Ponce Bernal y la parábola urbana en la Huelva de 1930

Crónicas de otra Huelva

La educación moral como espejo social de una ciudad que mira con pasividad lo que el periodista ve con ojos críticos para crear conciencia

Calle Puerto con carro.
Calle Puerto con carro. / M.G.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

Huelva, 08 de diciembre 2025 - 05:00

La Introducción

CONTRASTES

La bondad y la barbarie

Ponce Bernal convierte la vida cotidiana en materia de reflexión ética. El texto parte de la supuesta falta de “asunto” periodístico para mostrar cómo, en realidad, la calle ofrece constantemente escenas que revelan la condición humana. La primera imagen es la del pobre enfermo, arropado de manera espontánea por unas mujeres humildes que, pese a ser calificadas con ironía como “chusma encanallada” (expresión utilizada por autores como Larra, Clarín, Blasco Ibáñez o Pardo Bazán, herencia del costumbrismo del XIX), actúan con una nobleza instintiva, ofreciendo cuidados, alimento y afecto. La miseria del protagonista se describe con un tono compasivo y marcado por el patetismo, resaltando su desamparo y la crudeza de su existencia. Sin embargo, este hombre rechaza la ayuda institucional porque ello implicaría abandonar al perro que lo acompaña desde hace años. Ese gesto es para Ponce la prueba de una lealtad y un vínculo profundos. Este primer cuadro presenta la idea de que la bondad no procede de la posición social ni del nivel cultural, sino de una sensibilidad interior que responde al sufrimiento ajeno con generosidad y ternura.

El periodista contrapone esta escena con la de un gañán que golpea con furia a un animal agotado que apenas puede con la carga que arrastra. Esa escena muestra la degradación moral que puede producirse en alguien que vive también en un medio humilde, pero cuya educación emocional parece haber sido sustituida por la rudeza y la violencia. El palo que se astilla en medio de los golpes actúa como símbolo del exceso y como límite físico que detiene momentáneamente la barbarie del personaje. Frente a la ternura del pobre mendigo hacia su perro, aquí aparece la insensibilidad absoluta de quien ve en la bestia sólo una herramienta de trabajo y no un ser vivo sufriente. Y es precisamente este juego de contrastes lo que sostiene la tesis del artículo: dos hombres procedentes de un mismo mundo popular exhiben comportamientos radicalmente opuestos porque la verdadera diferencia entre ellos reside en la educación moral, entendida no como instrucción académica, sino como formación humana, como cultivo del carácter y de la empatía.

El texto, en su conjunto, funciona como una pequeña parábola moderna. Ponce Bernal observa la calle de Huelva como un escenario donde se representan, en actos mínimos y cotidianos, los impulsos más profundamente humanos: la piedad, la lealtad, la crueldad o la indiferencia. La ciudad es un laboratorio moral donde la pobreza no determina la conducta, y donde la dignidad o la brutalidad surgen de aprendizajes íntimos que cada individuo arrastra consigo. El periodista concluye invitando a la reflexión, subrayando que en el alma de las personas germina, según cómo haya sido moldeada, la semilla del bien o la del mal. Es así como el artículo trasciende la anécdota y se convierte en una defensa de la sensibilidad ética, de la compasión y de la educación como herramienta transformadora de la sociedad.

Ayer era un día sin asunto; uno de esos días que el periodista mira con un poco de pánico porque no encuentra nada saliente que le brinde material para cubrir la obligación diaria de escribir. Sin embargo, unos minutos nada más de brujulear por las calles, han brindado los materiales precisos para el comentario cotidiano.

Acurrucado en el quicio de una puerta hemos visto un pobre hombre visiblemente enfermo rodeado de unas cuantas mujeres del pueblo –“de la chusma encanallada”– que con esa espontaneidad de las almas nobles y sencillas rivalizaban en proporcionarle al desvalido la taza de caldo humeante y otros solícitos cuidados.

Un pobre hombre sin hogar ni medios económicos, empujado brutalmente por la Vida para que supiera de todas las amarguras, de un ser falto de afectos que se ve precisado a arrastrarse por el camino de la amargura, en busca de un currusco de pan que acalle, siquiera sea a medias, la necesidad de comer. Y, sin embargo, cuando aquellas mujeres generosas que sabían sentir el amor al prójimo le ofrecían en el Hospital una amplia cama limpia donde descansar, alimentación y servicio para atajar el padecimiento, el pobre enfermo se negaba con todas sus fuerzas a la reclusión en la Casa benéfica de la Plaza de la Merced. ¿Sabéis por qué? Sencillísimo.

Al lado del enfermo había un perro que lleva años y años acompañándole. Entre ellos hay lazos de afectos; y el hombre, por no abandonar al perrillo, prefería todo: frío, hambre, dolor… acaso hasta la muerte.

El periodista pensaba en esto. Y en su ambular incierto al cruzar una calle con rumbo a la Redacción, ha llegado a ser testigo de un espectáculo que le ha ofrecido el contraste que queremos señalar en este comentario. Un bárbaro, que debía ir tirando del carro, que conducía y sustituir a la bestia, descargaba con toda su saña unos golpes brutos, sin la menor contemplación sobre una caballería cansina, apenas con fuerza para arrastrar la carga enorme que gravita sobre la carreta que arrastra. La furia del gañán ha sido tanta, que el palo saltó hecho astillas… y ello fue lo que acalló la ira del barbarote. Pensad en el contraste. Iguales hombres y, sin embargo… ¡qué corazones tan distanciados! Es el producto de una educación que moldea las almas y las prepara para que en ellas germine la semilla del bien o del mal.

Blanqui-Azul

Diario de Huelva, 26 de noviembre de 1930

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