El torero a quien Huelva soñó
Aún está vigente esa época donde las palmas por Huelva tapaban la música del pasodoble y de la tronera del burladero asomaba al ruedo Emilio Silvera González, matador de toros
Una tarde primaveral de aquel año de 1993, tras desbaratarse esa primera intentona a favor del Frente de Salvación del Recre con la corrida de Algarra y Silvera, Litri y Chamaco en el cartel, un traje barquillo y oro descansa sobre la silla de la habitación del hotel. Carlos Zúñiga, apoderado del torero, había apalabrado la cita.
En la cama de la habitación, tapado casi hasta el mentón, Silvera me pareció el torero más frágil del mundo, meditando más el posible fracaso que en el rotundo éxito que, el cante del Toronjo desde el tendido, cinco toros y un novillo de otros tantos ganaderos de Huelva y la posterior salida a hombros de la afición, fijarían entre las grandes e insólitas fechas de La Merced.
Pocos días antes, un servidor y Pepe Juan Díaz Trillo habíamos hablado en su despacho sobre esa posibilidad.
Dos tardes después, en Mazagón, repletos de esas milojas que Emilio e Inma siempre aportaron a las comidas entre amigos, paseando con el torero por la playa, le dejé caer de plano el proyecto. Por la noche la llamada del torero, dio luz verde a lo que sin duda le convertiría en el único matador de toros que en toda la nueva historia de La Merced hiciera el paseíllo en solitario.
Antes, en una tarde de verano del año 86, La Merced prestaba un escenario tremendamente especial para la Huelva taurina. Era el 2 de agosto y Emilio Silvera, aquel novillero que había aspirado a lo más alto del segundo escalafón en manos de los Choperitas, se hacía matador de toros en su tierra.
Habían sonado poco después del paseíllo esas palmas por Huelva que tanto alimentaron en el tiempo esa ilusionante comunión que durante los años posteriores llevarían al torero y a su afición a soñar con cosas grandes e importantes.
Alternativa de lujo, con el apogeo ojedista en su culmen y todo un torero del calibre de Manzanares como padrino de aquella fecha histórica.El torero del Molino empezaba a ser el principal referente de una afición que ya le había conocido como triunfador en plena etapa novilleril justamente dos años después de que Miguel Báez Espuny echara el cerrojazo definitivo a su presencia como torero en Huelva.Después el tiempo iría destilando poco a poco una relación muy íntima entre una plaza, que ha sido el principal argumento de su carrera profesional, y un torero capaz de protagonizar tardes y acontecimientos muy singulares y determinantes como para aseverar que Silvera siempre fue ese torero al que Huelva siempre soñó, y además esperó cuantas veces fueron necesarias, para volver a ilusionarse con él.Con el tiempo, después de varias incursiones en la tardes duras delos finales de temporada en la Ventas con Albaserradas y los patasblancas de Barcial, la plaza onubense seria el único bálsamo donde enjugar temporadas de pocos festejos y muchas ilusiones. Un bálsamo donde a pesar de algunas ferias ausente de los carteles, Emilio Silvera encontró siempre su nombre en las grandes citas, como esa del Centenario, en el 2002.Decía antes que Emilio me pareció el torero más frágil del mundo. Sea puntual observación esa, porque si de algo puede presumir Emilio Silvera es la de haber hecho más paseíllos que nadie frente a los toros más cuajados que se han lidiado en esta plaza. La superación, con triunfo, de esa gravísima cogida y corridas con cuajo de Cuadri o esa de enormes pitones de Carmen Borrero, así lo atestiguan.
Ahora, esa tarta del 25 aniversario está servida y es hoy, precisamente día 3 de agosto del 2011, cuando Emilio debe estar presto a conquistar de nuevo a su eterna compañera de siempre, Huelva.
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