Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Entrevista
Pasear con Pedro Rodríguez puede llegar a ser una experiencia de lo más estresante, y si no se lo creen junten ustedes a Perico con un viernes a mediodía, una entrevista por terminar, la Plaza de las Monjas en plena Feria del Libro, el bloc de notas en una mano, el móvil en la otra, una conversación de lo más jugosa, las prisas porque hay que echar los garbanzos al puchero y –el ingrediente clave de todo este mejunje– una decena de interrupciones una detrás de otra. El ex alcalde de Huelva va por ahí como si aún lo fuera, y no por cosa suya, que anda como loco disfrutando de su “activa” jubilación, sino porque la gente sigue dale que te pego: que si “alcalde, qué bien está”, que si “alcalde, haga el favor que mi hijo está sin trabajo…”, que si “alcalde, a ver si mi acera”… Él se para, les mira a los ojos (“mirar a la gente es importantísimo”, explica, luego, al entrevistador), sonríe, responde, se despide y continúa por donde iba: que a la tarde participa en un programa de radio, que ayer estuvo en no sé dónde, que casi se mueve ahora más que antes... Lo último, cuenta, ha sido su nuevo libro, el sexto, que se titula Huelva al amanecer (lo publica la editorial Niebla), en el que reúne y ordena algunas de las reflexiones que comparte a diario con sus seguidores de Facebook a través de su Buenos días, una costumbre que estrenó, precisamente, poco antes de que arrancara el que sería su último mandato como alcalde. Hace ahora diez años, en las municipales de 2015, fue sustituido por Gabriel Cruz y abandonó la política después de nada menos que dos décadas que le han dado más alegrías que tristezas, aunque de todo hubo. Reconoce que no fue fácil dejarlo, pero lo compensó con creces con lo que ganó a cambio: familia y tiempo. Desde su retiro, Pedro Rodríguez, Perico Rodri, que ha sido empresario, periodista, parlamentario y alcalde, entre otras cosas, es feliz porque ahora hace lo que más le gusta: escribir y estar en contacto con la gente.
Pregunta.Terapia, reflexión, compromiso… ¿Qué supone para usted escribir ese ‘Buenos días’ diario que acaba de convertir en su sexto libro?
Respuesta.Yo he escrito toda mi vida. Es mi manera de estar en el mundo. Fíjese hasta qué punto que, cuando llegué a la Alcaldía, una de las cosas que más temía era perder eso, la posibilidad de sentarme a escribir. Por suerte descubrí que podía seguir haciéndolo gracias a mis discursos e intervenciones en los actos a los que asistía. Incluso teniendo a varios periodistas en el gabinete, siempre me gustaba darle mi toque, el punto y final. En los últimos años me enganché a esto de Internet, y Facebook y Twitter se convirtieron en otra forma de estar en contacto directo con la gente. Era otra manera de comunicarme, más inmediata, más libre. Cuando dejé la Alcaldía, esa ventana digital fue el sitio donde volqué mis pensamientos, mis inquietudes y mis preocupaciones. Fue mi modo de seguir expresándome, de seguir sintiéndome útil. Hace unos años una editorial me propuso reunir todos esos textos en un libro, lo hemos hecho y así ha nacido Huelva al amanecer.
P.Dice que la escritura le ha permitido mantener la conexión con la gente después de dejar la política. Algo de terapia sí que hay, entonces...
R.–Sin duda. La escritura es mi forma de mantenerme en contacto con la realidad. En la jubilación es fundamental no desconectarse de la sociedad, de los amigos, de los temas que te importan. Me encuentro con mucha gente que dice que ahora mata el tiempo, y a mí eso me parece una tragedia. Lo que hay que hacer es hacer crecer el tiempo, no matarlo. Escribir me hace pensar, mirar el mundo con atención, pero sobre todo es una manera de seguir manteniendo el contacto con las personas.
P.¿Cómo vivió eso de dejar de ser alcalde después de veinte años? ¿Fue duro?
