Tres años de la muerte de Jesús Quintero: “La gran obra de el Loco fue su personaje, que era él sin impurezas”
Memoria del Loco de la Colina a través de una conversación entre dos de sus escuderos detrás de la cámara: Javier Salvago y Baldo Toscano
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Baldo Toscano, director de producción de programas de televisión, entre ellos algunos de Jesús Quintero, es de los pocos capaces de arrancar a Javier Salvago, poeta y guionista durante treinta años de el Loco, como algunas veces lo menciona, de su retiro en su piso del Polígono de San Pablo de Sevilla. En esta ocasión lo hizo para traérselo a Cádiz y hablar en la Asociación de la Prensa local del personaje que los unió. Salvago quizá nunca fue el poeta más leído, pero seguro que sí fue el más escuchado. “En la vanidad del poeta uno te podía decir orgulloso que había vendido más de trescientos de sus poemarios y yo, que he vendido muy pocos poemas, me sonreía pensando que lo que yo escribía lo escuchaban en la voz de Jesús diez millones de personas sin saber quién era yo”, me dice. Hoy se cumplen tres años del día en el que Jesús Quintero, el comunicador andaluz más influyente de finales del siglo pasado, no despertó de su siesta en la Sierra de Cádiz. Aún hoy los vídeos de youtube de los programas de Quintero siguen acumulando miles de visitas. Y Baldo y Javier se ponen a recordar.
Baldo Toscano: Javier, tú y yo hemos trabajado muchos años juntos y hemos sufrido a Jesús Quintero. Siempre te he considerado un pistolero a sueldo que, siendo un gran poeta, has puesto tu palabra al servicio de otros.
Javier Salvago: Y eso me ha hecho hacer muchas cosas malas. He escrito hasta pregones para Isabel Pantoja. He sido un pistolero a sueldo porque con la poesía y la novela no he ganado un duro.
B.T.: Pues con la poesía llegaste a Quintero.
J.S.: Quizá debido a que su gran frustración era no haber sido escritor, no haber sido poeta.
B.T.: Es verdad, él era casi ágrafo. No escribía nada.
J.S.: Por eso se rodeaba de escritores. Él empezó a hacer el Loco en Radio Nacional con Félix Machuca y Raúl del Pozo. Luego llegaron Juanjo Téllez o Juan Bonilla.
B.T.: Y tú.
J.S.: Mi historia es curiosa. La primera vez que vi a Jesús fue en 1981 porque me dieron el Luis Cernuda de poesía y me llamaron a Radio Nacional para hacerme una entrevista. Yo esperaba transcribiendo en un papel alguno de mis poemas y pasó él con el pelo ensortijado y me miró y me dijo qué haces. Transcribir unos poemas. Ah, eres poeta, ¿por qué no vienes a mi programa? Y fui y no volví a saber de él en tres años, cuando me dieron el premio de poesía Rey Juan Carlos, de cuyo nombre no quiero acordarme. Entonces me llamó y me dijo tú eres el hombre que estaba buscando. Por entonces yo no sabía hacer nada. Había estado en la Universidad y me salí, me había hecho alcohólico y me salí. Sólo tenía experiencia y sabía escribir. Creía que iba a estar tres meses y estuve treinta años. Ahora pienso qué hubiera sido de mí sin Jesús si yo no sabía hacer nada.
B.T.: También escribiste para Iñaki Gabilondo y para Encarna Sánchez.
J.S.: Con Iñaki estuve la primera vez que el Loco se bajó de la colina por una depresión, aunque él pretextó que era porque le habían metido publicidad. Pero no fue por eso, fue porque ya no podía más, fue porque el personaje se lo estaba comiendo. La cosa es que me quedé sin trabajo.
B.T.: Y entonces arrancaste el Hoy por Hoy en la SER, que era un nuevo formato.
J.S.: Sí, pero no sé para qué. Yo escribía los guiones, pero Iñaki no era como Jesús. No los respetaba. Él era una gran profesional y no necesitaba a nadie que le pusiera cinco preguntas. Presumía de que le daban un micrófono y podía estar hablando una hora sin decir gran cosa. No me sentí demasiado útil.
B.T.: ¿Y con Encarna Sánchez?
J.S.: Aquello tampoco funcionó. Cuando fue a Antena 3 ella iba a demostrar cómo se hacía la tele y sólo duró una temporada. La gente tenía otra idea de la Encarna de la radio y sale ella vestida de Dior con su aquí estoy yo... Esta no es la Encarna del pueblo, decía la gente, y ella tampoco parecía muy interesada.
