Muroï: anatomía de una metamorfosis

Trinchera Sonora

Nueva formación, nuevas canciones y un sonido que mira al futuro sin olvidar sus raíces: el renacimiento de una banda que ha encontrado su equilibrio entre la tierra y el metal

Los integrantes de Muroï, en una imagen de promoción de la banda.
Los integrantes de Muroï, en una imagen de promoción de la banda. / Juan Kamatxo

El cambio no siempre estalla: a veces se filtra. Llega despacio, sin hacer ruido, hasta que un día lo reconoces en una vibración distinta, en un acorde más firme, en una mirada más segura. Así ha renacido Muroï, una banda que no ha tenido miedo a despojarse de su piel anterior para reencontrarse con su verdadera esencia. Su historia reciente no habla de ruptura, sino de evolución, de una madurez ganada a base de constancia, búsqueda y fe en la música como espacio de verdad.

La actual formación —David Pérez (voz), Kay Lubcke (batería), Alfonso Silva (bajo) y Alberto Vargas y Gonzi Díaz a las guitarras— es el reflejo de una química que se ha ido fraguando a fuego lento. Son músicos que llegan de distintos caminos, pero que han convergido en una misma dirección: construir un sonido honesto, sin artificios, donde cada instrumento tenga su espacio y su propósito. Lo que antes era una propuesta anclada en el metal más clásico se ha convertido ahora en un territorio más ambicioso, un diálogo entre el hard rock, el metal melódico y el progresivo, que suena orgánico, maduro y actual.

Y en el centro de todo, la voz de David Pérez. Están las voces que solo cantan, y luego otras que narran, que respiran, que llevan dentro un pulso emocional capaz de modificar la atmósfera de una canción. La voz de David es una de esas. Su registro parece hecho a medida para el género: poderoso y melódico a partes iguales. Tiene la habilidad de transitar de la furia al susurro con una naturalidad pasmosa, manejando la intensidad emocional como quien ajusta el volumen del alma. Lo más admirable es que nunca busca imponerse: su voz sostiene el discurso sonoro, pero lo comparte, no lo devora.

Integrantes de Muroï.
Integrantes de Muroï. / Juan Kamatxo

La base rítmica de Kay Lubcke y Alfonso Silva actúa como una maquinaria de precisión. Kay, alemán de nacimiento, imprime carácter desde la batería: cada golpe suyo tiene el peso de la experiencia acumulada tras años de escenarios entre Alemania y España transitando por distintos estilos. Alfonso, bajista autodidacta con una sólida trayectoria, aporta la profundidad y el pulso, un contrapeso perfecto entre la crudeza y la elegancia. Juntos forman el cimiento sobre el que se erige el universo sonoro de Muroï.

Por encima, las guitarras de Alberto Vargas y Gonzi Díaz se entrelazan como corrientes opuestas que se complementan. No compiten: dialogan. Alberto, curtido en proyectos de largo recorrido, aporta una técnica impecable y un sentido melódico que da aire a las composiciones. Gonzi, con su experiencia en estilos diversos, añade textura, empuje y esa energía que da forma al cuerpo de las canciones. La convivencia entre ambas guitarras es una de las señas de identidad de esta nueva etapa: un equilibrio entre contundencia y armonía que define la nueva sonoridad de Muroï.

Esa combinación se traduce en un sonido que respira libertad. La banda ha dejado atrás los moldes y ahora compone desde la madurez y la intuición, apostando por estructuras más abiertas y pasajes instrumentales que no temen extenderse. Hay riesgo, hay exploración, pero también hay control. No se trata de demostrar virtuosismo, sino de construir atmósferas, de hacer que cada tema tenga un peso emocional propio.

En este proceso, la producción ha jugado un papel clave. Muroï está trabajando actualmente en nuevas canciones, inmersos en sesiones de estudio que suponen un punto de inflexión para la banda. Los avances dejan entrever un salto cualitativo claro: un sonido más robusto, más definido, con una identidad plenamente reconocible.

2030’ es una pieza que ya muestra esa evolución hacia un metal progresivo de mirada social y mensaje lúcido. Las guitarras rugen, el bajo traza líneas de tensión, y la batería marca un pulso casi cinematográfico, mientras la voz reflexiona sobre el futuro y el paso del tiempo. Es un tema que no solo suena: piensa.

Y en el horizonte se asoma ‘Mil batallas’, aún en pleno proceso de grabación. He tenido la oportunidad de escuchar un adelanto, y lo que se percibe es un tema íntimo, casi confesional, que habla de las luchas invisibles que libramos dentro de nosotros. No es una canción que grite: respira. Te envuelve con su emoción contenida y te deja suspendido entre la calma y la tormenta. Si el metal también puede conmover, este tema lo demuestra.

Pero más allá de los matices sonoros o de las letras, lo que impresiona en Muroï es la coherencia emocional que atraviesa su música. No hay nada impostado ni forzado. Todo responde a una evolución natural que los ha llevado a un punto de plenitud artística. Ganadores del concurso Ven al Parque en 2023, la banda ha demostrado que su mayor victoria está en haber encontrado su propia voz.

Muroï suena hoy a maduro, vibrante, real. Su música tiene el músculo del metal, la precisión del rock más técnico y la sensibilidad de quienes entienden que detrás de cada riff hay una historia. Han conseguido ese raro equilibrio entre el fuego y la forma, entre el impulso y la reflexión.

Quizás ese sea el verdadero significado de esta metamorfosis: comprender que el metal también puede ser belleza, que la furia puede tener matices, que la distorsión puede emocionar. En ese punto exacto entre lo terrenal y lo etéreo, entre el ruido y el silencio, Muroï ha encontrado su lugar.

Su renacimiento no ha sido un trueno, sino un despertar. Un proceso de afinación del alma, una nueva piel que late con cada golpe de batería y cada nota sostenida. Porque cuando el metal se hace desde dentro, deja de ser solo sonido para convertirse en una forma de respirar.

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