Ponce despierta en el onubense un sentimiento de culpa para implicarlo en atajar el problema social de la pobreza
Crónica de otra Huelva
La sensibilidad del periodista ante las desigualdades es total y demuestra una verdadera preocupación por la cruda realidad de la Huelva de 1930, donde imperaban la miseria y la penuria
La introducción
ESCENAS URBANAS DE OTRA HUELVA
El contraste entre la abundancia y la necesidad
Esta escena urbana que nos muestra Ponce Bernal, bajo su aparente sencillez contiene una profunda carga moral y social. Su descripción es casi pictórica: la luz artificial lucha contra la noche, los reflejos se mezclan con el movimiento humano y se crea un ambiente de ciudad moderna, activa, pero también indiferente.
En ese escenario aparece la figura del muchacho, una imagen que se convierte en el corazón del texto: un contraste brutal entre la abundancia y la necesidad, entre la cálida protección que ofrecen las prendas y la vulnerabilidad física del pequeño, cuyas “carnes amoratadas” revelan un sufrimiento que la ciudad parece no querer mirar. El periodista no describe únicamente un hecho; lo convierte en símbolo. El niño es la representación de todos los desposeídos, de todos los que la modernidad deja fuera de su resplandor.
La narración avanza desde la observación hacia la reflexión. Blanqui-Azul, que en un primer momento se presenta como un testigo más, se convierte en conciencia crítica. Se detiene, contempla, se pregunta por el destino del muchacho. A diferencia de los demás, no puede seguir caminando sin más: el episodio lo interpela y lo conmueve. Por eso introduce la primera persona del plural —“nos ha invadido una tristeza”—, un recurso que busca implicar al lector y hacerlo partícipe de esa incomodidad moral. El periodista no pretende ofrecer una noticia, sino despertar sensibilidad, remover conciencias; por eso su voz es íntima, casi confesional.
Es un texto que se sitúa en el periodismo literario que en los años treinta convivía con el costumbrismo y con una incipiente preocupación social. Utiliza la estética para hablar de la ética. Las luces del centro no son solo luces: son la muestra visible de la prosperidad que unos disfrutan mientras otros tiritan. El niño, insistimos, no es solo un niño, es la evidencia silenciosa de una desigualdad que resulta más hiriente cuando se presenta en medio del lujo. Incluso la lentitud de su marcha final, cuando se aleja porque no tiene a dónde ir, subraya la ausencia de futuro y pertenencia.
En conjunto, el artículo es una denuncia sin estridencias, apoyada en la observación directa y en la capacidad de convertir un instante cotidiano en un motivo de reflexión social. Invita a pensar en la pobreza no como estadística, sino como presencia concreta, dolorosamente humana. Y, sobre todo, plantea una pregunta que sigue vigente: ¿qué lugar ocupan los más vulnerables en esa vida urbana que avanza deprisa, orgullosa de su brillo, mientras ellos apenas pueden resguardarse del frío?
A la penumbra del crepúsculo vespertino, ha seguido la oscuridad de la noche, combatida en la calle céntrica por los raudales de luz que prodigan las lámparas que iluminan los escaparates de comercios.
Los transeúntes andan presurosos acuciados por el frío; frente a los escaparates de los comercios lujosos, de la calle céntrica, no se detiene nadie; permanecen sin que un solo curioso se estacione unos momentos a ser su espectador. Solo en uno, en el que exhiben prendas de vestir de abrigo, un muchachito, que no ha entrado en los dominios de la adolescencia, vistiendo, o mejor dicho, escarneciendo su desnudez con unos pobres e insuficientes andrajos, permanece estático, contemplando ensimismado toda aquella riqueza profiláctica del frío. Sus carnes amoratadas demuestran que no es insensible a los rigores de la temperatura, pero su curiosidad, o sus anhelos son superiores a sus padecimientos, y permanece quieto, atento, embelesado ante el escaparate que contiene gran lujo de prendas que le son muy necesarias, pero de las que ¡ay!, no le será posible adquirir una sola.
Los transeúntes continúan discurriendo rápidos; a nosotros nos ha llamado la atención el espectáculo y hemos detenido nuestro paso para contemplar al muchacho, para saber del final de su encantamiento, para meditar.
El ser andrajoso ha separado su mirada de la seductora exposición del escaparate, ha mirado indiferente a los que pasaban por su vera, ha contemplado unos momentos, sin curiosidad, la calle, después ha enfundado sus manos en los agujereados bolsillos de sus pantalones deshilvanados, y ha emprendido lentamente la marcha, con aquella lentitud del que no tiene nadie que le espere, del que no tiene donde ir…
Nos ha invadido una tristeza, una honda tristeza. Hemos sentido en nuestras carnes el azote cruel del aire frío, y en nuestra alma el azote cruel de la desdicha de tantos seres que no tienen vestidos, que no tienen hogar, que no tienen quizás familia, pero que han de sufrir también, como todos los demás mortales que tienen abrigos, que tienen vestidos, que tienen hogar y que tienen familia, los rigores despiadados del invierno.
Blanqui-Azul
Diario de Huelva, 28 de diciembre de 1930
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