no te vayas". Los onubenses parecían retenerla ante la marea de personas que se agolpaba a su alrededor, pero lejos de ello le abrían paso y se unían a ella. La Virgen Chiquita nunca camina sola porque Huelva avanza a su lado.

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