El payo y el agua

Cien años de José Nogales

El payo y el agua
El payo y el agua

03 de agosto 2008 - 01:00

UNA mañana, la señora doña Eduvigis Pérez del Bastán requisaba los metales, los mármoles, la tapicería, refunfuñando descontenta y muy extrañada de que el Señor no hiciese un ejemplar castigo en alguna criada para escarmiento del gremio; porque era señora tan pulcra y exigente en punto a limpieza, que no había manera de satisfacerla ni aquietarla.

Ella contaba que una abuela suya se volvió loca, y en la casa de Orates tenían que darla cacharros que limpiar, si no, se moría, y sobando unos cacharros se murió la pobre.

Durante la requisa, la anunciaron la visita de un paisano, lejano pariente según decía.

- ¡Anda, pues si es...!

- Ceriaco, sí señora. Por acá to er mundo güeno, ¿eh? Por allá, cuasi lo mismo. Ésta sí que es una casa, no la que tengo yo. Usté sí que es una mujér, dola Duvigis, no la que...

- ¿Qué te trae por aquí?

- Pus la seca.

- ¿?

- Sí señora; que se acabó el agua de po arriba y se acaba la de po abajo y tos nos acabamos, y yo dije: Ceriaco, antes que ti acabes, mira lo que haces. Vete pa Madrí, que allí hay agua pa ti y pa toa la parentela. Allí te darán un pozal anqui lo pagues un día.

- Bueno, hombre; espera a que venga mi esposo, hablaremos. Hoy comerás con nosotros. Y tu hijo, el mayor, ¿no se llama Roque? Estará muy grandón.

- Pus va a meter la mano en cántaro.

- ¿Para ver si tiene agua? ¡Pobrecitos, cómo estáis!

- Pa buscar su suerte: si me sirve a mí o sirve al Rey.

- Pero qué mal hueles, hijo; no te acerques, hueles a demonios.

- Ya ve usté, con la seca...

- Pues así no te resisto. Es preciso que te asees, que te descostres (Toca el bo-tón del timbre. Aparece el criado).

- Manuel, deme usted ese pomo; lleve a este hombre al cuarto de aseo; ponga lo necesario... ¡Jesús!

- ¿Al cuarto del señor?

- A donde quiera que haya agua, jabón... y un estropajo.

- Venga.

- Vamos, pa que sepan en Madrí lo que es una seca.

En el cuarto de aseo.

- Aquí tiene usted todo lo que hace falta.

- Diga usté, y ¿el jarrico? El jarrico del agua.

- Dé usted vueltas a esto ¿ve usted? Ahí tiene el agua. Si necesita algo más, avisa (Vase cerrando la puerta)

- Pus señor, Ceriaco, ¿tú a qué has venío? ¿Por agua? Aquí la tienes. Decía mi agüelo: "si quieres a la morena, hay que rondarla". Me paece a mí que con la caeza, la cara y el pescuezo habrá bastante. Ya está. Agua de mis entrañas, qué fuertecica que sales. A cerrar, ya no hay ninguna... Anda con las cosas fantasiosas, y tiene una jofaina rompida por el hondón. Ella entrar y ella salir, y yo no cojo pa fregarme un párpago...

Lo mejor es llamar - Amigo, eh amigo- ¿cómo se abrirá esta puertecica? No se abre. Esperaré a ver si cree que me estoy ahogando. Éste es un baño; está seco... Claro, servirá pa el verano. Y éste es un.... por aquí se llama (toca el botón de la luz eléctrica y se encienden dos focos). ¡Cristo de Rentería, si parecen cosas de duendes!

¡Qué burro! Toco el aquel cuando está aquí la campana (tira de la cadena de la ducha) ¡Uy! ¡Oh! ¡Uff!... Cristo, ¿qué asesinato es éste? ¿Eso tenías escondido? Pues va pa treinta años que nadie me ha puesto agua en la cara más que el barbero: de ca ocho días a ocho días... y eso porque le pago. Si no fuera mirando, ¡rediez!...

Ni sé cómo llamar, ni cómo abrir, ni como pegar fuego a la casa porque el fósforo se ha mojao. A sentarse. Rediez, qué sillón más grande. El asiento paece una ensa-ladera, y este respaldo se sube solo... ¿pa qué será esta redondela? Ya sé. ¡Lo que inventan los hombres! Éste es un sillón pa jorobados, no hay más que velo. Pos aquí me arra-cho (se sienta en el mueble -digámoslo así- y se hunde. Ve una cadena salvadora a la altura de su cabeza y a ella se ase. Se produce un estruendo trágico, una bárbara irrigación como impulsada por la trompa de un monstruoso elefante...) ¡Rediez, Cristo de la Rentería, siñor de los cuatro valles, a ver si sirves para algo!..

- Los señores le esperan -dice el criado-.

- Vamos a ver a lo siñores (secándose y componiéndose un poco).

- ¿Qué tal, qué tal?...

- Que haiga salud como yo para mí deseo; abur y hasta otra (esto dicho con cara de pocos amigos).

Al llegar al pueblo pronunció un discurso porque era imposible contestar uno a uno a los preguntones. Montado en la burra, entre la iglesia y el ayuntamiento, dijo a grito pelado:

- "Parientes y habientes: cuando haiga otra seca y falte el agua de po arriba y abajo, no jacele función a S. Roque. Llevale en procesión al cuarto de mi tía Duvigis, y luego que el Santo se sacuda"

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