Ponce retrata con ironía una sociedad que refleja en la Lotería su profundo arraigo con la superstición

Crónicas de otra Huelva

Un lotero, Vázquez del Cid, un tranvía –“el de los verdaderos demócratas”- que desparece, nos sitúan en la vida cotidiana de la ciudad

Un lotero coloca el cartel de un premio vendido en su administración. / Julián Pérez
Felicidad Mendoza / José Ponce Bernal

29 de diciembre 2025 - 05:00

La Lotería

Un ritual nacional

Bajo la apariencia de una crónica ligera sobre el sorteo de la Lotería de Año Nuevo (ahora se juega la del Niño), Ponce construye un retrato irónico y profundamente reconocible de la psicología colectiva del español medio, especialmente del urbano y popular. La lotería aparece aquí no tanto como juego, sino como ritual nacional, como fenómeno social. El periodista la presenta como una “revancha” emocional para quienes ya han perdido. Esta idea revela una sociedad en la que la esperanza económica se deposita más en el azar que en la movilidad social real, algo muy significativo en la España de 1927, marcada por desigualdades, salarios bajos y expectativas limitadas.

El texto subraya con ironía una contradicción muy humana: todos saben que las probabilidades de ganar son mínimas, pero todos juegan. El autor lo expresa con lucidez cuando señala que esa verdad, “de puro sabida, la tenemos todos olvidada”. Aquí aflora una crítica suave pero certera a la irracionalidad colectiva, aceptada con resignación y hasta con humor.

Uno de los aspectos más interesantes del artículo es el tratamiento de la superstición, que Ponce atribuye a “los meridionales” y a los aficionados al juego “más o menos prohibido”. La mención al vendedor jorobado como presagio de buena suerte refleja creencias muy arraigadas en la cultura popular de la época y, al mismo tiempo, permite al periodista distanciarse irónicamente de ellas sin renunciar a participar. Este doble juego —criticar la superstición y, a la vez, dejarse llevar por ella— refuerza el tono humano del texto y sugiere que incluso quienes se consideran lúcidos no están al margen de las ilusiones colectivas. Él se incluye explícitamente en el relato. No adopta una posición moralista ni de superioridad intelectual, sino que se presenta como uno más, alguien que también juega, pierde y espera. Esta estrategia refuerza la complicidad con el lector y refleja un periodismo cercano, previo a la objetividad moderna, donde la voz personal era un valor. La referencia al compañero almonteño Torres Endrina “de mala pata” y al viaje en el “auto-tranvía” (con su desaparición inminente) introduce un elemento de crónica urbana y de modernidad en tránsito. España aparece como un país que cambia —en los transportes, en la ciudad— pero que mantiene intactos ciertos hábitos emocionales.

El tono general es irónico, pero no amargo. Hay una aceptación casi filosófica del fracaso anunciado: se sabe que la decepción llegará, pero aun así se participa en el rito. Esta actitud refleja una sociedad acostumbrada a esperar poco y soñar mucho, donde el humor sirve como mecanismo de defensa frente a la frustración económica y social. El cierre del artículo, deseando que la suerte acompañe al lector “sin olvidarse de mí”, resume perfectamente esa mezcla de egoísmo simpático, fraternidad y esperanza que define el texto. Este artículo no pretende, como otros suyos, denunciar ni reformar, sino reconocer. A través de la lotería, el periodista retrata una comunidad que comparte ilusiones, derrotas y rituales, y lo hace con una ironía afectuosa que convierte el texto en un testimonio social tan revelador como cercano. Bajo su ligereza aparente, late una verdad profunda: cuando las oportunidades escasean, el azar se convierte en esperanza colectiva.

La madrugada de hoy ha traído a la memoria mía, que después del sorteo de Navidad, que tantas esperanzas hace concebir y que tanta expectación despierta, no se celebra otra que haga forjar tantas ilusiones como el sorteo llamado de primero de año, aunque se verifique el día 3 como ahora ocurre.

Y esto pasa, lector querido, porque los españoles tenemos encomendado al sorteo de mañana la misión de servir de revancha a todos aquellos jugadores que en la anterior extracción no pudieron hacer otra cosa que… extraer el dinero de sus bolsillos…

Mañana, pues, se repetirá lo de siempre: aguardaremos impacientes los telefonemas en que se comuniquen los primeros premios, compraremos los periódicos para mirar con afán si la suerte nos ha favorecido… y cuando veamos que no nos ha correspondido ninguno de los gordos, pasaremos ávidos los ojos por la lista que la Prensa publique, y cuando nos percatemos que no tenemos derecho a ningún premio chico, ni tampoco a reintegro alguno, aguardaremos pacientemente la llegada de la lista oficial para ver aún si en ella tiene confirmación nuestro desencanto.

Diario de Huelva, 2 de enero de 1927.

La tendrá sin duda alguna, porque somos muchos los que jugamos y en cambio son muy pocos los premios a repartir, pero esta circunstancia que, de puro sabida la tenemos todos olvidada, no será obstáculo para que antes del siguiente sorteo visitemos a Vázquez del Cid o arrebatemos de manos del vendedor ambulante uno o varios décimos sobre todo si el vendedor es contrahecho, o mejor dicho, jorobado.

La superstición es eterna compañera de los meridionales y mucho más cuando éstos son, por aditamento, aficionados al juego más o menos prohibido, que también suele ser elástica esta palabreja.

Sorteo del 3 de enero de 1927.

Después de pasar los ojos por cuanto antecede, creerá el lector que yo no juego nunca en la Lotería y si es así incurrirá en uno de los más crasos errores.

Juego en casi todos los sorteos un decimito a medias con mi cofrade Torres Endrina y no nos correspondió jamás ningún premio; pero, sin embargo, confío en que mañana que juego solo -mi compañero de reportajes tiene muy “mala pata”- me tocará el “gordo”— pues no tenía nada de flaco un “baúl-mundo” que, en forma de hombre se ha sentado junto a mí, cuando esta noche he venido a la redacción, en el automóvil de

los verdaderos demócratas, o sea en el auto-tranvía, que dicho sea de pasada hoy mismo desaparecerán para siempre del mundo de la circulación.

Y la diosa Fortuna quiera, lector, que el crepúsculo de mañana lleve a ti, sin olvidarse de mí, la realización de las esperanzas que la aurora de hoy, te hizo concebir.

BLANQUI

Diario de Huelva, 2 de enero de 1927

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