B.T.: Para mí, no sé lo que pensarás tú, de todos los programas de Jesús el mejor fue Cuerda de Presos.
J.S.: Sin duda. Todavía hoy cuesta creerlo. No creo que haya hoy un director de prisiones ni un ministro del ramo que permitiera entrar en la cárcel como entrábamos nosotros. Teníamos carta blanca para entrevistar a quien quisiéramos. Creo que el ministro era Santiago Belloch. Hicimos treinta cárceles, entrevistamos a un preso que había quemado a su novia y a su amigo porque les cogió haciendo cosas, a otro al que lo condenaron por seis crímenes pero que él decía que había matado a muchos más y que a uno le había quitado el corazón para morderlo. Lo contaban con naturalidad. Acabamos moviéndonos por las cárceles con una confianza como si hubiéramos estado toda la vida presos.
B.T.: A propósito de Cuerda de Presos, ¿te acuerdas de lo del Mercedes?
J.S.: No me voy a acordar…
B.T.: En televisión se trabaja mucho con intercambio. Las marcas te ceden cosas para que tú las saques y para Cuerda de Presos había un pedazo de todoterreno de Mercedes con el que llegaba Jesús a las cárceles. Una vez acabada la serie alguien de la Mercedes llamó a la cadena para decir oye, ¿y el coche éste que teníais que haber devuelto?
J.S.: Jesús se empeñó en llevarse el coche. El acuerdo era te lo quedas si haces una segunda temporada y si te lo quedas y no la hay tienes que pagarlo. La cosa era que ese programa se hizo con una productora que yo creé por lo que la deuda del coche, que era de unos seis millones, estaba a mi nombre. No he dormido en años pensando en esa deuda. Luego el coche, que lo conducía su chófer, lo aparcaba Jesús donde le daba la gana con lo que figúrate la de multas que ha podido tener ese coche.
B.T.: ¿Y de los demás programas? ¿La Boca del Lobo?
J.S.: Sí, La Boca del Lobo lo produjo el director de cine Gonzalo Suárez porque Jesús quería hacer arte y hacía arte con el micrófono y con la cámara. Jesús no era un periodista, era un artista. Si una cosa tenía arte le interesaba, si no tenía arte no le interesaba.
B.T.: Yo más que como periodista siempre lo vi como una estrella del rock.
J.S.: Lo que pasa es que todos los demás programas, se llamasen como se llamasen, eran el Loco de la Colina con distintos nombres. Quintero era muy de lo que funcionaba. Aunque siempre estaba imaginando cosas nuevas, era muy conservador en ese sentido.
Esos personajes de Amarcord eran los que nosotros buscábamos y los tratábamos con tanta dignidad como al presidente del Gobierno de turno"
B.T.: Pero lo que enganchaba era su capacidad para encontrar personajes.
J.S.: Él tenía una dedicación casi exclusiva y nos obligaba a nosotros a tenerla. Te podía llamar el día de Navidad para decir oye, que he encontrado a tal personaje, venid y lo grabamos. Lo veía por la calle, lo tanteaba y si veía que podía tener una historia entonces lo invitaba. Luego había un bar en Sevilla, el de Pepe el Perejil, que era una corte de los milagros. Allí estaba Risitas y todos los demás. A partir de Risitas encontramos a otros, como Tito Triana. Risitas no fue más feliz ni ganó más dinero en su vida que cuando nosotros lo cogimos. El Peíto se murió harto de todo, hasta de mulatas brasileñas, cuando no había probado nada de eso en su vida. Eran más listos que el hambre, eran pícaros, lo sabían todo. A Risitas le poníamos cualquiera al lado y se lo comía, a los cinco minutos lo había anulado.Yo, que me pasaba las horas editando, veía al Risitas y cada vez me encontraba algo nuevo. La labor del guionista era llevarles a situaciones para que dijeran las barbaridades que tenían que decir.
B.T.: Maravillosa corte de los milagros.
J.S.: Bebíamos del neorrealismo italiano, de Fellini. Esos personajes de Amarcord eran los que nosotros buscábamos y los tratábamos con tanta dignidad como al presidente del Gobierno de turno.
B.T.: Y, aparte de la famosa corte, ¿hubo algún personaje que te impresionara?
