Sin perder el norte
Desde mi esquina

He de confesar, que desde que dejé de ser costalero, hace ya dos décadas, con una mano se pueden contar a los ensayos que he acudido. No obstante, las redes sociales se encargan de mostrar cómo son los ensayos de las distintas cuadrillas en la actualidad. Para lo bueno y para lo malo, todo es público en nuestros días. Los primero es que la intimidad de los ensayos de otros tiempos se ha perdido, en favor de unas multitudes alrededor de las parihuelas, que no dejan de ser curiosas. Se ha sustituido las veladas en las casas de hermandad por reuniones esporádicas en los ensayos, donde se habla de lo humano y de lo divino. Realmente no sé que pesar. El mundo del costal en la actualidad ha cambiado mucho en las formas. Por lo pronto, ahora se habla de eso, el mundo del costal, como una realidad distinta a la del mundo cofrade. No hace mucho, la realidad cofrade amparaba todas las vertientes que tenía la vida de las hermandades. Ver los ensayos abarrotados de personas, debe ser incómodo no sólo para los costaleros, sino para los capataces que no pueden dar las instrucciones con comodidad. Estas correntías de personas en los ensayos se han puesto de moda y máxime, cuando a los ensayos de costaleros les añadimos la incorporación de las bandas. No sé a qué responde esta costumbre. Siempre, el humilde radiocasete con esas cintas desgastadas por el uso, o en tiempos más presente los reproductores de CDs, han sido los compañeros más fieles de las cuadrillas en las noches de ensayos. No creo que haga falta para llegar a la excelencia, tener que hacer estos encuentros que, más rozan algo que me voy a permitir callar, que un ensayo de costalero.
Cierto es que los tiempos han cambiado mucho, que las realidades de hace algún tiempo no son las mismas de las de ahora, pero no siempre los cambios significaron mejorías. Me cuesta mucho trabajo pensar, y pasa en muchos casos, que la vida de una hermandad se reduzca a una reunión de amigos en una noche de ensayo. Habrá quien me tache de antiguo, de trasnochado y de otras lindezas más, pero la verdad es que, esto del mundo cofrade lo entiendo de otra manera.
Ahora, tras estos años de ausencia de procesiones y donde la vida cofrade, como la entendemos en esta bendita tierra, se ha visto mermada, entramos en un tiempo de esperanza y de ilusión y, a pesar de los grandes estrenos que vamos a disfrutar y esos ensayos multitudinarios, me cuesta muchísimo trabajo creer que estamos viviendo el mejor momento en la historia de la Semana Santa. Las aglomeraciones a las que hemos hecho alusión y esa vida externa, no siempre se traduce en compromisos, en valentía y entrega para estar en una junta de gobierno. El mundo cofrade de hoy es muy distinto al de hace dos o tres décadas. Ni es mejor ni es peor, simplemente distinto, pero lo que no puede faltar nunca, y a veces la cosa se complica, es el compromiso y la entrega. Tenemos que evitar hacer bueno en las hermandades, lo que hace unos años cantaba el cantautor Hilario Camacho cuando decía aquello de; “Era ser un rey que tenía, un gran rebaño de elefantes, un palacio sin ventanas y un país sin habitantes…”. Hemos de aceptar los cambios, pero sin perder el norte.
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