Mis nuevos amigos catalanes
tribuna de opinión
El pasado 12 de octubre, día de la Hispanidad, estuve en Barcelona. Aunque inicialmente había ido por otros motivos, me acerqué a la zona de la manifestación pro española y pude ver a miles de manifestantes portando orgullosos banderas, camisetas y otros símbolos nacionales. Allí estaban catalanes españoles y muchos otros que se desplazaron desde otras provincias para darles su cariño y su apoyo. Porque los catalanes no independentistas lo desean y lo necesitan, créanme. Precisamente esto es lo que pude comprobar en primera persona durante la comida de ese día en el genial bar Cañete, donde unos amigos y yo nos sentamos por casualidad en una mesa contigua a la de un grupo de estos catalanes españoles, y claro, acabamos hilando carrete.
Cuando nos contaban cómo viven y cómo sienten la presión independentista en su día a día, me di cuenta de que este asunto yo lo veía, como probablemente le suceda a otros muchos ciudadanos españoles, como cuando ocurre un accidente de autobús en algún lugar de la India: lo sientes mucho pero no te afecta directamente, y pasas rápido a otra cosa. Salvo que esta vez estaba en la zona cero del accidente y hablando con protagonistas directos.
Alicia y Xavi, Rosa y Josep, ya alrededor de la cincuentena todos, junto con Ana la hija de Alicia, son los nombres ficticios de estos catalanes, pongamos por caso, de Mataró. No escribo sus verdaderos nombres ni su procedencia para no perjudicarlos si esto cayese en manos de algún indepe de los CDR. Resulta insólito, casi increíble, decir algo así en la España democrática del siglo XXI, como si estuviéramos en la China o la Cuba comunistas, en la Alemania nazi, en la España franquista o algo más contemporáneo, en la Venezuela bolivariana. Pero no, es la Cataluña actual de Torra y Puigdemont, de Junqueras y de Torrent.
Estos amigos nos contaban cómo nada más salir de la manifestación habían guardado todos sus símbolos nacionales por miedo a que los grabaran y a las posteriores represalias. Con nosotros se sentían libres para poder expresarse y lo hicieron. Necesitaban hacerlo. Nos contaron cómo viven cada día escondiendo su sentimiento español y catalán, sin libertad. Rosa trabaja en la Generalitat. Allí calla y trata de pasar desapercibida mientras soporta un ambiente hostil donde sólo se admite el pensamiento independentista. A su hijo adolescente se le ocurrió comprarse una camiseta del Córdoba simplemente porque le gustaba, y un anciano del pueblo le increpó por llevarla puesta en vez de la del Barcelona, nos describía mientras no podía ocultar un atisbo de amargura en su mirada. Es la lluvia fina que les machaca a diario.
Todos descienden de catalanes y españoles y se sienten orgullosos de ello. Se sienten orgullosos de hablar catalán y español, y no aceptan que les impongan un idioma frente al otro en su propio país supuestamente democrático. Nos contaban que el adoctrinamiento en las escuelas es total. Apenas dos o tres horas de castellano a la semana, y la historia reescrita en el odio a todo lo que huela a español. Ellos tratan de compensarlo hablando castellano con sus hijos y haciéndoles entender la riqueza que supone ser de Cataluña y pertenecer a España. Pero lo hacen en casa, sin que nadie los oiga, sin libertad y con miedo, si bien es algo tan cotidiano que ya lo han interiorizado como normal, aunque diste mucho de serlo en una democracia europea moderna. Les piden a sus hijos adolescentes que no se muestren públicamente, ya que a esa edad no se tiene miedo a nada y ya han tenido algún altercado.
