Cuando los penitentes eran disciplinantes

Se trata de los llamados hermanos de sangre que iban azotándose en medio de las procesiones · Una práctica permitida por la Iglesia que fue desapareciendo porque se veía poco piadosa, con tintes cruentos y más envuelta en la vanidad

Procesión de disciplinantes por Francisco de Goya.
Procesión de disciplinantes por Francisco de Goya.
Eduardo J. Sugrañes / Huelva

28 de febrero 2010 - 01:00

Las cofradías, con sus imágenes, pasos y penitentes han evolucionado de forma que, por ejemplo, en este último caso hoy nos sorprenderían mucho. Se trata de los antiguos disciplinantes que iban en las procesiones a la que acudían también los hermanos de luz, que como en el caso de la cofradía del Santo Entierro llevaban cirios negros para distinguirse de quien no era hermano.

Las procesiones llevaban en sus salidas los disciplinantes o hermanos de sangre. Estos cofrades acompañaban en nuestra ciudad a sus respectivas hermandades en los días de Jueves y Viernes Santo, que era cuando sólo se efectuaban las estaciones de penitencia a las iglesias.

Las constituciones del Arzobispado de Sevilla, al que pertenecía Huelva, de 1604 habla de las hermandades y los disciplinantes. Señala que como es "costumbre universal de la Iglesia Católica, santísimamente están introducidas, y permitidas las cofradías de disciplinantes que se hacen en la Semana Santa". Las cofradías estaban "favorecidas con especiales gracias, e indulgencias, como cosa con que se nos trae a la memoria la muerte, y pasión que por nuestra salvación padeció el Hijo de Dios, que en aquellos días celebra la Iglesia Católica, i con que se hace penitencia, i procura de satisfacer parte de la pena que por las culpas, i pecados que entre año contra la divina majestad se han cometido". Se pedía que las procesiones que se hicieran en "nuestro arzobispado" salieran para hacer penitencia de sus pecados, "vayan en ellas con mucha devoción, silencio i compostura", con el que se pueda ver el arrepentimiento de sus pecados y "no pierdan por alguna vanidad, o demostración exterior, el premio eterno que por ello se les dará".

Los disciplinantes recorrían las calles de la ciudad de Huelva en un recordar la vía dolorosa padecida por Jesús "totalmente desnudo de medio cuerpo arriba con algunas vueltas de soga a la cintura, derraman su sangre asotándose por medio de las procesiones". Así rezan los autos de buen gobierno dado en nuestra ciudad a 21 de marzo de 1769 y 1º de abril de 1776, y que se encuentran en el Archivo Municipal de Huelva. Aún dicen más sobre estos penitentes: "salen con túnicas y cubiertos los rostros con capirotes llevando cruces".

Los penitentes se azotaban en las calles y plazas, así como en las iglesias. "Igualmente -se indica en el de 20 de marzo de 1780- otros que se van a los templos, derraman su sangre asotándose por medio de las procesiones sin advertir y quizás advirtiendo que manchan las ropas de los concurrentes de uno y otro sexo" (autos de buen gobierno de 1769 y 1776). Otros iban "empalados con maderos, espadas" (Auto de Buen Gobierno dado en Huelva a 15 de abril de 1783).

Como consecuencia "del mucho desorden que se ve en esta villa en los sagrados días de Jueves y Viernes Santo en los que salen por sus calles varias devotas procesiones", señala el Auto de Buen Gobierno de 1776. Se manda "que ninguno vaya en las procesiones, ni ande por las calles haciendo penitencia desnudo de cintura arriba; que los penitentes de sangre vayan delante de las referidas procesiones y si quieren venir a hacer oración ante las sagradas imágenes vengan con el azote parado de modo que nunca se verifique darse con él, que dada las diez de cada una de las dos referidas noches no ande persona alguna en traje de penitencia". La pena por no cumplir esta orden era "de veinte ducados, diez días de cárcel y de proceder según corresponda en justicia". En 21 de marzo de 1769 se indica que estas prácticas se separaban "del orden debido y perturba su devoción", al mismo tiempo "que asustan a el sexo femenino y le abstraen de la oración y visita de los templos".

Unos autos de buen gobierno que se adelantan a la Real Orden de 20 de febrero de 1777 dada por Carlos III en el Pardo a consecuencia de la situación existente en todo el país. En ella se indica que "no permitan chancillerías ni audiencias del reino, disciplinantes, empalados ni otros espectáculos semejantes que no sirven de edificación y pueden servir en la indecencia y el desorden de las procesiones de Semana Santa... debiendo los que tuvieran verdadero espíritu de compunción y penitencia elegir otras más racionales, secretas y menos expuestas". El 17 de marzo de 1777 hizo pública esta orden el arzobispo hispalense, añadiendo algunas prevenciones acomodadas a la situación existente en el arzobispado.

Indicaciones que no debieron tener un efecto inminente, ya que la disciplina en los hermanos de sangre se aferraba a la tradición, así fueron promulgados varios autos de buen gobierno en fecha posterior a 1777. En 1791 ya no se habla de disciplinantes, con lo que se supone que desaparecieron totalmente, aunque se sigue con la prohibición de la venta de licores y comestibles aduciendo el ayuno que mandan estos días santos.

El 'traje de penitente', como así se le llamaba en el siglo XVIII, o el hábito cofrade como se le conoce en la actualidad, ha tenido una evolución marcada con los tiempos y modos de una sociedad en continua transformación. La túnica era el ropaje con el que el penitente cubre sus pecados, de esta forma se presentaba en demanda del perdón, en una constante humillación, no ya por la penitencia en sí que podrán realizar como disciplinante, sino por el hecho de ir vestidos con una ropa humilde de tejidos bastos. Los disciplinantes llevaban el torso descubierto para sufrir el castigo con unos azotes con los que se fustigaban hasta producirse heridas sangrientas. Los penitentes salían "con túnicas y cubiertos los rostros con capuces o capirotes" (auto de 1779). En los referidos autos se manda "que las túnicas sean decentes y no andrajosas ni ridículas ni demasiadamente largas" (1783). Las túnicas iban amarradas a la cintura con varias vueltas de soga, que sin lugar a dudas era otra forma de padecer con el dolor los pecados en los que buscaba el perdón. Una soga que hoy ha evolucionado a los cinturones de espartos. Además los capirotes es una oportunidad para el anonimato y tiene un origen de humillación, son los mismos que utilizaba la Santa Inquisición.

En la segunda mitad del XVIII se prohibe a los penitentes que vayan con el rostro cubierto. En 1780 se indica que "dadas las diez no ande persona alguna en traje de penitencia, con capirote y rostro oculto, sino que lo lleven levantado de forma que manifiesten, el sujeto que es y sus circunstancias".

En nuestra provincia aun quedan interesante reminiscencia de esta prohibición, que se puede ver en los nazarenos que acompañan a Padre Jesús de Ayamonte y en los santos varones del Santo Entierro de Cartaya.

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