El último forajido

Fila siete

El último forajido
El último forajido

15 de septiembre 2008 - 01:00

Si alguna virtud tiene la nueva versión de El tren de las 3.10, que nos trae la vieja memoria de su precedente más de medio siglo después, es devolvernos al espíritu del 'western', el género menos propicio a la farsa, al embeleco y la manipulación y más próximo a la épica moral de los relatos más sólidos y de más perfecta estructura cinematográfica. Por eso el director de este 'remake', James Mangold, no ha intentado ni enmendar la plana ni superar aquel inolvidable film de Delmer Daves. Como ya sostenía en mí crítica, publicada en esta sección el pasado jueves día 11, ha tratado de imprimir una nueva dimensión a una historia impregnada de la autentica esencia del cine del Oeste. Una especialidad, genuinamente cinematográfica, que por desgracia los públicos de hoy no saben apreciar.

La historia es la misma: un granjero ha de conducir ante un tribunal que lo juzgará por sus fechorías a un malhechor, el último forajido, si hemos de evocar otro título de la más pura antología del 'western' clásico, pero su tratamiento tiene otro estilo, otra personalidad. Ni mejor ni peor, solamente distinta. Si antes Delmer Daves dejaba clara la definición del héroe, ahora James Mangold, nos da una acertada visión del héroe y su antagonista como personajes arquetípicos de una narrativa de un peculiar rango fílmico donde el tren, presente en tantas y tantas películas del Oeste, cobra un protagonismo tan significativo como impactante en la estructura clásica de un relato que, desde su origen, está lleno de la más recia fuerza psicológica y moral. Como lo fue en el primer 'western' del cine, Asalto y robo de un tren (1903), de William S. Porter, o con un carácter simbólico en El caballo de hierro (1924), de John Ford.

Con una admirable fidelidad a la estructura clásica James Mangold recrea ese marco tan transitado siempre por el género pero que en manos de un realizador inteligente sigue resultando tan fascinante y sugerente como siempre, evocando por igual la historia, la leyenda o el mito. Reafirmando una vez más el esquema maniqueo, la acción es elemental y de un sobrio naturalismo provisto de una entidad psicológica y reflexiva que proporciona mayor profundidad a la narración. Y con esa interiorización psicológica de los personajes, incluso de los secundarios, como ocurre en el caso de Peter Fonda, y la realidad física del paisaje, El tren de las 3.10, atinada nueva versión de Mangold, demuestra que el género sigue vivo y apasionante cuando un realizador sabe manejar sus claves y el espíritu de una de las más nobles tradiciones cinematográficas.

Consciente de que un duelo tan íntimo y directo como nos presenta esta historia requiere de unos actores con personalidad y carácter, ha contado con dos intérpretes que han asumido con convicción los largos diálogos entre el ranchero y el forajido y la acción propia, aunque no tan intensa como en otros casos, de este relato de creciente incertidumbre y desasosiego. En este aspecto las actuaciones de Christian Bale y Russell Crowe, responden no sólo a cuanto se espera de su talento bien demostrado sino a su sensibilidad y fuerza expresiva para dar vida a tan cruel duelo.

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