El renombre de la confitería 'Jorva' (I)
Antonio Jorva París, de ascendentes catalanes, se estableció en nuestra ciudad en 1905 l En la postguerra, la confitería pasó por los serios apuros que imponían las cartillas de racionamiento
LA confitería Jorva, en calle Palacio, ofreció, por espacio de casi un siglo a muchos países, las delicias de sus pasteles elaborados con ingredientes tradicionales y las clásicas formulas transmitidas de generación en generación.
Esta página vibrante de nuestra historia contemporánea que responde al nombre del establecimiento ya citado, comenzó cuando Antonio Jorva París (_)de ascendientes catalanes (su padre, José Jorba Bacarisa, natural del pueblo barcelonés de Cornato; su madre, Brígida París Espejo, hija de Cabra, provincia de Córdoba) que nada más llegar a Andalucía (exactamente a Baena, provincia de Córdoba) transformó la b de su apellido en una suave uve(_) se estableció en nuestra ciudad a principios del siglo XX, exactamente en 1905. De este punto estamos seguros, ya que su primogénito, José, nació en nuestra ciudad el sábado 15 de diciembre de 1906 y la familia Jorva Herrera aparece inscrita en los diversos Padrones Municipales, en los que viene fijado su domicilio en la calle Gómez Jaldón (actual Albornoz). Son años en los que Antonio trabaja y adquiere conocimientos en dos de las confiterías más punteras que ha tenido nuestra ciudad a lo largo de su historia dulce: La Campana y El Buen Gusto. Quiere dejar de trabajar por cuenta ajena y establecerse y, entre las mil combinaciones industriales que honra al ingenio humano, eligió la más dulce y sabrosa, la confitera. Así, en 1912 o 1913 instaló una confitería en Nerva. Los vientos comerciales no les fueron propicios y decidió regresar a Huelva. No obstante, su tío le regaló o prestó cinco mil pesetas y con ellas se trasladó a la capital e instaló una nueva confitería en la que, en la parte interior, nacieron sus cuatro hijos y permaneció el resto de su vida. El diario La Provincia del lunes, 18 de agosto de 1914, comunicaba la buena nueva a sus lectores:
Nuevo establecimiento. El industrial don Antonio Jorva ha instalado en el número 9 de la calle Joaquín Costa una bien montada pastelería y confitería que seguramente merecerá el favor del público por la excelente calidad de los artículos y los precios a que éstos se expenden.
Deseamos al Sr. Jorva, cuyo establecimiento no vacilamos en recomendar, toda clase de prosperidades en su negocio.
En los primeros años, Antonio Jorva, además de sus vastos conocimientos sobre confites, tuvo la estimable ayuda de su suegra, poseedora de todos los secretos de la repostería que le suministró algunas recetas. Pronto, los centros llamaron la atención por sus incomparables sabores y la fama de la confitería huelvana se propagó por toda la ciudad y, paulatinamente, al resto de la provincia, Andalucía y toda España. Pero, detengámonos unos renglones en los centros. Recibían este nombre lo que en la actualidad denominamos tartas. Y si hogaño van protegidas en un envoltorio de fino cartón, antaño eran repartidas o recogidas de la pastelería en un recipiente muy artístico de cristal que después se retiraba o se devolvía. Aquellos centros, estaban rematados por unas simpáticas figuritas de mazapán.
Finalizando los años veinte, aquella confitería que había nacido humilde tenía un peso específico en la provincia.
En aquellas fechas era asiduo parroquiano la flor y nata de la sociedad onubenses, como el patricio Antonio Mora Claros y el notabilísimo poeta Juan Ramón Jiménez. En este sentido, existe un boceto de uno de los dibujos de José Caballero en el que se representa al vate moguereño sentado en una mesita de las que había en la primera época en el establecimiento tomando merengue de fresa a la que era muy aficionado.
