Huelva

La odisea de votar en Estados Unidos

  • Lo complejo del sistema electoral, junto con el incremento de votos por correo como consecuencia de la pandemia, han derivado en la situación que se vive en la democracia mas antigua del mundo

Imagen de la jornada electoral del pasado día 3 de noviembre.

Imagen de la jornada electoral del pasado día 3 de noviembre. / EFE (Estados Unidos)

El país que hoy es la democracia más antigua del mundo es Estados Unidos con, al menos, 220 años. Y a pesar de su régimen democrático ininterrumpido, votar es complicado, tanto que históricamente el índice de participación ronda sólo el 50% del electorado. Este año la pandemia ha favorecido el voto anticipado y por correo y, paradójicamente, se ha producido un récord de participación. Ha sido necesaria la colaboración de asociaciones cívicas y privadas, y hasta de las redes sociales, para derribar las barreras que hacen que en Estados Unidos votar se convierta en toda una odisea.

Estados Unidos tiene 330 millones de habitantes, de los cuales 245 son mayores de 18 años y pueden votar. En esta ocasión, la participación electoral ha sido del 65,7%, un récord histórico. Desde 1900 no se veían cifras tan altas. El voto anticipado y por correo, más de 93 millones, puede ser una de las claves para explicar la alta concurrencia a las urnas.

Votar en unas elecciones es la forma de participación política que exige menor esfuerzo y una dedicación esporádica. Pero no parece que los estadounidenses lo vean de la misma manera. En este país, los electores demuestran tal fatiga electoral que incide de manera muy negativa en la participación.

En EEUU votar no es sencillo y las elecciones presidenciales norteamericanas son más complejas que en casi ningún otro país del mundo. El registro previo para ejercer el derecho al voto es el principal obstáculo, al que se unen otros muchos inconvenientes, como la inexistencia de un documento nacional de identidad, 8.000 circunscripciones electorales con sus propias normas, votar en un día de diario, colegios electorales que cambian cada elección, máquinas obsoletas, papeletas confusas, largas esperas y grandes distancias para llegar a las mesas electorales, el idioma… esta maraña organizativa convierte la jornada de elecciones en una gigantesca carrera de obstáculos.

Uno de los lugares de votación en las elecciones norteamericanas. Uno de los lugares de votación en las elecciones norteamericanas.

Uno de los lugares de votación en las elecciones norteamericanas. / EFE (Estados Unidos)

En Estados Unidos se vota mucho, se vota casi todo: desde los alcaldes y gobernadores del estado, hasta el sheriff, los jueces y fiscales, o los directores de educación pública. Esta saturación electoral ocasiona elevados índices de abstención. A ello se une que no todas las personas tienen la misma probabilidad de votar. Quienes disponen de más recursos económicos y determinadas actitudes políticas votan en mayor medida.

Otros factores organizativos también influyen negativamente. Aspectos tan peregrinos como las propias papeletas físicas, elegidas por cada circunscripción libremente y redactadas de una manera deliberadamente confusa, así como softwares electrónicos que dejan mucho que desear en términos de claridad y simplicidad vienen a sumar desconcierto a una jornada que ya de por si espesa. Porque en las elecciones presidenciales, los estadounidenses no votan sólo a un partido o candidato. Junto con el presidente y vicepresidente del país, se eligen los senadores o congresistas de cada estado que toca sustituir en Washington, además de otras iniciativas populares e incluso referéndums.

Ganar perdiendo

Todas estas circunstancias históricas y socioculturales explican la desmovilización del electorado y que unos 80 millones de personas se queden al margen de un sistema electoral muy cuestionado y al que los expertos atribuyen un déficit democrático. Y es que Estados Unidos es el único que país que elige un presidente con poder político mediante un colegio electoral (parecido a compromisarios) y el único también en el que un candidato puede alcanzar la jefatura del Estado sin lograr el mayor número de votos populares. Este sistema fue ideado para alcanzar un difícil equilibrio entre la voluntad nacional y la local, y está consagrado en la Constitución.

A raíz de la victoria de George W. Bush en 2000 pese a que el demócrata Al Gore había obtenido 540.520 votos populares más a su favor, en determinados círculos académicos se suscitó el debate de una posible reforma electoral. Este mismo escenario se produjo en 2016, cuando Hillary Clinton perdió las elecciones a pesar de conseguir 2,8 millones de votos más que Donald Trump.

Las encuestas señalan que los estadounidenses se muestran favorables a un sistema de elección presidencial directa, pero la última vez que se debatió con seriedad en el Congreso la posibilidad de eliminar el colegio electoral fue en 1934. Aunque actualmente existe un debate público sobre un sistema considerado injusto y que no refleja la voluntad popular, su cambio requeriría una reforma constitucional, y hoy parece poco probable.

Imagen del recuento de votos en uno de los distritos electorales. Imagen del recuento de votos en uno de los distritos electorales.

Imagen del recuento de votos en uno de los distritos electorales. / EFE (Estados Unidos)

Participación histórica

El año en el que existen más limitaciones a la libertad de movimientos por la pandemia, justamente se ha producido una participación histórica. El voto anticipado y por correo ha tenido mucho que ver, pero también el esfuerzo que han hecho las organizaciones cívicas y las redes sociales por facilitar el registro de votantes.

De los 240 millones de electores, habitualmente unos 50 millones no llegan a registrarse y, por tanto, se quedan sin derecho a voto. Las principales plataformas sociales han colaborado en el registro de ciudadanos en el centro electoral. Según los datos aportados por las propias plataformas, Facebook, Instagram y Messenger lograron registrar a 2,5 millones de personas, mientras que Snapchat registró a más de 1 millón, de los cuales, el 80% eran menores de 30 años y la mitad de ellos votaron por primera vez.

Ésta ha sido una importante aportación de las redes sociales, cuya credibilidad estaba por los suelos tras descubrirse en la campaña de 2016 escándalos como la venta ilegal de datos de usuarios de Facebook o la difusión de noticias falsas en beneficio de Donald Trump.

A principios de 2020 Facebook, Twitter y Google anunciaron reformas para erradicar la mayor cantidad de desinformación y noticias falsas posibles con vistas a la campaña electoral, y actualizaron sus políticas de publicación para que no pudieran ser utilizadas para manipular o interferir a los electores mediante contenido que pudiera inducir a error sobre la participación.

Tras la celebración de los comicios, Twitter borró una docena de tuits de Donald Trump en los que cuestionaba la legalidad del recuento de votos y acusaba a los demócratas de intentar robar las elecciones, mientras que Facebook eliminó un grupo con 320.000 seguidores partidarios del republicano que incitaba a la violencia y alegaba fraude. El tiempo dirá si se trata de medidas coyunturales para un lavado de imagen o definitivamente las plataformas digitales han decidido luchar contra la desinformación.

www.charotoscano.com

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