R.Mucho. Fue muy duro, no tanto por la política en sí, sino por todo lo que dejas atrás: las personas, la rutina, tomar decisiones... Fueron veinte años de entrega total. Es verdad que podría haberme quedado en la oposición, pero pensé que, con mi edad, cuando todo el mundo hablaba de renovación y de juventud, la gente iba pensar: “hay que ver que el viejo este...”, y decidí marcharme. Además, había otro motivo aún más importante. Verá: la política pasa una factura personal enorme, y en veinte años hay muchas cosas que te pierdes. No ves crecer a tus hijos, no disfrutas de la riqueza de la compañía de tu mujer, de tus amigos… La vida política se lo come todo, así que llegado el momento me dije “ya está, ahora me toca preocuparme de mí”. Y eso hice. Curiosamente, escribir me ayudó a desengancharme. Me sirvió de terapia. Al principio me costó adaptarme: pasas de un ritmo frenético a un silencio casi absoluto. Pero poco a poco vas encontrando nuevos hábitos. Empecé a llevar y recoger a mis nietos del colegio, a pasear un poco… Aquello me ocupaba las mañanas y me devolvía algo que había perdido: el tiempo sencillo, cotidiano.
“Escribir me ayudó a desengancharme de la política después de veinte años de alcalde”
P.¿Ese es el mayor debe de su etapa como alcalde, el tiempo que pasó sin su familia?
R.Sin duda, aunque es verdad que lo que perdimos en cantidad lo ganamos en calidad, como dijo hace poco mi mujer. Y creo que tiene razón: durante muchos años mi familia compartió mi vocación de servicio, aunque también pagara el precio de mis ausencias. Yo entendí la política como una forma de entrega. Mi idea de ser alcalde era trabajar por la felicidad pública. Y eso exige estar cerca, escuchar, preocuparte por la gente uno a uno, con calidez y con calidad. Eso también te compensa. La política solo tiene sentido si se hace desde la proximidad. Me gustaba estar en los barrios, hablar con los vecinos. Esa relación directa te enseña mucho, porque en política se corre el riesgo de dejar de ver a las personas, y eso es peligroso.
P.¿Con qué cosas buenas se queda de aquella experiencia?
R.Con la alegría de conseguir las cosas que nos proponíamos. Siempre he tenido mentalidad de empresario, que es lo que soy, además de periodista, así que me marcaba objetivos y hacía todo lo posible por cumplirlos. Huelva necesitaba confianza en sí misma, eso era casi lo más difícil, y creo que es algo que logramos. Fue nuestro principal logro. En cuanto a lo más tangible, recuerdo sobre todo tres retos a los que nos enfrentamos: salvar al Recreativo, construir el nuevo estadio y sacar adelante el Parque Moret. Los tres tenían algo en común: parecían imposibles… hasta que se consiguieron. Fue un trabajo enorme, ni se imagina, pero cuando salía bien, la satisfacción era inmensa. El Parque Moret, por ejemplo, fue una batalla larguísima: un montón de propietarios, litigios, trámites... Pero al final se hizo, y lo que más me enorgullece es que se hizo pensando en todos, no en unos pocos. Lo mismo ocurrió con otras obras que, aunque parecían menores, cambiaron la vida diaria de los barrios. También viví la parte fea de la política, ojo. La oposición me llevó más de setenta veces a los tribunales. No hacía nada que no denunciaran a la Justicia, y aunque lo gané todo, al final eso desgasta muchísimo. Es triste tener que invertir tanto tiempo en defenderte cuando lo que quieres es seguir trabajando. Por suerte aprendí a tomármelo con serenidad y sentido del humor, que es lo que más falta hace en política. Aprendí a no perder la cabeza ni la educación. Los políticos deberíamos ser un ejemplo de generosidad y de colaboración, no todo lo contrario. En veinte años nunca ataqué al Partido Socialista. Preferí hablar de Huelva, no de ellos.
“Mi familia compartió mi vocación de servicio, pero también pagó mis ausencias”
P.Alguna cosa haría mal, ¿no? ¿De qué se arrepiente?
