El más sanguinario de todos

El etarra fue integrante de los comandos Vizcaya y Donosti de ETA

El más sanguinario de todos
El más sanguinario de todos
Óscar Lezameta

Huelva, 30 de marzo 2017 - 02:04

La historia de Txapote es la de la sinrazón más absoluta, del gusto por la violencia absurda, de la falta de humanidad de los años duros del terrorismo. Desde el anuncio del cese de la violencia de la banda terrorista, parecen anclados en un pasado lejano, aunque la sanguinaria historia de Francisco Javier García Gaztelu comienza en los años 90. Es entonces cuando se labra su fama de duro entre los duros. De Jon, Xabier y Otsagi, pasa a ser Txapote y reorganiza una cúpula etarra castigada ya por las operaciones policiales que comenzaba a poner en entredicho su santuario francés. Inicia su actividad terrorista en el Comando Vizcaya, para pasar a labrarse su fama de asesino sin escrúpulos en el Donosti. En éste coincide con José Javier Arizkuren Ruiz, Kantauri, que planificó el intento de magnicidio contra el Rey Juan Carlos y a quien sustituye como jefe militar de la organización después de su caída.

La suya propia viene como consecuencia de una investigación en apariencia banal, tras el robo de una troqueladora en Irún con la que la banda doblaba matrículas tanto para sus coches bomba, como para los que utilizaba en sus desplazamientos después de robarlos. Las actuaciones llevaron a Ibon Muñoa quien dio el nombre de Txapote como una de las personas con las que se entrevistó en Anglet. Una operación conjunta de la Policía francesa en la que se vigiló casa por casa, permitió su localización y detención en el barrio de Sables d'Or, mientras comía en el restaurante Havana Café. Días antes, ETA había asesinado a dos trabajadores de la empresa Electra cuando se disponían a matar al concejal socialista Iñaki Dubreuil Churruca.

Ahí comenzaron sus comparecencias ante la Audiencia Nacional en las que se mostró altivo y desafiante. El mejor ejemplo de esa actitud, lo mostraron las cámaras del circuito interno del órgano judicial durante el juicio por el asesinato de Gregorio Ordóñez el 29 de noviembre del año 2006. La por entonces presidenta del PP en el País Vasco, María San Gil, declaró por ser una de las personas con las que comía el concejal cuando fue asesinado por Txapote. Al bajarse del estrado, se cruzó la mirada con el terrorista dentro de la urna de cristal en la que comparecía. La frialdad de la misma ha quedado como uno de los mejores ejemplos de esa falta de escrúpulos que se le atribuye a lo largo de su carrera criminal.

Partidario de la línea dura, su primera comparecencia ante un tribunal fue para acogerse a su derecho a no declarar y a reconocer que era militante de ETA y que no abandonaría nunca la lucha armada. El arrepentimiento que se exige para acogerse a una más que lejana reinserción, no va con él.

Unos años después, en noviembre de 2011, mientras se encontraba cumpliendo condena en la prisión de Almería, fue trasladado a un juicio a la Audiencia Nacional. Debía responder por haber ordenado el asesinato del dirigente socialista Fernando Buesa y su escolta en el año 2000. Cuando la magistrada terminó de escuchar el testimonio de la mujer del fallecido, un micrófono abierto le jugó una mala pasada: "Pobre mujer y encima se ríen esos cabrones". Por aquel entonces, un funcionario del centro penitenciario de El Acebuche reconocía que "lo que más alegría me produce es verlos aquí dentro y todavía más cuando me voy a mi casa y ellos continúan aquí encerrados y más aún conociéndoles durante tantos años en la misma cárcel". Txapote había asesinado a dos amigos suyos.

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