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El mitin electoral resiste

  • De los multitudinarios a espacios más reducidos, la fórmula de concentrar en un mismo espacio a posibles votantes se ha transformado de manera radical desde los tiempos de la Transición

El mitin electoral resiste

En una época en la que las campañas electorales se pueden seguir desde el sofá con tan sólo mirar el móvil sería impensable un mitin electoral como el del año 1996 en Mestalla. Más de 55.000 personas acudieron al estadio del Valencia CF a ver a un José María Aznar que sólo 3 días después acabó con 13 años de gobierno de Felipe González. El mitin está considerado un acto político genuino y, pese al avance que las nuevas tecnologías han traído a la comunicación política, hoy por hoy no existe campaña electoral sin un buen mitin.

Poco se parecen los mítines actuales a aquel de Mestalla en el que para ver en acción a José María Aznar se movilizaron 700 autobuses, se colocaron 9.646 sillas sobre unas placas de PVC para proteger el césped, las mismas que se utilizaron unos años antes en el concierto de los Rolling Stones en el Vicente Calderón, y se completó el aforo de 45.500 localidades en las gradas. Y aún así, 15.000 personas se quedaron fuera y pudieron seguir el acto por una pantalla colocada en la fachada principal del estadio.

Más que un mitin, aquello parecía un acto de homenaje a Aznar. Cantaron Manolo Escobar y Francisco; acudió Julio Iglesias sólo para saludar a unos simpatizantes altamente motivados, y entre el público se encontraban Concha Márquez Piquer, María Jiménez, Pepe Sancho y Fernando Sánchez Dragó, entre otros. Todo en ese mitin fue a lo grande, tanto que se abrió una oficina ad hoc para organizarlo, en la que trabajaban 6 personas. Para ese día, la organización contrató a otras 24 más.

Una de las imágenes más icónicas de la política nacional la protagonizaron Julio Iglesias y José María Aznar en Mestalla. Una de las imágenes más icónicas de la política nacional la protagonizaron Julio Iglesias y José María Aznar en Mestalla.

Una de las imágenes más icónicas de la política nacional la protagonizaron Julio Iglesias y José María Aznar en Mestalla.

Mucho ha llovido desde entonces. La irrupción de las redes sociales ha mermado la asistencia a los mítines hasta dejarlo en actos con apenas un puñado de militantes. Sin embargo, y a pesar del gran esfuerzo presupuestario y organizativo que supone, no podemos hablar la muerte del mitin político.

Tan antiguo como la propia democracia, el mitin político es una herramienta de comunicación persuasiva que tiene por objetivo proyectar fortaleza siempre que no se pinche, inyectar moral a los simpatizantes y reforzar los liderazgos. La palabra mitin proviene de la inglesa meeting que significa encuentro, y se refiere a una reunión en la que un público se reúne para escuchar a un líder político. Tal como lo conocemos hoy, surgió en Inglaterra a finales del XVIII y en España logra su etapa de esplendor en la II República, donde los asistentes acudían a las plazas de toros, cines y teatros atraídos por la capacidad oratoria de los políticos más que por afinidad ideológica. Prueba del interés que suscitaban es el discurso que pronunció en 1935 el presidente de la II República, Manuel Azaña, en el Campo de Comillas (Madrid). Se dice que a ese mitin acudieron unas 400.000 personas.

Con la llegada de la democracia, los mítines alcanzan gran relevancia en nuestro país, debido a la dependencia de las televisiones en las campañas electorales. En 1995 se produjo una inflexión. El PSOE utilizó por primera vez la señal institucional (imágenes grababas y editadas por los partidos y distribuida a los medios de comunicación) y se limitó la entrada de los periodistas a los recintos.

La evolución continúa hasta 2014, cuando se detecta una reducción de audiencias. El fin del bipartidismo y la generalización de las redes sociales imponen aforos más pequeños y el cambio en la escenografía con los escenarios circulares.

De manera paulatina el número de asistentes ha ido bajando, y los mítines ya sólo concentran a militantes de un partido dispuestos con su presencia a alentar las expectativas electorales y la imagen de fortaleza. No se encuentran, sin embargo, en peligro de extinción porque el objetivo de hacer llegar el mensaje a los electores permanece intacto, sólo que ahora no hace falta tener un asiento en un polideportivo o en el salón de un hotel: la pantalla del móvil es el escenario común a todos los partidos.

Un mitin no debe ser un acto improvisado y en la logística de campaña existe un área dedicada a la preparación de este tipo de encuentros. La organización de los actos públicos es como el trabajo de una orquesta; para que funcione todo debe ir acompasado. La elección del lugar donde se va a realizar el mitin (generalmente en lugares de concentración de voto duro), el alquiler del recinto, el montaje del acto, la ubicación del escenario, el sonido, la iluminación, la asistencia de público, la colocación de la prensa, la música, la seguridad, los discursos… toda esta organización eleva el gasto de los partidos, que reservan una parte del presupuesto a la movilización del electorado.

Otro de los mitines emblemáticos de la política española, el de Felipe González en la plaza de toros de Valencia. Otro de los mitines emblemáticos de la política española, el de Felipe González en la plaza de toros de Valencia.

Otro de los mitines emblemáticos de la política española, el de Felipe González en la plaza de toros de Valencia.

Influencia en el voto

Y, pese al gran despliegue de medios técnicos y humanos, los mítines no atraen nuevos votos a las urnas. De hecho, para ganar adeptos tiene un valor casi nulo. La experta en comunicación política y catedrática de la Universidad Complutense, María José Canel, afirma que “está pensado para convencidos, sólo sirve para reforzar a los tuyos, no influye a penas en el voto”.

Esta realidad, no obstante, no resta esfuerzos en la organización de un mitin, ya que la imagen que allí se proyecte será la representación del peso político del candidato. Y aunque el candidato se dirija a un público convencido, su mensaje se transmitirá también a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Ése es el verdadero objetivo del mitin, y ahí es donde se debe dar todo.

El discurso es clave en un acto público, y de su preparación depende que el candidato pueda parecer espontáneo y conectar con el público. El primer paso es conocer el lugar donde se celebra el acto y el público que asistirá al mitin para hablarles de sus problemas y sus aspiraciones. Además, un mitin es un formato muy exigente donde tiene que existir una coordinación entre el contenido, la gestualidad y la voz. Ésta última es importante para imprimir ritmo al discurso.

Asimismo, se debe cuidar la indumentaria y otros aspectos de comunicación no verbal, como la sonrisa y la posición del cuerpo porque, según el experto Costa Bonino, “la torpeza de movimientos está generalmente vinculada con la incompetencia. Por el contrario, debe desarrollar un gran despliegue físico, que genere una impresión de vigor, energía y dinamismo”.

Todavía hoy los mítines son insustituibles porque no existe ninguna herramienta digital capaz de reemplazar las emociones que se contagian en estos actos. De la química que se produzca entre los tres grandes protagonistas, el candidato, el público y el mensaje, dependerá su trascendencia para ser olvidado o convertirse en un acto memorable.

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