Tienen claro que el artífice de todo esto fue Pujol y la ingeniería social que programó para la sociedad catalana, sometida a un incesante adoctrinamiento desde la educación y la propaganda durante más de 40 años, con la complacencia de los sucesivos gobiernos españoles. La lluvia fina. Nos cuentan que para ellos la verdadera autora intelectual ha sido Marta Ferrusola, la esposa de Jordi Pujol, una "supremacista hitleriana" que cree en un racismo donde, por supuesto, ellos son superiores no sólo a los españoles sino también a los catalanes mestizos descendientes de españoles. Quizá por ello son estos los peores, los más violentos y extremistas, para demostrar que ellos son tan catalanes o más que los que tienen ocho apellidos.
Es paradójico que sean precisamente estos quienes insulten a los que se sienten españoles llamándolos feixistes (fascistas), a todos por igual sin distinción, mostrando un absoluto desconocimiento del origen y el significado del término. El fascismo lo creó Mussolini, que provenía al igual que su padre del pensamiento socialista más radical, y que descontento por las posiciones tibias de su partido, añadió un sentimiento nacionalista exacerbado y excluyente y utilizó como estilete la violencia. ¿Les suena de algo? Por lo tanto son precisamente ellos, los separatistas, quienes actúan y se comportan, quienes son en definitiva, los verdaderos fascistas.
La conversación se torna más interesante, y nos aseguran nuestros nuevos amigos que la explosión separatista ocurrida durante la anterior legislatura realmente se ha adelantado unos 10 años, precipitada por la imputación del ladrón Pujol y su camada. El pròces aún no estaba suficientemente maduro, pero hubo que ponerlo en marcha porque el gran mesías catalanista podía acabar entre rejas. La nueva izquierda extrema colaboracionista y la deriva de un PSOE desnortado y oportunista harían el resto.
Todos ellos son votantes socialistas descontentos, abandonados a su suerte por un PSC que coquetea sin pudor con el independentismo y su bolsa de votantes. Luego lo intentaron con el PP. Más de lo mismo. Se quejaron amargamente de que dejaran caer a Vidal-Quadras porque Pujol lo exigiera. Ahora dicen estar ilusionados con Ciudadanos, aunque con ciertas dudas porque no se fían de que les vuelvan a dejar en la estacada como siempre. Por eso Rosa está considerando, y creo que realmente lo tiene decidido, votar a Vox. Es quizá lo único que les quede.
Realmente se sienten huérfanos olvidados por un estado ausente, por unos gobiernos preocupados por intercambiar votos en vez de por el bienestar de sus ciudadanos, también de los catalanes. Y por esto todos sin excepción tienen claro que cuando puedan jubilarse se irán de Cataluña, al igual que el conductor de Cabify que me llevó el día anterior y que está dispuesto a volver a Granada dentro de dos años cuando pueda jubilarse, donde sólo había vivido tres meses al nacer pero conserva una casa en el pueblo de su madre, después de haber pasado cincuenta y dos años en Barcelona.
Esto es lo que les preocupa y les rompe el alma a toda esta gente de bien. Que finalmente Cataluña se la acabarán quedando los independentistas porque no quedará nadie más. Cataluña, dicen, será independiente porque sólo habrá independentistas gracias a la presión social, a la lluvia fina, y a la ausencia de un estado gobernado por ciegos sinvergüenzas y necios que niegan que exista un conflicto social que ellos sufren a diario. Es sólo una cuestión de tiempo. Los indepes mientras tanto siguen a lo suyo, adoctrinando impunemente, haciendo suyas las instituciones y los espacios públicos, imponiendo su ley por las buenas o por las malas, apretando tal como les animó a hacer el irresponsable Torra.
Yo únicamente pude compartir con estos amigos un cava catalán, escucharlos, hacernos unas fotos, darles un abrazo y saber que para ellos un gesto tan pequeño había significado mucho. Y quiero homenajearles con lo que me escribió Xavi cuando le envié las fotos: "No tenemos palabras de agradecimiento. Ha sido maravilloso conoceros y disfrutar de vuestra compañía. Una fiesta de la Hispanidad inolvidable. Tenéis unos amigos en Mataró".
Y vosotros en Huelva.
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