R.Hay cosas que ahora haría de otro modo, pero no me arrepiento de nada. Quizás de no haberme defendido de algunas mentiras que se dijeron en su momento. Hubo gente que llegó a decir que estaba enfermo y yo, por educación o por respeto, preferí callar. Me equivoqué, porque el silencio, a veces, se confunde con consentimiento. Esas cosas hacen mucho daño.
P.Siempre sostuvo que era un alcalde independiente, aunque no todo el mundo lo ha sentido así… ¿De verdad nunca le riñeron en el PP?
R.Nunca. Fui totalmente independiente porque lo primero para mí siempre fue Huelva, y después el partido. En el PP me dieron libertad total para defender los intereses de la ciudad. Fue una exigencia que puse para presentarme a la Alcaldía y siempre la respetaron. Fíjese que yo no quería, lo rechacé desde el principio. Tenía cuatro empresas, una vida cómoda, y encima ganar en Huelva, siendo del PP, parecía imposible. Puse esa condición (y unas cuantas más más) y al final acepté porque me dijeron que sí a todo [ríe]. Lo más difícil fue dejar mis empresas. Ese fue mi sacrificio más personal. Cuando ganamos, mi hijo y mi mujer se hicieron cargo de ellas y yo me centré completamente en ser alcalde. Recuerdo que cuando vi mi primera nómina, que fue de 176.000 pesetas [al cambio, unos 1.050 euros], me eché a reír y pensé: “mi mujer me mata”. Por suerte, el dinero nunca fue lo importante. La verdadera riqueza, la mayor satisfacción que se puede sentir, es poder ayudar a cambiar tu ciudad. No hay nada igual. Eso solo lo saben quienes han sido alcaldes o alcaldesas.
P.Con la perspectiva de los años, ¿Cuál diría que fue el proyecto más trascendente?
R.El Plan General de Ordenación Urbana, no tengo ninguna duda. Siempre he dicho que cuando llegué –muchos lo recordarán– Huelva parecía una ciudad recién bombardeada. Estaba llena de solares vacíos, de espacios abandonados, de barrios desconectados… Había que diseñar la ciudad del siglo XXI, y la cosa es que ese diseño estaba hecho y guardado en un cajón. Poco después de ser nombrado alcalde se me presentaron los arquitectos del PGOU, ¿sabe?, para decirme que como no iba a querer hacerlo por ser del PP, les pagara al menos el trabajo. Recuerdo su cara cuando les dije que yo no era del PP, sino de Huelva, y que me dieran al menos un poco de tiempo para verlo. Lo vi, me encantó y empezamos a ponerlo marcha. Al final todo se resume en una idea: pensar primero en la gente, después en el partido y, por último, en uno mismo. En ese orden. En el Plan estaba la ciudad que todos soñábamos: la ampliación de la Avenida de Andalucía, acercarnos por fin a la ría desde Pescadería y el Ensanche, el Parque Moret… Todo. Pero, claro, redactar los planes es, dentro de lo que cabe, muy fácil. Lo difícil es gestionarlo todo para que salgan adelante y hacerlos realidad. Para adquirir los terrenos del Ensanche, por ejemplo, tuvimos que mover cielo y tierra. Una tarde acabé abordando en pleno aeropuerto de Sevilla al entonces ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, para explicarle lo que queríamos hacer en Huelva y pedirle que nos escuchara, porque nos hacía falta correr con unos permisos. Nos enteramos de que iba a parar allí, cogimos el coche y nos metimos a buscarlo por los pasillos del aeropuerto. Así es como entiendo que hay que trabajar en la política, y más si es por tu ciudad: aprovechando las oportunidades y remangándote cuando hace falta. Huelva cambió más en veinte años que en un siglo. Lo que más me enorgullece es haber dejado esa huella de trabajo y ganar todo este cariño que recibo ahora.
P.Al final casi no ha hablado usted de su libro...
R.Bueno, ahora por el camino hablamos un poco...
[Ya, claro...]
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