tribuna de opinión

Una rotonda para Leforestier

  • El profesor reivindica desde esta página la figura de un pionero de la aviación que perdió la vida a causa de un accidente sufrido en Huelva el 4 de septiembre de 1911, en El Titán

En los largos paseos vespertinos que, en nuestros veranos de niño, dábamos por Huelva mi hermano y yo de la mano de mi padre, a menudo nos encontrábamos en el camino, solitario y abandonado, un antiguo monolito conmemorativo. Se hallaba en El Titán, en un paraje cercano a las marismas por el que, a sus horas, además de nosotros, cruzaba el tren de Sevilla. Allí, junto a las vías, sobre el olvidado monolito, se podía leer una placa que recordaba que, en aquel lugar exacto, el 4 de septiembre de 1911, había perdido la vida en accidente de aeroplano el pionero de la aviación Georges Leforestier.

Salvo que esté en algún rincón del almacén municipal o en el domicilio de algún coleccionista de memorias de la ciudad, la placa debió de desaparecer con el paso del tiempo, y más tarde el monolito, de tal manera que probablemente son hoy pocos los que recuerdan su pasada existencia y el luctuoso acontecimiento que allí se conmemoraba. Sin embargo, Georges Leforestier (Cherburgo, 1879 - Huelva, 1911) tiene su sitio reservado en la historia de la aviación, no sólo como aviador, sino también como mecánico aeronáutico, pues eran diseños suyos tanto el primer prototipo que pilotó (el Leforestier nº 1) como el monoplano Olga (un modelo Blériot XI modificado), con el que se estrelló junto a la línea férrea Huelva-Sevilla.

Georges Leforestier tiene su sitio reservado en la historia de la aviaciónLa sepultura del aviador puede visitarse en el Cementerio de La Soledad

En 1911, la aviación estaba dando sus primeros pasos en España. Hacía dos años del primer vuelo a motor en territorio español (el 5 de septiembre de 1909) y era frecuente que se organizaran exhibiciones para poner de relieve los progresos de la técnica aeronáutica.

Leforestier estaba de gira ese verano por España junto a otros aviadores, franceses en su mayoría, y su paso por León, Sitges y La Coruña se había saldado con dos accidentes, con aparatosas caídas al mar en las dos últimas ocasiones. Reparado el aeroplano Olga en Madrid, llegó a Huelva a fines de agosto de 1911, con ocasión de los espectáculos aeronáuticos organizados para los primeros días de septiembre, en el marco de las fiestas a la Virgen de La Cinta. En ellos, Leforestier no tenía en principio que volar, sino Jean Mauvais, considerado uno de los pilotos más importantes de la época, y Benito Laygorri, primer español en obtener licencia de aviador. Pero Mauvais, que decía encontrarse lesionado, se hallaba en realidad procesado por un accidente en el hipódromo de Madrid que se había cobrado dos vidas y Georges Leforestier había llegado para sustituirle.

Todo fue bien el viernes 1 de septiembre de 1911, día en que voló un avión en Huelva por primera vez, ante las diez mil personas (estimó la prensa) congregadas en el aeródromo que se habilitó en el paraje de Los Pradillos, una gran explanada existente por detrás del Matadero. Ese día voló sólo Leforestier, pues el avión de Laygorri no había llegado aún a Huelva, y la vuelta aérea que dio por el Polvorín, el Rincón, La Cinta, La Merced y, finalmente, la Alameda Sundheim se culminó con el mayor éxito.

La tarde del lunes 4, a la que se había trasladado la segunda exhibición, fue ventosa. Dadas las fuertes rachas de viento que impedían volar con seguridad, el comienzo de los espectáculos se fue retrasando. Por fin, dada la impaciencia del público, que protestaba y palmoteaba insistentemente, y ante las resistencias de Laygorri a volar en aquellas condiciones, Leforestier decidió emprender el vuelo. Eran las siete de la tarde y diez minutos. Como narra David Lavín Bordas en Pioneros de la aviación, "apenas había completado 300 metros de vuelo en dirección al mar, cuando se le vio virar rápidamente hacia la derecha a la vez que un tren atravesaba por una vía próxima, recibiendo una violenta racha de viento de costado que puso el aparato en sentido vertical y cayendo vertiginosamente". Ya en el suelo, después de una caída de unos 80 metros, el depósito de gasolina del aeroplano explotó haciendo que el aviador muriese carbonizado en el acto. Tenía 31 años. Hubo una extraordinaria conmoción en Huelva y una gran manifestación de duelo. Incluso el Recreativo y el Sevilla jugaron días después un partido de fútbol a beneficio de la madre del infortunado aviador y de su hijo de cuatro años, que vivían en Biarritz. Georges Leforestier está enterrado en Huelva y su sepultura puede visitarse en el Cementerio de La Soledad.

Hoy vuelve a ser 4 de septiembre. Han pasado 107 años y de nuevo estamos a las puertas de las fiestas de La Cinta. Creo -y éste es el motivo del presente artículo- que estaría bien que Huelva recordara a Leforestier de modo permanente en la ciudad, de la misma manera que lo hacían, hasta que desaparecieron, el monolito y la placa que marcaban el sitio en que cayó. Sé que, a lo largo de los años, otras personas le han recordado y que incluso el Aeroclub Huelva ha reivindicado su figura en algunas ocasiones. Recordar la historia, impedir que la memoria de las cosas se disperse ante la vorágine del tiempo, es también una manera valiosa de hacer ciudad.

Ocurre que estamos ante una oportunidad de hacerlo posible fácilmente. La construcción de la nueva estación de ferrocarril de Huelva, en el entorno de El Titán, ha hecho necesaria la existencia de una nueva rotonda en la vía pública, adyacente a la Alameda Sundheim y próxima a las vías del tren junto a las que se estrelló el aparato. Rotular esa rotonda con el nombre de Georges Leforestier y, en su día, levantar un hito que recuerde aquel acontecimiento impreso en la historia de la aviación española sería, además de un acto de justicia, una manera de perpetuar la memoria de la ciudad. Yo ya me lo estoy imaginando. Si las personas y colectivos interesados por la historia de Huelva apoyan la idea, pienso que el Ayuntamiento verá oportuna la iniciativa y deseable el objetivo ciudadano que persigue.

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