Asimismo, tras la contienda civil, confitería Jorva hacía en postre en los banquetes con los que se agasajaban a los egregios visitantes (artistas de primerísima línea, el general Franco, diversos ministros, Don Juan Carlos I, en calidad de príncipeý).
En esta primera etapa de su historia, además de la gama convencional de cualquier pastelería que se precie, tenía unos dulces de hojas muy solicitados y que, tras adquirírselos a Jorva los voceaban los vendedores ambulantes con un sonoro y especial pregón: "¡ýlas lenguas son de obispoý!"
En la postguerra, la confitería pasó por los serios apuros que imponían las cartillas de racionamiento. Si bien como industria las autoridades franquistas les cedía cierta cantidad de azúcar, no era ésta la suficiente para fabricar la extensa gama de dulces que le exigía a la confitería Jorva el enorme prestigio que atesoraba. A partir de los años cincuenta, tras el fin del racionamiento a que estaba sometida la población española, la confitería ofreció una rica, variada y abigarrada gastronomía dulcera.
Eran famosos los dulces llamados La Victoria, confeccionado a base de almendras y crema; el Chamaco, cubierto por una delgada capa de chocolate (se bautizó así, ya que Antonio BorreroChamaco el valiente matador de toros onubense, era empleado de la confitería y salía a repartir los pedidos llevando puesto un baby y, como es de tez morena, bautizaron aquel dulce con su nombre taurómaco. Por cierto, que cesó de trabajar en Jorva cuando ya era torero notable. Curiosamente, de la confitería también salió un valiente novillero, Juan Pérez Recio, que terminó su etapa laboral en ella como maestro pastelero). El Colombino, otra notable creación de Jorva, era un dulce cuyo sabor, mezcla ácida-dulce, inclinaba a su favor la balanza de las preferencias del público. En Navidades, los Roscos de Reyes de Jorva no tenían competencia. En Semana Santa, sus célebres hornazos y pestiños.
Además de su aroma a canela, la confitería Jorva olía a almendras tostadas y a harina malteada en cuanto se aproximaba la Festividad de la Cinta, cuando comenzaba la elaboración de su típico Turrón de la Cinta que tanta fama le dio.
Este turrón era una delicia que se presentaba en barritas, similar al tamaño de un puro habano. Era, lo que en el argot de ahora, denominamos turrón del duro. Como su nombre proclamaba, se fabricaba en el período comprendido entre las Fiestas Colombinas y la Festividad de Nuestra Señora de la Cinta y era un alimento de sabor exquisito y de gran riqueza en calorías, así como muy digestivo. Su elaboración precisaba muchos brazos que realizaban un gran esfuerzo para batir una masa muy dura en la que sus principales componentes eran la miel y la almendra.
Además, precisaba, para un tostado perfecto, un calor natural, esto es, un fogón que utilizara exclusivamente carbón. Esta especialidad desapareció en los años iniciales de la década de los setenta porque precisaba mucho personal y el trabajo que conllevaba su confección traspasaba los límites del esfuerzo generoso.
Al cabo de los veinte años se volvió a fabricar, con motivo de un hito memorable e irrepetible por su significación mariana como fue la coronación, verificada el sábado 26 de septiembre de 1992 por monseñor Rafael González Moralejo, obispo de Huelva, y por el cardenal cegado pontificio, Eduardo Martínez Somalo, de la Patrona de Huelva Nuestra Señora de la Cinta, con asistencia de miles de onubenses que inundaron la Avenida de Andalucía. Su elaboración se debió a los reiterados ruegos que le hizo a Jorva un gran cintero de corazón, Francisco Vázquez Carrasco, hermano mayor de la Cinta y persona muy allegada a Emilio Jorva. Éste accedió y todos, obreros de la confitería y la propia familia, realizaron uno de los trabajos de Hércules para que en la fecha señalada se contase por última vez con un manjar que estaba advocacionado a la Señora del Conquero.
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