Romantizar el agotamiento: cuando hacer mucho no siempre significa vivir mejor

Psicología y salud: Todo está en ti

Lo paradójico es que esta obsesión por la eficiencia y la autoexigencia no siempre nace del amor propio, sino del miedo: miedo a no ser suficientes, a no destacar, a no merecer reconocimiento

Una persona agotada.
Una persona agotada. / H.I.

En los últimos años, parece que hemos aprendido a medir nuestro valor por la cantidad de cosas que hacemos en un día. Si madrugamos, trabajamos, estudiamos, vamos al gimnasio, mantenemos la casa impecable, tenemos vida social y, además, nos queda tiempo para “proyectos personales”, sentimos que lo estamos haciendo bien. Si, por el contrario, descansamos, decimos que no o simplemente no tenemos ganas, enseguida aparece la culpa. Vivimos en una cultura que ha convertido el agotamiento en un trofeo. Se aplaude estar “a tope”. Se presume de no parar. Pero, ¿a qué precio?

La trampa de la productividad como identidad Desde la psicología, este fenómeno se conoce como la romantización del agotamiento: la tendencia a idealizar la productividad extrema, asociándola con el éxito, la valía personal y el sentido de propósito. No se trata solo de trabajar mucho, sino de que hacer se ha convertido en ser. En redes sociales abundan mensajes disfrazados de motivación que, en el fondo, refuerzan esta idea: “mientras tú duermes, otros están cumpliendo sus sueños”, “si quieres, puedes”, “nunca pares”. Es un discurso que parece inspirador, pero en realidad nos empuja a un modo de vida insostenible.

Lo paradójico es que esta obsesión por la eficiencia y la autoexigencia no siempre nace del amor propio, sino del miedo: miedo a no ser suficientes, a no destacar, a no merecer reconocimiento. La psicóloga norteamericana Brené Brown lo resume así: “Estamos cansados porque tratamos de demostrar que somos dignos de amor y pertenencia a través del rendimiento.”

Cuando el cansancio se disfraza de orgullo;en las consultas de psicología de cualquier parte del mundo, cada vez se escuchan más frases como: “Estoy agotado, pero si paro me siento inútil”, o “no sé descansar sin sentir que pierdo el tiempo”. Detrás de esas palabras hay un malestar silencioso que se ha normalizado.

Romantizar el agotamiento significa creer que el cansancio constante es una señal de compromiso, que la prisa es sinónimo de importancia y que la calma es sospechosa. Pero no hay nada romántico en vivir al borde del colapso.

El cuerpo habla antes de que la mente escuche: insomnio, ansiedad, irritabilidad, apatía, desmotivación. El agotamiento emocional no se cura con un café o con un fin de semana de descanso, porque no es una cuestión de tiempo, sino de ritmo de vida.

El espejismo del “puedo con todo”

La sociedad actual premia la multitarea y la hiperactividad. Sin embargo, desde la psicología sabemos que la mente humana no está diseñada para sostener varios frentes de manera continua. La atención es limitada, y la energía también. Pretender rendir siempre al máximo es ignorar nuestra naturaleza.

La de la productividad global, que nos llega a través de redes y modelos laborales exigentes, y la local, más sutil, que nos lleva a demostrar que “no paramos”, que somos personas trabajadoras, activas, valiosas. Pero la valía no se mide en horas invertidas, sino en bienestar y sentido.

Por eso descansar también es hacer,desde la psicología se insiste en una idea sencilla pero difícil de asumir: descansar no es perder el tiempo, es una forma de salud. El descanso, el ocio sin culpa, la desconexión y el “no hacer nada” son actividades tan necesarias como trabajar o cuidar de otros. Reivindicar el descanso es, en cierto modo, un acto de resistencia. Es recordar que no somos máquinas, que el cuerpo y la mente necesitan pausas para recuperarse, procesar y volver a conectar con lo esencial.

Quizá lo que más nos cuesta aceptar es que no necesitamos estar siempre siendo productivos para ser valiosos. Nuestra valía no depende de una lista de tareas completadas, sino de la capacidad de vivir con coherencia, con calma y con presencia.

Un nuevo paradigma: la cultura del equilibrio

La psicología actual propone cambiar el foco: pasar de la cultura del rendimiento a la cultura del equilibrio.Esto no significa abandonar los proyectos o la ambición, sino redefinir el éxito. El éxito no puede medirse solo por lo que hacemos, sino también por cómo nos sentimos mientras lo hacemos. El reto está en encontrar un ritmo propio, que respete tanto nuestras metas como nuestros límites.Y eso implica, a veces, decir “no”. Renunciar a la inercia del “más” para elegir conscientemente el “mejor”.

En una sociedad que idolatra la eficiencia, parar es un acto profundamente humano. Y más aún: es un acto valiente.

Volver a lo esencial

Quizá la respuesta esté en mirar hacia lo cercano, hacia lo sencillo. En Huelva tenemos la suerte de tener mar, sierra, luz,espacios que invitan a la pausa, al silencio, al contacto real con uno mismo. Tal vez el equilibrio que buscamos no esté en hacer más cosas, sino en vivir mejor las que hacemos. En recuperar el gusto por lo pequeño, lo presente, lo que no necesita ser productivo para tener valor.

Porque al final, romantizar el agotamiento solo nos aleja de la vida que queremos vivir. Y aprender a descansar —sin culpa, sin prisa— es una forma de volver a ella.

El cansancio no debería ser una medalla ni el precio de sentirnos válidos. La verdadera fortaleza está en saber cuidarse, en poner límites, en entender que la productividad no es sinónimo de felicidad. Quizás sea hora de dejar de demostrar tanto y de empezar a ser, simplemente.

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