El periodista onubense se descubre como un cronista de las emociones más que como un comentarista social
Crónicas de otra Huelva
Ponce deja a un lado la crónica social y política para adentrarse en el amor a petición de Iris, nombre imaginario de una lectora de Huelva
El periodismo literario de entreguerras
La reflexión convertida en experiencia estética
Este artículo pertenece a una tradición de periodismo literario modernista en el que el cronista se erige en guía espiritual del lector. Bajo la apariencia de una respuesta epistolar, el texto desarrolla una meditación poética sobre el amor, tema central en la sensibilidad de comienzos del siglo XX. Ponce escribe con el tono exaltado y musical del modernismo tardío, heredero del romanticismo y de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Quintero o Amado Nervo. La prosa se adorna con imágenes sensoriales (“los rosales abiertos del jardín de tu esperanza”), símbolos naturales (fuente, torrente, sueño) y un ritmo casi versificado que convierte la reflexión en una experiencia estética. Construye un diálogo afectivo que se convierte en una meditación universal sobre el amor.
El texto traza una triple concepción del amor: el amor ideal, identificado con el sueño y la pureza espiritual; el amor pasional, fuerza transformadora y destructora que da sentido a la vida (“Has amado: has vivido”); y el amor trascendente, que se funde con la muerte como última entrega. Esta progresión refleja una visión totalizante y sagrada del sentimiento amoroso, cercana a la mística romántica y a la idea modernista de que el amor es una forma de conocimiento. En su cierre, la frase “la vida sin amor no se comprende” resume el credo vitalista de Ponce Bernal: amar es existir plenamente, aun a costa del dolor.
Utiliza recursos modernistas: sinestesias (“el perfume de un beso”); metáforas de la naturaleza (“rosales abiertos del jardín de tu esperanza”). Cita o parafrasea versos de otros autores para anclar su reflexión en una tradición poética compartida. “Iris” simboliza la inocencia, el ideal y la imaginación femenina, mientras que Blanqui-Azul adopta el rol del maestro sentimental, el poeta que enseña a sentir y sufrir como forma de vivir plenamente.
Su prosa encarna con fidelidad el espíritu sentimental y estético del periodismo literario de entreguerras; con un discurso impregnado de una espiritualidad laica: el amor es divino, pero humano; trascendente, pero trágico. En suma, el texto es una oda modernista al amor como experiencia estética, vital y redentora, y refleja a la perfección la sensibilidad de una época que veía en el sentimiento una forma de conocimiento del mundo. El amor no es mero tema literario, sino una filosofía de vida: el sentimiento se convierte en fuerza creadora, redentora y destructora a la vez. En su exaltación de la emoción, su musicalidad verbal y su visión idealista del alma femenina, el texto testimonia una época que todavía creía en el poder moral de la belleza.
Así, Blanqui-Azul se inserta en esa corriente de escritores-periodistas que, desde el ámbito popular de la prensa, llevaron el modernismo al corazón de los lectores, a los lectores onubenses en este caso, haciendo del amor no solo un motivo poético, sino una forma de resistencia espiritual frente a la vulgaridad del mundo moderno
“Iris” me ha pedido que hable de amor. Su carta, aunque cae en la triste vulgaridad del anónimo, logra reivindicarse de esta mancha con la gracia gentil de sus pensamientos y la audacia ideal de sus conceptos. No voy a referir el drama silencioso de que me habla. Solo atenderé a este ruego que contiene una posdata encantadora:
“Blanqui-Azul, ¿por qué no hablar del amor? Tengo ansias de que hables de él. ¿Quieres? Te invito. Iris”.
—Bien, niña de los siete colores celestiales, hablaremos del amor. ¿Quieres definiciones? No, por Dios! Mira: del amor puede decirse lo que de Dios. Está en todas partes, a nuestro alrededor, y sin embargo ¡es tan difícil encontrarlo, sentirlo, acariciarlo! Cierra los ojos. Uno como un abanico que se cierra, los varillajes de tus pestañas y haz que entre ellos, la araña de cien patas de tu pensamiento, deja un sueño. “Sueña, que el sueño es amor”.
¿Quién no sabe soñar? Todos soñamos alguna vez en la vida! Sí, todos. Sueña dulcemente. Poblarán tus sueños, músicos del viento, del ruiseñor, del arroyuelo, de la voz amada. Lo perfumarán todos los rosales abiertos del jardín de tu esperanza y tu ansiedad. De pronto, haz aparecer el Príncipe Azul. Vendrá gentil, gallardo, sonriente. Corre a su lado y bésalo. “Le di la vida en el temblor de un beso”. Y, luego, despierta. Al abrirse tus ojos, habrá en ellos una lágrima rota en cien pequeños diamantes. Tendrás en los labios el perfume de un beso y el corazón se agitará con miedo y con delicia, como un niño asustado. Es la emoción de aquellos versos
“Y en las horas matinales, al abrirse los rosales, que despiertan suspirando cual doncellas, que en el sueño vieron un galán risueño que las estaba besando…”
¿Te gusta este amor? Quizá te parezca demasiado espiritual. Bien; puedes amar más ardientemente. Entonces, sigue la huella de aquellas palabras de los Quintero: Si el amor no es un sentimiento capaz de trastornarlo todo, revolverlo todo y de crear unas leyes y un mundo solo para él… vaya enhoramala ese el amor”. ¿Así? Pues ama de esta manera. Trastórnalo todo; revuélvelo todo; crea tus leyes, y tu mundo… ¡Qué hermoso! Pero tal vez un día encontrarás tu corazón hecho pedazos. Pero ¡qué importa? Has amado: has vivido.
“¡Amor! Tú eres la fuente do agotada y sediente bebe la humanidad con ansia loca, el agua pura que a raudales mana y en su frescura sana la agitación febril que la sofoca!”
Es la canción del poeta que quiere calmar en el amor sus delirios, sus tristezas. Es la fuente del amor sereno. El amor en la vida no es lago, sino torrente. Ruge saltando sobre el camino de piedra, y lo mismo forma un rosal de espuma al despeñarse, que destruye a su paso los obstáculos.
¿Qué amor quieres? ¿El amor que hace llorar? Ama a un hijo. ¿El amor que hace sufrir? Ama a un hombre. ¿El amor que redime de la vulgaridad, de la ambición, de las miserias humanas? Ama a la Muerte...
“Yo adoro el misterio sutil de la sombra. Desprecio el halago traidor de la suerte y tengo una novia a quien mi labio nombra llamándola ansioso: ¡La Muerte!
—¡Amor! Llegas silenciosamente, suavemente, dulcemente. Es un huésped que pronto se convierte en rey. ¡Cómo destroza el corazón! ¡Pero ama, ama! Es el amor la única razón de la vida; por eso, “la vida sin amor no se comprende…” ¡Un minuto de la dicha de amar, bien vale una eternidad de sufrimiento!
Blanqui-Azul
Diario de Huelva, 9 de noviembre de 1930
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