J.S.: Quitando los de Cuerda de Presos muy pocos, soy poco mitómano. Cuanto más situado está el personaje menos cosas cuenta. Le hicimos una entrevista a Borges y no fue una buena entrevista. No estuvimos bien. Quizá la última que le hicimos a Antonio Gala porque empezó a decir que se estaba muriendo y Jesús se empeñó en que le hiciéramos una entrevista antes de que se muriera. Y Gala estaba de un pasota... Se reía de su literatura, de él, del teatro... Gala cuando impostaba me resultaba empalagoso, pero cuando era natural tenía mucho ingenio. Y Gala no se murió. De hecho, se murió Quintero antes que Gala.
B.T.: Acuérdate cuando hicisteis esos trece programas con Gala.
J.S.: Sí, Gala hablando de los temas eternos. La relación Gala-Quintero era curiosa, se llevaban como el perro y el gato, se decían de todo, pero funcionaba. Gala me decía no habrás visto a nadie nunca más coherente que yo y yo veía las distintas entrevistas en la edición y me di cuenta que le preguntaras lo que le preguntaras siempre contestaba lo mismo y sí, claro era bastante coherente.
B.T.: A mí eso me maravillaba de tu trabajo. Conseguías conversaciones fluidas aunque yo sabía que todo estaba supereditado.
J.S.: Hacíamos encaje de bolillos para que no se notaran los cortes. Pero no falseábamos absolutamente nada, quitábamos lo que sobraba, dudas, carraspeos… Y si a la pregunta 1 encontrábamos la respuesta buena en la pregunta 54, pues metíamos la pregunta 1 y la respuesta 54. Un trabajo de chinos. De una entrevista de hora y media hacíamos veinte minutos con una narrativa de planteamiento, nudo y desenlace. Era una obra de teatro, una obra natural, todo era lo que era.
B.T.: Porque los famosos silencios de Jesús también estaban editados.
J.S.: Con esos silencios jugábamos, a veces eran premeditados, probábamos: vamos a ver si la gente aguanta un silencio de 45 segundos… Y mira lo que han hecho los silencios de Quintero que ahora hay silencios en el Chiringuito, pero eso son silencios groseros. Quintero era el maestro del silencio, pero no soportaba el vacío. ¿Y qué era el vacío? Todo lo que no tuviera acción porque Jesús no quería dar el descanso al espectador, no quería darle oportunidad de que se pusiera a pensar en otra cosa. Eso era el ritmo quinteriano, pum pum pum, y luego se tiraba veinte segundos de silencio, pero eso no era vacío, eso estaba lleno de intención.
B.T.: He visto las ediciones de las entrevistas. Lo que se hacía era transcribir al cien por cien a papel.
J.S.: Sin transcripción no se podía hacer nada. Tú en el papel te haces la idea de si esto no va a empezar por la primera pregunta o esta respuesta sobra y como ésta complementa esto se pasa aquí. Pero a veces había que hacerlo a pelo si entrevistabas a uno muy importante por la mañana y tenía que estar en el programa de la noche. Entonces no daba tiempo y mandábamos la primera lata y aún estábamos trabajando en la segunda y los de la cadena temblando.
B.T.: La de sudores que yo he tenido con eso.
J.S.: Jesús me dejaba hacer. Al principio intervenía mucho, pero luego no intervenía nada. Yo sabía lo que quería y sabía cómo hacerlo, aunque en alguna ocasión se presentaba con sus amigos a las tres de la madrugada, se recostaba en un cojín y con los humos empezaban a venir las ideas y decía esto aquí y esto allí y me lo descolocaba todo. Cuando yo lo veía venir, hacía una seña a los técnicos y les decía decidle que la máquina se ha estropeado.
B.T.: Una de las cosas que me llamaba la atención es que con lo exigente y meticuloso que era con todo, luego era un puto desastre en lo económico. Dilapidó fortunas.
J.S.: Él ganaba muchísimo dinero pero no le daba importancia. Cuando llegó el 92 se le metió en la cabeza que quería demostrar que era el mejor empresario de Andalucía y yo le decía ¿no te basta con ser el mejor comunicador de Andalucía? Pero él quería que el Montpensier, en los Jardines de Murillo, fuera su pabellón de la Expo. Se puso a hacer las obras en enero para aprovechar toda la gente que iba a venir, pero se metió sin licencia y le pararon las obra. Cuando se abre el Montpensier, el Día de los Inocentes, ya se ha acabado todo, ya no hay visas oro, ya no hay yuppies. Y era una maravilla, eh, un comedor que tenía una jaima, otro que tenía estrellas en el techo...
B.T.: Era muy extravagante en los negocios y eso se paga.
