Una película de perros

17 de febrero 2009 - 01:00

Muchos directores, algunos tan eminentes como Alfred Hitchcock, decían que no había nada más insoportable que dirigir una película con niños o con animales. Curiosamente el genio del suspense realizó Los pájaros (1963), con cientos de aves, aunque la mayoría eran producto del trucaje de la época. Hoy con los nuevos sistemas digitales y el animatronic, las opiniones podría ser muy diferentes. De todas formas las películas con bichos, dicho así, no dejan de tener su guasa. Por eso hoy acertarán si interpretan el título que he puesto a mi crítica en el sentido que ustedes suponen.

Poco, muy poco o nada puede esperarse de una película dirigida por Raja Gosnell, responsable de títulos tan prescindibles y olvidables como Solo en casa 3 (1997), Scooby Doo (2002) y su correspondiente secuela, y Esta abuela es un peligro (2006). De igual manera tampoco esperábamos mucho de esta historia de simpáticos perritos que hablan, gesticulan y nos dedican toda suerte de carantoñas caninas en un relato con ese ingenuo y bondadoso carácter de cierto oxidado cine familiar. Todo eso dentro de la inagotable y obsesiva infantilización del cine actual, que corre pareja con la infantilización de esta sociedad de lo políticamente correcto y lo banal que nos domina.

Lo malo de todo esto es que, a través de los dibujos animados, desde muy antiguo, los perros se hicieron familiares en el cine, pero aquellos eran distintos, muy diferentes al reciente Bolt (2008), especie de superperro sabihondo y a otros sucedáneos por el estilo. Pero amenazador resulta que los perros se pongan de moda en el cine y eso es lo que me temo ante la amenaza inminente de nuevas muestras del género. La muestra que hoy nos ocupa no puede ser más simple: Una perrita chihuahua de lo más chic de Beverly Hills, el barrio de los artistas de Hollywood, Chloe, habituada al lujo más sofisticado se pierde en México. Sólo podrá regresar a su hogar gracias a la amable ayuda de un pastor alemán y a una pequeña jauría de su raza que anima la operación.

El hecho de que muchos de los pasajes de la película transcurran en México nos trae a la memoria aquellas comedias de los años cuarenta con Xavier Cugat y su chihuahua en brazos, Carmen Miranda, Don Ameche y otros artistas de la época con sus ambientes coloristas, su carga exótico-costumbrista y musical. La comedia que ahora nos brinda Raja Gosnell, con su manía por los perros de animación, nada tiene que ver, salvo la leve reminiscencia anecdótica, con aquel cine intranscendente y divertido. Aquí lo que nos quedan son los efectos visuales y el trabajo de buenos 'trainers', que adiestran a estos pequeños canes y a sus clones virtuales diseñados por ordenador. Todo para que hablen, gesticulen y parezcan humanos. Tanto es así que suplantan y desdibujan a los intérpretes que se prestan a estos inventos. Pero entre tanto ocasional y caprichoso amante de los perros como tenemos, algunos de ellos insensibles a la porquería que nos dejan por la calle, no me extraña que la película cuente con muchos admiradores.

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