La única felicidad del periodista es serlo
Crónicas de otra Huelva
En este artículo relata la dificultad de una profesión que, a su juicio, es una de las que más sinsabores proporciona porque nunca se puede contentar a todo el mundo igual

La introducción
La utilidad de la profesión periodística
Decía Rafael Mainar en El arte del periodista que el periodismo de empresa trajo consigo “el periodista de oficio o un oficio del periodismo” y que “si hubiera que buscar el tipo étnico del periodista profesional no sería muy distinto del español; rápidamente impresionable, vivo de ingenio y de frase, de espíritu aventurero excitable por las dificultades y aficionado a la movilidad y variedad del trabajo, con imaginación meridional y, ¿por qué no decirlo?, con su quijotismo atractivo y bueno, en cada español culto hay un periodista posible”.
El periodismo español experimentó en ese primer tercio del siglo XX un cambio importante. Al igual que Mainar en 1906, el que fuera director de La Vanguardia y paisano de Ponce Bernal, el periodista onubense Modesto Sánchez Ortiz, también había escrito otro tratado, El periodismo, unos años antes, en 1903; y en 1912, Basilio Álvarez escribiría El libro del periodista.
Estas y otras obras estaban inspiradas por el regeneracionismo de la época y los cambios que se venían experimentando en la profesión. Estos autores y sus colegas coetáneos fueron “protagonistas y testigos de un cambio profundo en el periodismo, en las redacciones y en las empresas.
Reflexionaban sobre su propia práctica en un contexto de profunda preocupación por la profesión, por su formación, por su función social y por la propia organización de la empresa periodística”.
Vemos que José Ponce Bernal cree firmemente que su profesión era un complemento ideal en la tarea de educar al pueblo. Desde las páginas del Diario de Huelva, un periódico de provincias, orienta el pensamiento, crea opinión, ayuda a cambiar las cosas y quiere proyectar su provincia fuera de ella, participando en las informaciones que lee en la prensa nacional. La responsabilidad del periodista es enorme. Ponce siente la necesidad de ser útil en este sentido y en ocasiones lo manifiesta abiertamente.
Para Sánchez Ortiz, la información es “una necesidad absoluta para el público, y por esto es para el periódico una de las razones principales de su existencia”. Vemos cercanía con esta idea en los escritos de nuestro autor. Existen innumerables ejemplos en los artículos que vamos reproduciendo aquí de ese afán de influir, de educar, desde la dignidad de la profesión. La garantía se encuentra en la energía moral del periodista.
Le decía ayer al comentarista un señor: –Amigo mío: ustedes los periodistas son los amos del pueblo. Toda la gente les mima, los contempla, les abre sus puertas y les teme. Para ustedes es la vida.
El comentarista le miró fijamente, se quedó absorto y con ademán olímpico le volvió la espalda.
La opinión de este individuo es la de mucha gente. Creen que para nosotros todo es de color de rosa y que si hay algún ser feliz en la tierra ese es el periodista.
La única felicidad del periodista es serlo. Pero no hay que olvidar que –como ha dicho muchísima gente– la felicidad es una de las rosas más bonitas y, por tanto, de las que tienen espinas más punzantes.
Aparte de este amor al oficio, no dudamos que haya en la vida profesión que más sinsabores proporcione.
Es obligación nuestra hablar todo y de todos. Si lo hacemos con imparcialidad, no damos gusto a todos; si nos inclinamos a una parcialidad, menos. Los de la parte contraria se ofenden; los de la defendida siempre creen que nos hemos quedado cortos en la defensa…
No hace mucho se recibió una carta en el periódico en que trabaja el comentarista de un señor que se lamentaba de que al ser citado en una información recientemente publicada, solamente se había dicho que él que era “ilustre”.
Otras veces ocurre que hay algún ciudadano que se mete en juerga, se le sube el vinillo a la cabeza y arma una tremolina que no queda títere con la suya sana. Inmediatamente suena el teléfono, o el tal se destalona los zapatos subiendo las escaleras de la Redacción, en súplica de que no se dé el suceso, pues, de lo contrario se dará de baja como suscriptor.
Otras veces, otro señor realiza algún acto público que como tal queda sujeto a enjuiciamiento. Pues si por casualidad en la Prensa se publica algún comentario y no es del agrado de aquel, en seguida carga sobre el amigo periodista para decirle: “Hombre, parece mentira que estando usted en el DIARIO hayan insertado un artículo en el que se dice que no les parece bien lo que yo he hecho”.
Si nos guía el propósito de hacer un periódico de altura, ocupándonos exclusivamente de asuntos importantes, la gente no lo compra porque dice “que viene muy soso”, “que no hay nada vibrante”.
Si, en defensa de un cocido, tan sagrado como el que más, en las columnas del diario se de cabida a chismorreos e informaciones chabacanas –¡que son las única que les lleva al público a soltar la perra gorda!– se nos pone de vuelta y media, tratándonos de “mercaderes” y de “jornaleros de la pluma”.

Otra vez ocurrió, en un periódico de Madrid, que un compañero fue a ver a un señorón que en aquella ocasión tenía una actualidad especial.
Al anunciársele que había un periodista con intención de celebrar con él una entrevista para hacer una información, después de escarbarse las narices, dijo, muy convencido de haber hallado la solución:
–Echadle de comer y dadle cinco duros, que ya le mandaré por escrito lo que debe decir de mí.
Al día siguiente, al pie de las cuartillas enviadas por dicho magnate –cuya procedencia se hacía contar– se publicó la fotografía de un hermoso burro, al pie de la cual iba el nombre del interviuvado. Bajo el retrato de este se decía:
“Magnífico ejemplar de garañón, premiado en el último concurso de asnos”.
Aún cuando el error “fue completamente casual”, el caballero se indignó y se querelló contra el periodista. Este tuvo la satisfacción de devolverle ante el Juzgado los cinco duros con que había querido obsequiarle. A veces entre los sinsabores del oficio puede uno tener pequeñas compensaciones.
Blanquiazul
Diario de Huelva, 19-08-1930.
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