Ponce ilustra a los lectores onubenses para no caer en engaños tendentes a conseguir cualquier beneficio sin esfuerzo
Crónicas de otra Huelva
“Para hacer oro no se necesita andar entre crisoles ni tener fama de brujo; con echarse a la espalda la vergüenza y guardar el equilibrio entre la audacia y la Guardia civil, se obtiene, por regla general, la fortuna”

La Introducción
PROLONGAR LA VIDA
La búsqueda del equilibrio
Ponce Bernal escribe este artículo a propósito de la noticia de que en Alemania, un tal Has Jauseud había dicho que podía obtener pepitas de oro de los quilates que se le pidieran; o de otra, procedente de Francia, en la que se cuenta que otro tal Jollivet Castelot aseguraba que mediante procedimientos químicos podía transformar la plata en oro. Desdeña el valor de tales descubrimientos porque como negocio eran, para él, carentes de rentabilidad, aunque científicamente tuvieran valor. No obstante, señala que estos alquimistas no venían a contar nada nuevo que ya no supiera la ciencia moderna sobre la descomposición de la materia con procedimientos químicos.
Llama también su atención el negocio que se pretendía hacer con el oro y la antigua creencia de que este preciado metal prolongaba la existencia o transformaba a los torpes en talentosos. Pese a que la gente cree en estos milagros, la ciencia moderna sabe que esas transmutaciones no son fáciles ni económicas, y que muchas de esas supuestas revelaciones son engaños o experimentos costosos sin valor práctico.
Con qué ingeniosa ironía despacha la creencia: “…para hacer oro acuñado y todo, o en billetes de Banco, no se necesita andar entre crisoles ni tener fama de brujo; con echarse a la espalda la vergüenza y guardar el equilibrio entre la audacia y la Guardia Civil, se obtiene, por regla general, la fortuna”. Sugiere que la suerte o el éxito muchas veces dependen más de la actitud y la estrategia que de trucos mágicos o habilidades extraordinarias. Es una reflexión que invita a pensar en la importancia de la perseverancia, la valentía y el equilibrio en la vida para alcanzar el éxito.
El tono del artículo es bastante irónico y crítico con las ideas sobre la búsqueda de riquezas o sobre prolongar la vida mediante métodos mágicos o pseudocientíficos. Sugiere que la verdadera riqueza está en las cualidades humanas y en la actitud frente a la vida. La verdadera "piedra filosofal" en la vida moderna no son otra cosa que la actitud, el talento, la belleza y el poder.
Cuando afirma que “la verdadera riqueza y prolongación de la vida no dependen de la magia ni de la ciencia oculta, sino de actitudes como la despreocupación, la frialdad emocional y el egoísmo, que, en cierto modo, pueden considerarse como una especie de "piedra filosofal" moderna”, Ponce Bernal no cree en absoluto eso. Está claramente utilizando esos términos en tono irónico, ese que tanto le gusta, como una forma de cuestionar y criticar actitudes propias de ese momento que califica de “moderno”.
De vez en cuanto algún alquimista –porque todavía hay alquimistas, aunque no lleven en la cabeza picuruchos , ni en la cara luengas barbas-, algún alquimista, repetimos, anuncia al mundo que ha conseguido, por fin, descubrir la piedra filosofal y que fabrica oro de los quilates que se le pidan.
Poco tiempo hace que un tal Hans Jauseud, en Múnich, ha sacado de retortas de su laboratorio, y ante un público maravillado, pepitas de oro, auténtico e indiscutible.
Y no es solo en Alemania: en Francia también, otro tal Jollivent Castelot afirma que desde hace años ha descubierto procedimientos químicos que transforman la plata en oro.
Pero estos sabios descubridores no han descubierto nada de particular: la ciencia moderna sabe perfectamente que por la potencia, casi infinita, de las corrientes eléctricas, o por el empleo de los cuerpos radioactivos, se pueden obtener la desintegración de la materia y la trasmutación de los metales; las aguas del mar contienen oro; las arenas de los ríos arrastran oro. Sin embargo… Extraer una partícula de oro de la materia, líquida o sólida en que está envuelto, cuesta un dineral; reconstruir con esas pequeñeces una monedilla de cinco duros miserables, supondría el gasto de varias respetables peluconas; la experiencia, pues, no tiene otro valor que el puramente científico; como negocio, no puede ser más malo.

A pesar de todo, los alquimistas de otros siglos daban al oro propiedades milagrosas; creían que prolongaba la existencia, que transformaba los torpes en talentosos y los feos en guapos; por eso formaban legión quienes perseguían la “piedra filosofal”, los “polvos de perfección” y otras formas de la felicidad.
Y no andaban descaminados: todo, y algo más, representa el oro; pero los alquimistas equivocaban el camino; para hacer oro acuñado y todo, o en billetes de Banco, no se necesita andar entre crisoles ni tener fama de brujo; con echarse a la espalda la vergüenza y guardar el equilibrio entre la audacia y la Guardia civil, se obtiene, por regla general, la fortuna.
Todavía antiguamente las gentes eran tan estúpidas que se fijaban algo en el origen de las riquezas; hoy se ha progresado mucho en este liberal sentido y nadie hace ascos a una mano dadivosa; el oro continúa siendo el talento, la belleza y el poder; lo único que no puede lograr es la prolongación de la vida; pero si el oro no consigue esta ventaja, los medios para conseguirlo a él sí la logran; la despreocupación, la frialdad de sentimientos, el egoísmo, la anestesia de la conciencia, condiciones todas para hacerse rico, alargan la vida y apartan el dolor. Son la verdadera piedra filosofal.
BLANQUI-AZUL
Diario de Huelva, 14-08-1930
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