J.S.: En el Montpensier decía quiero camareros que me da igual que sepan servir o no, lo que quiero es que todos se parezcan a un actor famoso. Luego cuando montó el teatro Quintero en el antiguo Pathé se trajo a treinta músicos cubanos y los tuvo alojados y dándoles de comer durante un montón de tiempo para hacer una actuación de vez en cuando. No tenía sentido práctico, pero no aprendía, salía de una y se metía en otra. Presumía de haberse arruinado cuatro veces.
B.T.: Cuando lo del teatro me invitó a conocerlo antes de abrirlo y me preguntó qué me parecía y yo le contesté que le había quedado muy bien su mausoleo. Se gastó una millonada en un edificio que ni siquiera era suyo.
J.S.: Él tenía que hacer las cosas a lo grande y dejar algo, que yo creo que era lo que él anhelaba: dejar algo. Fíjate, que el teatro ya ni se llama Quintero. Pero él no escuchaba a nadie, sólo escuchaba a los que le decían adelante.
B.T.: Cuando puse en marcha Canal 2 Andalucía quise ir en su rescate. Creía que por el hecho de ser Quintero había que pagarle muchísimo dinero como si fuéramos una televisión privada con mucha pasta. Luego cuando me ficha Vasile para Mediaset, él me llamó y lo intenté, pero por entonces ya no tenía encaje en un gran formato. Además, tenía fama de ser problemático con las cadenas.
J.S.: Y lo era, porque era tremendamente exigente, sabía lo que quería.
B.T.: Hacía una televisión de autor. Dentro de su megalomanía y en su locura ahí está su herencia insuperable. En fin… ¿y tú ahora qué haces?
J.S.: Desde que me jubilé lo único que hago es escribir. Soy un escritor muy impaciente, empiezo una novela y a los pocos días ya la he acabado, quiero saber cómo termina. Escribir es mi juguete de viejo, me divierto haciendo eso. Si no hago eso, me aburro. Me he quitado del mundo, no sé qué otra cosa hacer.
B.T.: Ver la televisión.
J.S.: Quita. Sólo veo Teledeporte... y no me gusta el deporte.
B.T.: ¿Qué programa harías tú?
J.S.: Ahora no cabría nada de lo que yo pudiera hacer. Ha triunfado la voz de su amo, se miente con descaro, se ataca, se dicen unas barbaridades... Han ganado los malos.
B.T.: ¿No trabajarías con las estrellas de ahora? Broncano, Giró, Évole, Buenafuente, Motos...
J.S.: Yo no estoy ya para trabajar, salí muy quemado después de treinta años. Sólo estoy para mis novelas pornográficas. Pero, ¿sabes lo que pienso? Esta gente han mamado a Jesús, son admiradores acérrimos, los veo como alumnos a todos. Pero son eso, alumnos. Jesús hizo cosas que no se han vuelto a hacer y no se van a volver a hacer porque ya no está el. La gran obra del Loco fue su personaje porque su personaje era él, lo mejor de él, era Jesús Quintero sin impurezas.
B.T.: ¿Y a quién entrevistaría hoy Jesús?
J.S.: Lo mejor que le ha podido pasar es no estar en este momento porque lo odiarían de una parte y de la otra. Él pensaba que en una entrevista el invitado se tenía que sentir bien. No los entrevistaba para fastidiarlos y podía dar la sensación de que se ponía demasiado del lado del entrevistado. Si invitaba a un torero parecía taurino y si invitaba a un antitaurino, lo contrario. Era el mejor camino para sacar lo mejor y lo peor. Él les daba cuerda y muchas veces los entrevistados se ahorcaban con ella. Juan Guerra se ahorcó con la cuerda que le dimos. Luego fue a Mercedes Milá a una entrevista dura y no dijo ni la mitad de lo que nos dijo a nosotros. Me da miedo pensar en yo qué sé, Jesús entrevistando a Ayuso y poniéndose meloso… Los antiayuso lo pondrían a caldo en las redes y él sufriría. La cordialidad que tenía con los entrevistados no se acepta hoy. Media España no acepta que seas cordial con esto y la otra media no acepta la cordialidad con el otro.
B.T. :¿Y tú a quién crees que le faltó por entrevistar? Porque él entrevistó a todo el que era alguien.
J.S.: No lo creo, lo sé. En cada inicio de temporada o de proyecto siempre había un nombre el primero: Fidel Castro. Y no lo consiguió.
B.T.: Figúrate que lo hubiera conseguido. Lo que hubieras sudado para montar esa entrevista.
J.S.: No quiero ni pensarlo.
(Como en los programas de Quintero, esta conversación está editada y su orden manipulado. Pero es una miniobra de teatro donde todo lo que se narra es natural, nada está falseado).
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